Es innegable que en los últimos años la República Dominicana ha venido experimentado un acelerado y preocupante proceso de deforestación que amenaza de manera directa la vida en todas sus manifestaciones. Es claro que siempre ha habido agresores de los recursos naturales, pero la realidad es que en los últimos años este proceso de terrible deterioro medioambiental luce cada vez más desbordado.
Ese proceso apresurado de deterioro de los recursos naturales debe llamarnos a todos a preocupación, puesto que los desórdenes ambientales causados por la deforestación generan, entre otros males, “disminución de la sombra, pérdida de la cubierta vegetal, aumento potencial erosivo, erosión, inundaciones, aumento de la temperatura, disminución de lluvias, aumento de la insolación, degradación del suelo, disminución de la evapotranspiración, disminución de la retención del agua en el suelo, sequías, menor crecimiento de especies y regeneración retardada”.
Obviamente, de nada nos sirve sólo preocuparnos, sino más bien ocuparnos, esto así porque si sólo nos preocupa y seguimos manteniendo una actitud pasiva, contemplativa y hasta en cierto modo cómplice ante el golpeo sistemático a los recursos naturales el daño será cada vez más irreversible, con todas las consecuencias que esto implica. Estamos convencidos hoy más que nunca de que se requiere parar en seco la deforestación… pero ya.
Pero además, no podremos aportar de manera importante y significativa en esa dirección si no conocemos las causas que lo generan, que son las que debemos frenar antes de que sea demasiado tarde. Entre esas causas se destacan “la conversión de los bosques en extensas tierras agrícolas y ganaderas”; ya lo hemos advertido, el cultivo de productos consumidores de agua en zonas sensibles, con la consiguiente irrigación, lo que provoca el desvío de caudales importantes a esos fines. Otros factores son “los incendios forestales, la tala industrial con fines comerciales”, lo que lamentablemente no entraña las consecuencias que al tenor de la ley debería generar, lo que lleva a muchos a pensar que quienes están para cuidar los recursos naturales más bien protegen a quienes a diario asestan duros golpes a los mismos. Al menos así lo hemos venido apreciando con mayor magnitud en los últimos tiempos.
En el caso de los cada vez más frecuentes, preocupantes y retadores incendios forestales, preciso es destacar que según las estadísticas oficiales del propio Ministerio de Medio Ambiente, 2010, durante el período 1962 al 2010 ocurrieron en el país 6,678 incendios forestales que afectaron 324.227 hectáreas, proceso que todos sabemos va en aumento, pues sólo el año pasado se produjeron más de 40, lo que es casi seguro se ha incrementado con creces en lo que va de éste, con la particularidad de que si bien en ocasiones se producen por descuidos y como consecuencia de la sequía, en muchos casos se trata de “incendios provocados para dar paso a la actividad agropecuaria”.
De ahí que en el caso de la agricultura y la ganadería, según estudios realizados, constituyen un factor directo que predomina como responsable de más del 60% de la deforestación. Todos sabemos que grandes zonas boscosas que producían importantes caudales de agua han sido sustituidas por grandes plantaciones agrícolas que lejos de producir demandan del preciado líquido, generando parte de la escasez que hoy padecemos, sin desconocer que igualmente –antes de los fenómenos atmosféricos Isaías y Laura- nos encontrábamos en uno de los períodos de sequía más prolongado tal vez en las últimas cinco décadas, pero que como se indica, en gran parte también es causa de la deforestación, que entre los daños que causa está precisamente la disminución de la retención del agua en el suelo, como hemos señalado.
Otras causas del deterioro ambiental son el cultivo de tumba y quema, la extracción de productos forestales, entre muchas otras, y del mismo modo la permanente irresponsabilidad que raya en la complicidad de las “autoridades” del sector que pese a las múltiples denuncias documentadas guardan silencio ante el terrible daño que se le viene causando a los recursos naturales. Ojalá se le dé respuesta por la vía institucional cuanto antes, pues de no hacerse corremos el riesgo de que esa ciudadanía indignada acuda a vías directas con todo el riesgo que esto implicaría y a las que aspiramos no tengamos que llegar.
Sabido es que “la deforestación, especialmente de las montañas altas, tiene consecuencias críticas. Causa erosión de los suelos, afectando los ciclos hidrológicos y amenazando la calidad y disponibilidad de agua potable. Además, aumenta las épocas de sequía y, eventualmente, afecta los recursos pesqueros del mar, depositando sedimentos que dañan corales y sofocan la vida marina. También, destruye el hábitat de especies endémicas y hace que un país sea más vulnerable ante desastres naturales”.
Este sombrío panorama nos deja claro que se hace necesario pasar de esa actitud contemplativa a una actitud combativa, amparada en la ley, impulsando la toma de conciencia, pero que definitivamente ponga un muro de contención a este terrible y sostenido daño a los recursos naturales, pues como hemos dicho y reiteramos, hoy más que nunca se requiere parar en seco la deforestación como primera medida, acompañada de acciones concretas como la siembra masiva de árboles, de tal manera que podamos frenar primero y revertir después este proceso acelerado de deterioro medioambiental.
El autor es Juez Titular de la Segunda Sala del Tribunal de Ejecución de la Pena del Departamento Judicial de San Cristóbal, con sede en el Distrito Judicial de Peravia.
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