Por: José Manuel Arias M.
Por la vorágine en que se desenvuelve la sociedad de hoy día, seré lo más lacónico posible en la presente reflexión. Antes que todo quiero dejar constancia de mi profunda admiración por todos los abogados que hacen de la profesión un ejercicio ético en procura de hacer resplandecer la justicia.
Del mismo modo quiero hacer, de manera sucinta, algunas puntualizaciones sobre tan importante profesional, al que la realidad en que se desempeña le impone una serie de exigencias propias de su profesión de cara a un buen ejercicio, en tanto es y debe ser un auxiliar de la justicia.
Sabido es que como expresara alguien: “La mayoría de las personas suele identificar al abogado como un simple jurista o como un conocedor de los procedimientos legales. Pero el abogado es y debe ser mucho más que eso. En él deben reunirse, si es que quiere ser un abogado que se salga del montón, además de sus conocimientos jurídicos…” (Ciprián 2001), otras habilidades, como es el caso del manejo, al menos somero, de nociones generales de otras disciplinas, como es el caso de la psicología, la historia, la literatura, la política, la economía, entre otras. Debe sobre todo exhibir siempre una conducta intachable desde el punto de vista ético.
Sin embargo, vemos con preocupación que ese digno profesional del que se espera tanto, en los últimos tiempos ha venido perdiendo el prestigio del que ha gozado a lo largo de los años, y no por casualidad, autores como el arriba citado expresan que: “El abogado de hoy, es la sombra del recuerdo de un símbolo de prestigio personal y social. En otros tiempos, el togado gozaba del respeto y la admiración del pueblo. Se le veía como un verdadero auxiliar de la justicia…”, lo que en honor a la verdad debo admitir se ha venido perdiendo en los últimos años; claro está, con honrosas excepciones, y este es uno de los problemas que vemos, que ese profesional meticuloso, respetuoso, ético en su ejercicio, es cada vez más excepcional, cuando debería ser la regla común.
Es preocupante ver que en ocasiones la visión que algunos tienen del derecho es la posibilidad de hacer fortuna material, lo que no es del todo mal siempre que se haga de una manera correcta, pero jamás en desmedro de ese prestigio personal y social que se requiere para poder constituirse en un activo moral de la sociedad dentro de la cual ejerce sus funciones.
Es igualmente preocupante ver que cada vez son más los ciudadanos que ven en este profesional a una persona inescrupulosa, capaz de vender su alma a Lucifer en procura de lograr sus materiales propósitos; esto dista mucho de la vocación inicial por la que se inclinaron posiblemente por el estudio del derecho, pues ciertamente coincidimos en que: “… es muy raro el caso en que alguien se decida a estudiar derecho sin estar impulsado por una sed de justicia, por un anhelo de ser útil o por una aspiración intelectual muy definida”.
No obstante, negar que en los últimos años, como consecuencia del afán de lucro y de la inversión de valores en que nos desenvolvemos la profesión del abogado ha perdido cierto prestigio, negarlo sería pecar de iluso o de irresponsable, como irresponsable sería decir que esto es algo general, pues siempre hay honrosas excepciones. Negar que existen personas e incluso instituciones ante las cuales los abogados no son objeto de crédito es pretender negar, al igual que Nietzsche, la existencia del sol. Negar que existen abogados que juegan un papel cuestionable de cara a los principios éticos en el desempeño de su profesión es pecar de iluso.
Claro está, del mismo modo, negar y pretender generalizar, estableciendo como un axioma que todos los abogados actúan de manera incorrecta es un falsa e injusta apreciación, pues los hay “por montones” que en su ejercicio diario prestigian la profesión, aunque desafortunadamente hay que admitir que hacen más ruido aquellos que con sus actuaciones indecorosas clavan a diario el bisturí del desprestigio a tan noble profesión.
Lejos de pretender ser implacable con este digno profesional del derecho, más bien me interesa que reflexionemos sobre el particular, consciente de que el prestigio de la profesión descansa en el ejercicio particular de cada uno; que si queremos que el ejercicio de la abogacía se dignifique es responsabilidad de todos los que la abrazamos jugar nuestro rol, pues en la medida en que cada uno desempeñe con dignidad y decoro su profesión le estará dando prestigio a la misma.
Recuperemos el prestigio personal y social de tan digna profesión, no olvidemos que lo que se pueda conseguir en términos materiales si va en detrimento de los valores éticos que nos deben adornar de nada sirve, pues como expresa el referido autor en la obra citada: “El abogado que sólo trabaja impulsado por el interés pecuniario, no pasa de ser un jornalero del derecho, un echa día que no siente el cosquilleo de lo sublime y de lo noble”, sin olvidar jamás lo expresado por Ángel Osorio, en el sentido de que: “Mal trabajo es el que se ejerce sin lucro, pero el que se arrastra sin fe es mil veces más angustioso porque tiene todos los caracteres de la esclavitud”.
Pienso que se hace necesario hoy más que nunca el que nos preocupemos por devolverle a tan digna profesión el prestigio que siempre tuvo y que ha venido perdiendo en los últimos años; que recuperemos el prurito social y el orgullo de sentirnos dignos de llevar la toga y el birrete. La tranquilidad de saber que no tendremos que bajar la cabeza ante nadie porque nos ampara un ejercicio ético y responsable es una de las mayores satisfacciones. No hay mejor promoción para un abogado que la que le puede dar un cliente satisfecho, lo mismo que no hay peor promoción que la de un cliente inconforme.
Se hace necesario el que asumamos nuestro rol con alto espíritu de responsabilidad, la patria necesita de cada uno de sus hijos; en consecuencia, valoremos nuestra profesión, la que como es sabido tiene una gran importancia; jamás seamos blanco de aquella expresión que reza que: “Pobre de los abogados que ignoran su verdadera y trascendental función social, porque ellos vivirán siempre como el gusano: en busca de la llaga podrida”.
En el Día del Profesional del Derecho, mis mejores deseos para tan noble profesional. Como ya he dicho, quiero dejar constancia de mi profunda admiración por todos los abogados que hacen de la profesión un ejercicio ético en procura de hacer resplandecer la justicia.
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