Por: Richard Mejía
Analizando la situación política del país y en consecuencia la decisión del Tribunal Superior Electoral en favor del Doctor Leonel Fernández, relativa a que no tiene ningún impedimento para inscribirse como candidato a la presidencia por el Partido de los Trabajadores Dominicano (PTD).
Decisión que bajo ninguna circunstancia voy a cuestionar, primero porque no soy abogado y segundo porque el cuestionamiento le corresponde a los afectados, sin embargo, me voy a remontar a las guerras troyanas para hacer una recreación comparativa con los beneficiarios de esta sentencia.
Desde la secundaria, los que tuvimos la oportunidad de tener profesores que amaban la historia, en mi caso Pedro Pimentel y Patria Rojas, pudimos leer aquellas epopeyas que nos transportaban en el tiempo y nos hacían participe de ellas en la medida que nos empoderábamos de lo sucedido y nos identificábamos con los héroes o villanos de la narrativa.
En estas historias nunca faltaba una mujer, haciendo honor a la belleza femenina, con rostro hermoso, coqueteando con su lindo caminar e imitando a Maquiavelo cuando de salvar su vida se trataba; reyes, príncipes y esclavos, todos caían a sus pies sin importar el linaje.
La guerra de Troya recrea de manera extraordinaria el disfrute de una victoria, la arrogancia puesta en práctica cuando crees que has logrado tu cometido, aunque el mismo no se corresponda con la verdadera realidad, cuando te han dado la razón a sabiendas que es producto de momentos efímeros para calmar la sed de quienes quieren beber sangre, aunque tengan que sacrificar la tranquilidad de un pueblo.
Este poema épico que se le atribuye a Homero, cuenta que la guerra duró unos diez años disputándose a la bella Helena. Llegó un momento donde los troyanos dirigidos por Hector el mejor de sus guerreros obtuvieron victorias momentáneas las cuales sus soldados disfrutaron y confiaron en que habían derrotado a Menelao y sus aliados, sin embargo, Tanto Príamo el rey de Troya como Hector su hijo sabían que aún no había terminado; sabían que tenían un competidor aguerrido, sobre todo encarnado en la persona de Aquiles.
Más tarde se produjo la contienda final, un reto a muerte, al mejor, ambos ejércitos mostraron todo lo que tenían, se empoderaron de un valor extraordinario, lucharon ya no por la reina Espartana sino por su propia vida, el cansancio era el menor de los problemas; el que se dormía perdía, el que bajaba la guardia o pestañaba no volvería a ver la luz del sol ni la claridad de las estrellas, hasta que finalmente aquellos que tuvieron una victoria efímera se dieron cuenta que la paciencia y las estrategias de los griegos fue más fuerte que la musculatura presentada en las armas del sediento ejercito troyano, caído mortalmente herido por su contrincante, haciendo los griegos honor al dicho “La paciencia es amarga, pero sus frutos son dulce como la miel”. En el ámbito nacional, les digo, si quieren disfrutar de una victoria perecedera, háganlo, pero consciente de ella como el rey Príamo en la guerra troyana.
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