Aunque hace dos semanas lanzar una reforma fiscal parecía una acción inminente, la voz de algunos funcionarios se ha tornado gangosa y todo parece indicar que eso “está en veremos”.
Absolutamente comprensible que el gobierno de Luis Abinader proyecte muy bien los posibles escenarios que sobrevendrían al país en los planos económicos y sociales, los que pueden transformarse en políticos si se arriesga la gobernabilidad.
De que las recaudaciones del gobierno son insuficientes para hacer frente a la cantidad de compromisos de la actual administración no hay dudas, lo difícil es encontrar ahora en República Dominicana un sector al que se pueda poner a pagar más impuestos. La estrella divina de la economía dominicana ahora es la remesa, que sigue creciendo a niveles muy altos lo que representa un ingreso neto de divisas sin que el gobierno invierta nada para generarlas.
Supongo que a ningún genio en el arte de gobernar se le ocurrirá ponerle un impuesto a las remesas porque si lo hacen van a matar la gallina de los huevos de oro. Una parte significativa de las remesas –que no se cuantifica en las estadísticas- es la que llega a mano, que casi siempre es la destinada a inversión en remodelación de casas, compra de muebles, vehículos y otros, que por lo general es en mayor volumen que la de manutención mensual.
Ese sector, más la ventanilla siniestra del narcotráfico, está salvando la supervivencia de un gran porcentaje de la población y eso explica que no estén en extrema pobreza o en las calles protestando.
Por eso dije la semana pasada que la alternativa a la reforma fiscal que puede resultar menos dolorosa es “frenar la evasión, limitar el gasto y controlar el endeudamiento”.
Lo que tradicionalmente se ha hecho aquí en materia de cobro de impuesto es exprimir al que paga y dejar al que no paga tranquilo. Igualito que con el sistema eléctrico: quien tiene un contrato de energía y se atrasa un día, le cortan el servicio. Quien no lo paga nunca, forma parte de ese 30 por ciento que tiene años en la misma situación.
En materia de limitar gastos, al gobierno le conviene ser selectivo porque el gasto corriente es demasiado alto y la inversión baja, lo cual es una trampa porque destinando el dinero a inversión es que se fomenta la producción y el crecimiento, con el gasto corriente el resultado es dinámica de consumo.
El gasto corriente que no se puede limitar en esta etapa es el relativo a hacer frente a la pandemia del Covid-19, porque sin salud no hay educación, ni producción y mucho menos turismo y esparcimiento.
Por igual puede decirse del endeudamiento. Lo único que justifica endeudarse en las actuales condiciones es para confrontarse con el coronavirus y para dinamizar la producción real y la infraestructura esencial.
Si el gobierno se embarca en pisar el acelerador de la deuda y no emplea el financiamiento para atacar el Covid y relanzar la agropecuaria, la minería, la pesca, la construcción de viviendas, construir y reconstruir acueductos, recuperar y proteger las cuencas de los ríos, poner orden en el tránsito, batir la inseguridad pública y dignificar el sistema carcelario, entre otras políticas, no vale la pena coger prestado o comprar a crédito. El crecimiento de la deuda sin un despunte real de la economía dominicana puede crear más problemas de los que resuelva porque el volumen anual de los intereses de la deuda está llegando a porcentajes peligrosos. Es obvio que el gobierno tiene una gran esperanza puesta en una recuperación del sector turístico, pero quien confunda su propio entusiasmo con la realidad del mundo y de ese mercado en particular, terminará arando en el mar.
Para que los turistas vuelvan al país a los niveles de 2018, tendría que haber un repunte en la economía de los países desarrollados muy significativo, un control del Covid mucho mayor del que hay hoy, lo que tendría como contrapartida alzas importantes en el petróleo, los fletes y pasajes.
Es de sabios no inventar mucho cuando no se está dispuesto a tocar a los intocables, porque apretar hacia abajo no siempre resulta una buena opción y la pelea que se puede evitar no se provoca.
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