El 9 de agosto de 1974 presentó su renuncia, el entonces presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon. Su rumbo descendente comenzó en 1971, tras la publicación de un artículo en el influyente periódico The New York Times, donde se revelaron datos secretos y alarmantes sobre la participación de Estados Unidos en la guerra de Vietnam: los papeles del Pentágono.
Paranoico, el presidente Nixon se propuso arruinar la reputación de Daniel Ellsberg, persona que había divulgado los secretos. El caricaturesco personaje ordenó la formación de un equipo de ayudantes que pasaron a llamarse Los Plomeros; un grupo de ex agentes secretos, cuatro de ellos participantes en la frustrada invasión de 1961 a Bahía de Cochinos, Cuba. La misión de este grupo de sicarios era reparar las filtraciones que pudieran afectar el poder del presidente número 37 de los Estados Unidos.
Nixon se postulaba para un nuevo mandato, contando entonces con 19 puntos de ventaja sobre su más cercano contendor; su popularidad iba en ascenso, dada su apertura a las relaciones con China, decisión que había sido aceptada con agrado por la mayoría de los habitantes de su variopinta nación. Los Plomeros fallaron en su intento de obtener los récords psiquiátricos de Ellsberg, para fines de manipulación, y ridículamente se quedaron encerrados en la oficina del psiquiatra del denunciante, sin obtener nada.
Posteriormente volvieron al ataque. El grupo fue sorprendido tratando de colocar micrófonos para espiar la oficina del Partido Demócrata en el edificio Watergate de Washington. A pesar de que se intentó ventilar como un hecho aislado y se informó que se trataba de un robo de tercera categoría, dos periodistas del diario The Washington Post llamados Bob Woodward y Carl Bernstein, dieron seguimiento a uno de los más grandes escándalos de la política norteamericana hasta la época. Estos atrevidos investigadores consiguieron un informante, bajo el pseudónimo Garganta Profunda, el cual sirvió de detonante al sonoro escándalo que devoró el poder y la reputación de Richard Nixon.
El resumen precedente sirve como lección sobre el verdadero papel del periodismo en el mundo: la irreverente búsqueda de la verdad. En momentos en que el cuarto poder del Estado se ve amenazado por vicios internos y factores externos y con una creciente competencia en los medios no tradicionales, los trabajadores de la prensa deben realizar jornadas de profundos análisis y reflexiones sobre el verdadero papel de esta importante clase. Un FODA, si se quiere o cualquier otra herramienta de análisis más actualizada, para tratar de que prevalezca el verdadero espíritu del apostolado periodístico y con ello el poder y la positiva influencia que tienen los artistas de la palabra en la sociedad.
Ni informaciones pagadas, ni investigaciones dirigidas a dañar. Ni presiones externas, ni personas guiadas por temores o rencores. La esencia del oficio periodístico es independiente, investigativo, servicial, sin protagonismos superficiales, pero con un profundo empeño en develar verdades, en respaldar a los justos y denunciar a los malvados, de manera responsable y con pruebas; sin resentimientos y guiados por el respeto a la gente.
Todo lo demás pertenece a campos que son amigos de la prensa, pero que no representan al oficio. No es pecado vivir de las relaciones públicas, ni tiene de qué avergonzarse quien debe alquilar su talento para causas propagandísticas que le permitan sustentarse. Eso es un ejercicio normal y apreciable. Pero no debe confundirse este servicio, perteneciente a otro campo profesional, con el apostolado que se ejerce desde la atalaya de la prensa de conciencia libre. Un buen periodista siempre será un resguardo para los pueblos sedientos de justicia social y de genuinos defensores. Es parte del contrapeso que necesita el poder, para enderezar cualquier torcedura. Son muchas las causas sociales que han logrado éxito, gracias a la participación activa e intransigente de la prensa genuina, amparada en su apostolado, en la Ley 6132 y en el artículo 49 de la Constitución.
Regresando al relato inicial, al finalizar el período de Richard Nixon su sucesor Gerald Ford manifestó: «Se acabó la pesadilla». Para los pueblos es más que una pesadilla una prensa debilitada, sin importar las causas. Urge el consenso en el interés general, que no es lo mismo que la trasgresión de los principios particulares. Es necesario reforzar el cuarto poder, que nació de las mismas entrañas del pueblo y es su mejor instrumento de servicio.
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