En mi pueblo cuentan una historia de Puchíngalo, un famoso y alegre chofer de Land Rover que hacía viajes rutinarios al campo. Según esta historia, en una ocasión Puchíngalo hacía uno de sus viajes, con su vehículo lleno de pasajeros, incluidos algunos que se guindaban donde podían, en la parte de afuera. En un salto inesperado del vehículo, un pasajero cayó al suelo y mientras rodaba, se dio esta breve conversación entre cobrador y chofer:
Cobrador (vociferando): ¡Puchíngalo, se cayó uno!
Puchingalo: ¿Pagó?
Cobrador: Si.
Puchíngalo: ¡Pues tírale el bulto!
Estoy seguro que este cuento fue un invento, pues conociendo a este chofer (ya fallecido) y su sensibilidad, no creo que eso haya estado ni cerca de suceder. Pero el cuento se quedó entre los ocoeños y todavía algunos lo repiten. Y debe ser una lección de humildad para todo el que adquiere poder político.
Ante el resultado de las pasadas elecciones presidenciales y congresuales, todo el que era políticamente poderoso dejó de serlo. Como es natural, cambiaron los vientos y poco a poco los integrantes del partido ganador van ocupando las posiciones que les corresponden.
Quienes ejercieron sus altos cargos públicos con diligencia, pluralidad y humildad, cesan en sus funciones. También cesan quienes tenían la potestad de repartir bienes del Estado como si fueran suyos, manejar arbitrariamente los puestos de trabajo, soltar presos y exigir favores personales a cambio de ventajas. Hoy no lo pueden hacer más.
A estos últimos se les acabó el mareo de su viaje de poder. La diferencia entre los primeros y los segundos, es que quienes se comportaron correctamente pueden caminar con su frente en alto, respetados por la gente y por los entrantes. Mientras que los de mal comportamiento deben tomar su orilla, tratar de pasar desapercibidos y bajarse de la nube de Gokú en la que navegaban.
Es que así es el poder terrenal, el político y de cualquier índole. Pasajero, volátil, fugaz. Es una oportunidad de servirle a la gente o de convertirse en un semi-dios, con las consecuencias que conlleva cualquiera que sea su decisión.
Es una buena lección para quienes aspiran a hacer carrera pública. Si hacen un buen trabajo por la gente, siempre serán apreciados. De lo contrario, les pasará como en la fábula de Puchíngalo y el pasajero que cayó del Land Rover. Solo les tirarán el bulto.
El altivo será humillado, pero el humilde será enaltecido.
Proverbios 29:23
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