Por: Milcíades Mejía.
El río Ocoa nace en la loma la Chorreosa, en la estribación sur de la Cordillera Central a 1200 metros de elevación, al norte de San José de Ocoa. Bordea el municipio por los flancos norte y este. Su recorrido lleno de prosa y versos, de vida y hermosura, de bosques y piedras alcanza 68 kilómetros hasta llegar a su desembocadura en la Bahía de Ocoa.
En sus inicios, sus aguas fluyen pendiente abajo por un serpenteante, angostos, laberíntico y pedregoso cañón que transforma sus aguas en una turbulenta y espumosa corriente, imponente, veloz, impresionante sinfonía de la tierra que vibra junto con el alma del pueblo ocoeño.
Es una importante corriente fluvial de la República Dominicana, varios tributarios contribuyen a engrosan su caudal, recibe las aguas bienhechoras del río el Canal y luego de su paso por el municipio confluye con el arroyo Parra, rio Banilejo, arroyo el Limón y arroyo Blanco.
Su cauce medio y bajo son anchos e indefinidos, un río balada cuyas aguas se mueven de barranco a barranco y sin control. Su lecho ha sido maliciosamente transformado, está saturado de arena y grava fruto de la perenne erosión de las montañas, siendo la vegetación la gran ausente. El vestido esmeralda de árboles y arbustos era su vestido que otrora perfilaba su cauce es el gran ausente. !Piedad!
En una tarde cualquiera, sentado meditabundo sobre un monolito gris, que por su enorme peso y tamaño hace tiempo el río dejó en su orilla, reflexionaba sobre la triste realidad y deterioro que acusa esta importante fuente fluvial de nuestra provincia, desde el nacimiento hasta su desembocadura.
En silencio estaba cuando de momento escucho un leve susurro proveniente de su escaso caudal, dije en mis adentros, pareciera que el río quiere confesar algo, entiendo que los ríos se comunican con el rumor y el murmullo de sus aguas, expresan alegría, júbilo, dolor, desesperanza, promesas y mucho más. Aguzo mis oídos y efectivamente inicia su relato, me invitó a recorrer todo su cuerpo, desde la cabeza hasta sus pies, es decir del nacimiento a la desembocadura para que pudiera palpar su calamitosa realidad.
Escucho su voz de agonía: Sube a mi cabecera y veras que me están quitando los bosques que me daban sustento y protegían mis suelos; han incinerado los herbazales, cortado árboles y arbustos, han eliminado mi hermosa cabellera, me han trasquilado y desfigurando el rostro, por eso ya no puedo mostrarte, como antes lo hacía, el abrazo tierno de las blancas y copiosas neblinas con los pinares y el bosque que adornaban mi nacimiento, ya no escuchas mi canto….se ha transformado en llantos.
También notarás que después de la lluvia por mi maltratado y pedregoso lecho ya no corren las frescas y cristalinas aguas. No puedo retener los torrentes, se escapan de mi cuerpo desnudo los suelos convertidos en lodo hasta el mar donde provocan severos daños a la vida. Tú sabes que no es mi culpa.
¿Recuerdas? mis aguas eran abundantes y limpias. Me sentía gozoso cuando la gente disfrutaba plenamente mis bondades, cuando saciaban su sed y disfrutaban de sus baños placenteros. Vivíamos en armonía, ellos conmigo y yo con ellos. Se lamenta y dice, ahora todo es distinto. Siento que me miras, en lugar de aguas solo veo lágrimas. Lágrimas de impotencia, de dolor y de melancolía por el glorioso pasado que cada día es un más lejano recuerdo.
Suspira y sigue su lamento…más abajo, desde la Angostura hasta la bahía, me roban la arena y la grava de manera inmisericorde, me han alterado mi cauce, he perdido el rumbo, ahora mis aguas turbulentas oscilan de un lado a otro, han debilitado mi capacidad de guardar y almacenar mis aguas subterráneas y todo esto agrava mi existencia.
Si observas mis riberas, la arboleda se esfumó, en mis orillas ya el abey no exhibe las encendidas flores amarillas, los robles, las javillas, los cedros, los memisos, los guayacanes y los nogales no brindan su verdor ni su magia, sin percatarme he perdido el aroma y la fragancia de los jobos maduros y también el olor de la guayaba. Han dejado mi lecho desolado, no puedo proteger el agua que apenas fluye por mi cauce de los haces calcinantes del Astro Rey, la calienta y a sorbos vaporosos se la bebe, trago a trago, día a día.
