Por Luis F. Subero.
Una descripción inspiradora, evocadora, insuperable, de un atardecer en las montañas ocoeñas nos da Subero en Tarde Autumnal de la Sierra.
Verdadera prosa poética!! Al recurrir a este género, denota que estaba actualizado en temas culturales, ya que este género iniciado a finales del siglo XIX en Francia, con Aloysius Bertrand y su obra Gaspar de la noche, Fantasías a la manera de Rembrandt y de Callot, y que obtuvo su consagración con la publicación de Pequeños poemas en Prosa, también conocido como Spleen en París, de Baudelaire, quien en la presentación de esa obra, dedicada a su amigo Arsene Houssaye expresó: “¿Quién no ha soñado el milagro de una prosa poética, musical, sin ritmo y sin rima, tan flexible y contrastada que pudiera adaptarse a los movimientos líricos del alma, a las ondulaciones de la ensoñación y a los sobresaltos de la conciencia?” La obra de Subero en su conjunto está más cercana a la prosa poética, que a los demás géneros literarios cultivados en la República Dominicana en la primera mitad del siglo XX.
Yo, que me he deleitado con innumerables e insuperables atardeceres en la sección de Tatón, en esta provincia, no pude al tener entre mis manos este texto, más que llegar a la conclusión de que Don José Subero lo inmortalizó en este escrito, mientras que yo lo hice en imágenes captadas a través de mi cámara fotográfica; ambos habíamos sido testigos del mismo espectáculo de la naturaleza, con 70 años de diferencia!
Por la belleza y la maestría con que está escrito, este trabajo del Prof. Subero debería ser tema de estudio en la asignatura de literatura en nuestras escuelas, como un ejemplo de un texto descriptivo en prosa poética.
Tarde Autumnal de la Sierra.
Tarde plácida, tarde serena, tarde de amor y de ensueño. ¡Verdadera tarde autumnal de las sierras manieleras!
El sol allá en lontananza se hundía majestuosamente en las lejanías de occidente. Una ancha faja cárdena, resplandeciente, radiosa, teñía el horizonte y, con su lumbre purpúrea, cambiante, doraba las nubes y daba el fulgor de un gigantesco incendio a las crestas de las montañas.
Aquilón plegaba sus alas; apacibles auras jugueteaban retozonas entre el tupido ramaje del bosque umbrío; silvestres florecillas erguidas con arrogancia sobre su flexible tallo brindaban, con la policromía de sus bellos colores, su perfume suave, delicado, imperceptible como la confusa reminiscencia del primer ósculo de amor.
Los últimos rayos solares refractándose en las apiñadas montañas movedizas, se alzaban hasta el cielo semejando inmensas espirales unas de formas indefinidas y otras, de inconmensurable grandor, envolvían la tierra con el malvarrosa manto crepuscular. Era que la moribunda luz del día abrazándose a las místicas sombras de la noche le habría dado paso a la blanca señora de los cielos.
La luna brillaba entre tremulantes estrellas, como casta matrona de plateados cabellos entre púdicas doncellas de rubia faz, mientras que dos tórtolas entregadas a las más tiernas caricias se murmuraban amor y, en la quebrada cantaba un ruiseñor!!
Bella tarde la de esa romántica tarde autumnal que al conjuro del tierno amor de las tórtolas y al mágico hechizo del canto del ruiseñor, se unió la policromía del paisaje, la desfalleciente luz del sol, el tenue beso de la luna y el inquieto mirar de las estrellas! Bello poema de amor y de ensueño de las sierras manieleras!!
San José de Ocoa, R.D.
Páginas Banilejas, No. 37, pág. 15, 1944
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