Por: Lázaro Isa P.
Es indudable que el comportamiento de los ocoeños tiene bien fundadas sus raíces gracias a la disciplina que nos inculcaron los primeros maestros, en especial las mujeres educadoras, aquellas a quienes se les tenía respeto por su carácter fuerte o las que con similar dulzura a la de nuestras madres nos tomaban de las manos para enseñarnos a escribir con rasgos “Palmer” en la buena caligrafía.
Más adelante empezaron los regalos de Dios hacia aquella recóndita meseta rodeada de montañas, donde el amanecer nos arropaba con el frío o la neblina para ir a las clases de las Hermanas Cordimarianas o de las monjas canadienses que estaban bajo el pastoreo de ese inquebrantable hombre de bien apodado “Guayacán” y de nombre Luis José Quinn.
Los hombres y mujeres de Ocoa, desde sus fundadores hasta las generaciones casi actuales, se apartaron a ese pueblo tranquilo únicamente para trabajar en paz y sin contaminaciones. Más que su progreso económico, la gente buscaba su bienestar en otras áreas de la vida.
Gracias a estas familias de principios, a las educadoras, a las monjas y a los sacerdotes de San José de Ocoa, hoy provincia, se han cultivado y desarrollado los principales valores humanos, manteniendo además en alto los principios que rigen la moral y la cívica.
He llegado a pensar que las autoridades han confundido u olvidado que el altruismo, la disciplina y la sumisión de los ocoeños, son rasgos carentes de valor, porque es muy difícil ver al pueblo elevar protestas que pongan en peligro el orden público y las vidas humanas para conseguir una obra o para que terminen las inconclusas.
Este pueblo tiene decenas de años sin romper la disciplina civil, pero más aquilatado aún es su comportamiento que, contrario a otros que promueven disturbios sociales, lucha por mantener la paz y subsiste con la ayuda de Dios. Entiendo que los hombres y mujeres de Ocoa, en especial los del campo, necesitan que se les respete su integridad y su derecho a la vida, pues trabajan incansablemente encorvados en sus tierras para producir su sustento y el bienestar de otros.
La disciplina y el comportamiento en general del pueblo de Ocoa, necesitan ser galardonados, no con reconocimientos ni papeles ni papeleros, sino con la finalización de otras abandonadas. Es significativo estimular este proceder del pueblo, donde se respetaba a “Manuel”, el celador del parque, a “Sarita”, la custodia de la iglesia, a “Ignacio” y “Anselmo” y a los que se afanaban en mantener limpias las calles del pueblo, todos inspirados en la mística del trabajo tesonero.
Por otro lado, es importante destacar que la provincia de San José de Ocoa, es una de las más ricas del país, con uno de los mayores aportes hídricos a las aguas que se consumen en la Capital, produciendo cuantiosos volúmenes de agua procedentes del rio Nizao que abastece las presas de Jiguey y Aguacate. Sus cuencas han sido abandonadas, el Consejo de Cuencas no ha sido tomado en cuenca y la Asociación para el Desarrollo de Ocoa está viva y necesita seguir adelante.
Ocoa es uno de los mayores productores de café, vegetales, papa, etc. En la zona se están desarrollando proyectos privados de invernaderos. Por consiguiente, exhorto a quienes están comprometidos con este pueblo que pongan su mirada en quienes los eligieron. La provincia amerita no seguir abandonada y necesita con carácter de urgencia lo siguiente:
-La construcción y terminación de la vía Cibao-Sur que debe llevar el nombre del Rvdo. Padre Padre Luis Jose Quinn
-Un Centro de Acopio de productos agrícolas
-Un Banco Agrícola con recursos para apoyar a los productores
-Un programa internacional serio de reforestación y control de cuencas.
Dada la ejemplar conducta cívica de San José de Ocoa, no creo que haya necesidad de que en la provincia suenen “los cañones de Navarrone”.
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