Muchas veces he reaccionado de manera violenta, en 1979, 1998 y 2007, en cada ocasión he destruido puentes, he causado severos daños a la agricultura, inundaciones, arrastres de tierra, de árboles, destruido casa y propiedades. También, mi pueblo ha sufrido mucho por mis furias, todo esto lo he ocasionado no porque quiero, jamás he pensado hacerle daño a mi gente, pero es que me han quitado la capacidad y las herramientas para controlar las grandes lluvias que se precipitan en mi cabecera y corren a raudales por mi desprotegido lecho. !Cuánto lo he sentido!
Mi consuelo es saber que mi pueblo sabe que desde tiempos inmemoriales con mis aguas brindo soporte a la producción de alimentos en la Horma, las Malaguetas, el Montazo, la Angostura, Sabana Larga, la Sabana, el Guazarabal, la Barra, el Alambique, Tumbaca, arroyo Palma, los Ranchitos, la Mayita, el Cruce, las Carreras y hasta vastas extensiones al oeste de Peravia se irrigan con mis aguas, antes de diluirme en el mar turquesa de la hermosa bahía.
Con mi escaso caudal, los agricultores riegan sus cosechas, de mis aguas subterráneas sacia su sed el pueblo de Ocoa y dos embotelladoras también toman de ellas, generando cuantiosos beneficios, pero todos son indiferentes, nada me devuelven para yo recobrar mi salud y curar mis profundas y centenarias heridas o reponer mi cetrina cabellera perdida, que antes me cubría desde mi nacimiento hasta mi llegada al mar.
Algo importante y triste que tú ignoras, es que hicieron desaparecer la diversa fauna acuática que desde mis orígenes criaba con esmero y cuidado maternal. Me sentía orgulloso de mantener en mi lecho tantas especies de peces, tantas vidas que jugueteaban en mis remansos, charcos y chorreras. Ahora me he quedado sin aliento, se llevaron las jaibas, los dajaos, los roncadores, las anguilas, los sagos, las guabinas, las bahitas, los camarones rayados y las zapateras. Como puedes ver en mi lecho solo quedan piedras y cascajo, casi se me ha ido mi último hálito.
Entre el rumor de las aguas me exclama “estoy a punto de sufrir una profusa septicemia”, me dice, desde mi nacimiento envenenan mis aguas con agroquímicos, en mi maltratado lecho arrojan todas las inmundicias que te pudieras imaginar, desde desechos plásticos, escombros de construcciones, vertido de aguas servidas mezcladas con excrementos, hasta grasa y aceite de motor de los lavaderos de automóviles sin control. En mis orillas construyen pocilgas y corrales; hasta de los animales muertos tengo que disponer, me entristece que ni en la muerte se conduelen de sus queridas mascotas. Me siento casi asfixiado por falta de oxígeno y atención. Extiendo mi clamor ¡ Clemencia¡ ¡Clemencia!
El río no paraba de correr y de lamentarse también, declara, no entiendo las razones de tantos maltratos que recibo, si siempre le he brindado a mi amado pueblo todo lo bueno que poseo, hasta mi nombre Ocoa se lo he dado, por eso los aborígenes me nombraron agua entre montañas, ellos vivían en armonía con la naturaleza, por eso me cuidaban e idolatraban.
Recuerdo que en 1980, tú publicaste un escrito en un periódico de circulación nacional alertando sobre la deforestación en mi nacimiento, hablabas del desastre ecológico que se estaba cometiendo, pero nadie te escuchó ni tampoco te hicieron caso, de eso hace 41 años y dolorosamente, ahora los hechos hablan por ti.
Los ocoeños no entienden mi naturaleza, que soy un río que tengo que descender desde altas montañas y en un corto recorrido llego a la llanura, eso me obliga a ser veloz y turbulento, que para controlarme tengo que estar bien vestido, no desnudo como han dejado mi cuerpo.
Para despedirse, el río me susurra sus quejas y se lamenta, percibo que mi pueblo ha perdido la capacidad de asombro, no valora ni cuida lo que tiene, conoce los graves daños que malos ocoeños me provocan, da la espalda y calla, no dice nada, replica el río, esa actitud es propia de gentes que viven y se encaminan inexorablemente hacia un futuro incierto y sobrecogedor, de lo contrario ya hubiesen reaccionado con fuerza y determinación para detener todas las barbaridades que te he comentado.
Como nadie se detiene a escuchar mis lamentos, yo espero que a mi pueblo no le ocurra igual que a aquellos que desde la orilla pedían un puente para poder cruzar un gran rio y años más tarde esas mismas gentes subieron al puente pidiendo que reviva el rio.
El rio me dejó perplejo, desolado, preocupado, asustado y lleno de preguntas ¿y a usted lector?
Fuente: La Revista es Ocoeños por el Mundo. La número 5. Es una revista anual para difundir contenido sobre nuestra provincia y resaltar los valores que representan los hijos de El Maniel.
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