Por: Milcíades Mejía
Observar desde las alturas las maravillosas imágenes de mi querido San José de Ocoa y su entorno es una experiencia única, en varias oportunidades me ha tocado sobrevolarlo y en cada una de estas he quedado gratamente impresionado por el variado paisaje que se aprecia desde las alturas. Me permito compartir con ustedes mis impresiones sobre la belleza que he podido presenciar desde una posición ventajosa, colocado sobre las cimas de las elevadas montañas que circundan a nuestro amado pueblo.
Con una atónita y fugaz mirada desde lontananza se divisa aquel hermoso lugar rodeado por un deslumbrante conjunto de imponentes montañas, hijas de la Cordillera Central, las que con sus majestuosidades conforman un impresionante anillo orográfico, como si fuera el nido gigante de un ruiseñor encantado, que atesora en su interior a un hermoso valle adornado con paisajes de inigualable belleza.
Realmente es un valle encantador y encantado, parecido al fondo de lo que pudo ser el cráter de un vetusto y extinto volcán, disecado en dos mitades por las impetuosas corrientes del indomable y serpenteante río Ocoa. Enclavado en uno de los lugares más escarpados de nuestra agreste cordillera, atrapado entre las montañas y mar, acariciado por los frescos vientos invernales del norte y por las cálidas temperaturas veraniegas que nos llegan del sur.
La sólida presencia de estas grandes montañas caprichosamente emergidas del profundo fondo de los mares, esculpidas y moldeadas por el tiempo, de variadas formas, contornos y alturas, con un clima incomparable, originando hermosos paisajes pletóricos de contrastes entre el verdor de las colinas con la policromía de sus praderas. Tanta hermosura conjugada ha sido motivo de inspiración de naturalistas, escritores, poetas, pintores, fotógrafos y visitantes, todos quedan gratamente impresionados al contemplar tanta belleza atesorada en un solo lugar. Dixon Porter, en su diario de campaña lo describe de manera magistral, “Las montañas de más atrevida apariencia, con sus picos perdidos en las nubes, rodean por todos los lados, encerrando en este valle campos del más rico pasto……”, también lo hizo Pascual Casado en unos de sus versos, “Y la montaña que en el seno de la noche se levanta, cual gigante intentando la proeza inútil de alcanzar el dormido rostro de los cielos”. Estas poéticas palabras son simplemente hermosas, brotan de lo más profundo de sus sentimientos para describir la hermosura de la inigualable cadena de montañas que abriga en su interior al idílico valle de San José de Ocoa.
…Y es que la multiplicidad de ambientes que alberga San José de Ocoa es propicia para encontrar la combinación perfecta entre lo agreste y lo suave; lo alto con lo bajo; lo árido con lo húmedo; la neblina y el rocío; lo cálido con el frío, el amanecer y el crepúsculo; el trueno y el relámpago; el arcoíris con la lluvia, el arroyuelo con el río; la roca con la arena; lo dulce con lo amargo y la turbulencia con la calma.
Todo está incluido en esta tierra bendecida, Porter no se equivocó al referirse al Maniel .… “La naturaleza pareciera haber gastado mucho de su hábil mano en este hermoso lugar, es con mucho la parte más hermosa y fructífera de la isla”. Igual lo dijo Pascual Casado, “Este lugar tan parecido a un oculto refugio de indios perseguidos o a un palenque de negros cimarrones, un pequeño llano entre montañas, se respira una paz inexplicable”; y como dice González Fabra, “…..ese valle lleno de verdor y fantasía en una época en que parecía más una ilusión habitada que un poblado del sur”. Indiscutiblemente Ocoa es verdor, paisajes, exuberancia, montañas, naturaleza, agua que fluye, gente exquisita; también es poesía y es canción.
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