si en las elecciones presidenciales y legislativas del 5 de julio hubiese un voto por encima del 50% del universo de electores, el país se salvaría, gane quien gane, de una crisis postelectoral que parece ineludible.
Contra mi deseo estimo que la crisis viene porque es muy difícil que la mayoría del electorado acuda a las urnas en unas elecciones que se celebran, contra viento y marea, en medio de un pico ascendente de un virus de muy alto poder de contagio y mortífero para quienes tienen enfermedades basales o son adultos mayores con un sistema inmune debilitado.
Lo he escrito y publicado ya: faltó el liderazgo nacional necesario para pactar un gobierno transitorio, colegiado, por acuerdo de los partidos, para que desde el 16 de agosto asumiera la tarea de seguir combatiendo el coronavirus que provoca la enfermedad Covid-19.
Ese mismo gobierno, con el respaldo de todos los partidos, hubiese puesto todas las energías, recursos y conocimientos de la nación al servicio de la lucha contra el coronavirus, y una vez puesto bajo control en el tiempo necesario, volcar todo el esfuerzo para reactivar por partes la economía y luego organizar las elecciones para que la mayoría de los ciudadanos acuda a elegir a sus gobernantes.
No ha sido así por dos razones: El Partido Revolucionario Modelo (PRM) considera que ya ganó las elecciones presidenciales, ha integrado dos gabinetes necesitando uno, y va con todo ímpetu a tratar de validar su presunción con el voto ciudadano.
La otra razón es que ante ese entusiasmo opositor y la diatriba cotidiana de que Danilo Medina quiere quedarse más allá del 16 de agosto de 2020, el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) ha reaccionado lanzando a sus dirigentes a la calle para buscar el triunfo de Gonzalo Castillo en la primera vuelta.
La perspectiva
¿Qué pasará? No lo sé, como no lo sabe nadie hoy, pero tengo el pálpito de que habrá jaqueca en las filas opositoras cuando termine el conteo de los votos.
No tengo forma de convencer ni siquiera a gente que me conoce desde hace seis décadas de que no escribo para publicitar mis deseos, pero no asumo el chantaje de decir –para caer en gracia- lo que no se asoma en el horizonte como realidad.
Percibo que a las elecciones concurrirá menos del 50 por ciento de los electores habilitados –a las municipales solo fue el 49 por ciento- y ese porcentaje bajo será esgrimido por quienes pierdan para cuestionar los resultados porque en ese caso no serían representativos de la voluntad popular.
La expansión del coronavirus en los últimos días, luego de que el gobierno cediera a las presiones para comenzar a “normalizar” sectores de la economía, no puede ser más elocuente.
Hay contagiados y muertos por borbotones.
El país está cundido del virus y en lugar de que autoridades, líderes políticos y sociales se concentren en combatirlo, la agenda está dominada por las elecciones presidenciales y legislativas.
Ahí viene el problema: si la mayoría no acude a votar, lo hará la minoría y poco más de la mitad de ella escogerá al próximo Presidente de la República y a los diputados y senadores para los próximos cuatro años.
Si la oposición no gana, como puede suceder, no será buena perdedora e invocará la baja participación como un factor de ilegitimidad del nuevo gobernante elegido.
Más aun, intentará inculpar al gobierno por haber “gestionado mal” la pandemia del coronavirus e “inducir” a la baja la participación en las votaciones para obtener mayoría con el voto progubernamental que se cosecha con las dádivas estatales y el sistema de apoyo social a los sectores vulnerables.
Protestas a la vista
Hay que prever que si la oposición pierde, intentará y probablemente hará protestas reclamando otras elecciones con mayor representatividad, pese a que es ella la que ahora reclama “apego a la Constitución” para que el actual gobierno garantice elecciones el 5 de julio y se vaya el 16 de agosto.
Si en este país el resultado no satisface a la oposición en primera o en segunda vuelta, los empresarios que han visto el golpe que ha significado el coronavirus para la supervivencia de sus empresas, tendrán que prepararse para otra tanda porque esos grupos no tendrán cómo justificar su derrota y si no les importa la salud de la gente, mucho menos les importará la estabilidad de la economía si ellos no son quienes gobiernan.
Naturalmente, sus chillidos no pasarán a mayores porque carecen de madera para batirse heroicamente y quedarán, obviamente, como bocones de gallera que ven los gallos pelear, pero ellos no pelean.
Si los vencen, harán gemidos de derrotados, pero difícilmente entren en una confrontación seria porque no representan a una clase batiéndose con otra en una lucha frontal, sino que son y seguirán siendo grupos de intereses dentro de un sistema que defienden, por encima de todo. Y Ahí termina la jarana.
Más mambo
Pero solo pensar que luego de la terrible afectación que ha tenido la economía dominicana –como la del mundo entero- por la parálisis productiva y del comercio, se venga sobre este país una crisis postelectoral. Ese sería un póker de espanto en el peor momento.
Nadie debía propiciar ese daño, pero quien en abril no tuvo visión para entender que preparar elecciones para que un nuevo gobierno gestione el coronavirus es una agenda inversa a gestionar el coronavirus para luego organizar elecciones participativas y democráticas, no puede ahora entender sus derrotas y menos la necesidad de recuperar las empresas, los empleos y la dinámica productiva.
Mi temor, confieso, es que a la actual situación de debacle económica por el coronavirus, se nos venga encima una crisis postelectoral que provoque más daño al aparato productivo y comercial del país, cuando una parte importante de la población también está enferma y muriendo.
¡Cuando pase la tempestad, contaremos las estrellas!
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