Felipe Ciprián
Muchos son los sorprendidos por el cambio y la madurez que exhiben últimamente los dirigentes opositores de Venezuela en su confrontación política con el gobierno de Nicolás Maduro. Su cambio no es inexplicable, aunque sí bastante sorpresivo.
Los opositores –obviaré nombres- han pasado de dirigentes turberos, violentos e incendiarios que en Venezuela les llaman guarimberos, a políticos mucho más presentables, que aceptan el diálogo y de hecho reconocen al gobierno de Maduro como legítimo y un interlocutor confiable.
¿Qué pasó para que se produjera el cambio?
En cualquier país del mundo que las turbas hagan lo que han hecho durante años los opositores en Venezuela, la autoridad los mete en la cárcel, si es que no caen en las calles.
¿Puede alguien comparar la represión de las autoridades venezolanas a protestas violentas, financiadas por poderes externos y dirigidas por personas que lanzan a jóvenes a quemar infraestructura, con lo que están haciendo las fuerzas armadas de Honduras frente a un pueblo movilizado para que no le roben los verdaderos resultados de las elecciones?
La represión policíaca que hizo el gobierno de Venezuela frente a manifestantes violentos que queman tribunales, asaltan guarniciones militares, destruyen camiones, atacan con armas a la autoridad ¿es comparable con la represión que hizo Estados Unidos a las protestas de los afroamericanos contra la cacería de negros por parte de la Policía?
Más cerca aun, ¿se parece la represión venezolana durante seis meses a la matanza que hizo el gobierno dominicano en tres días de abril de 1984?
No se parecen. En Venezuela murieron cerca de 100 personas (incluida una veintena de policías) en seis meses de batallas callejeras muy violentas. En República Dominicana murieron 300 personas por heridas de bala, 5,000 quedaron heridas y 18,000 fueron a la cárcel en tres días de protestas violentas. Ni un solo policía murió.
No hay punto de comparación y que conste que la oposición al gobierno de Salvador Jorge Blanco nunca llamó a un poder extranjero a que invadiera el país para tumbarlo. Por el contrario, las protestas fueron –violentas sí- contra la injerencia extranjera a través del paquetazo que dictó el Fondo Monetario Internacional (FMI).
A pesar de que ahora los opositores venezolanos quieren que se restablezca la economía y termine la «hambruna» que ellos no pasan, nunca han vacilado para paralizar el país, hundir la producción petrolera y reclamar injerencia extranjera para que los instale en el poder.
Pero hay que saludar la nueva agenda de la oposición venezolana. Creo que el gobierno de Maduro hubiese sido mejor si tuviese una oposición democrática, cuestionadora, proponente, pero en cambio el gobierno ha tenido tropiezos y desaciertos porque se concentra en defenderse de opositores violentos, turberos y encadenados a poderes extranjeros que no ocultan su deseo de tumbar al gobierno y volver a repartirse la riqueza petrolera con la vieja oligarquía venezolana.
Hay motivos muy poderosos para que la oposición venezolana se volviera sensata y reconociera al gobierno de Maduro y yo solo voy a citar:
Uno; el repunte de los precios del petróleo le está dando oxígeno al gobierno de Venezuela. Dos; el apoyo decidido y manifiesto de Rusia y China, y en menor medida de Irán, han facilitado que el gobierno venezolano cumpla aunque parcialmente sus compromisos de deuda externa y ya no se habla de una crisis de deuda.
Los dos factores anteriores descartar un descalabro económico del gobierno de Maduro en corto o mediano plazo, por lo que es difícil reventar a un poder que tiene un importante segmento popular sacado de la pobreza y de la marginalidad y que es firmemente aliado al gobierno y al proyecto chavista.
Eso se demostró con la reciente elección de gobernadores en la que el chavismo barrió a pesar de que todo el aparato mediático del mundo se le fue en contra.
Con ese cuadro, los más radicaleros y violentos opositores no les ha quedado más remedio que huir. La gente con más lucidez y crítica del gobierno ha entendido correctamente que el país debe estabilizarse y prepararse para ir a elecciones el próximo año para probar suerte.
Por ahí es que va la cosa y el señor Almagro, de la OEA, perdió la batalla en Venezuela pese a que quemó las naves y mucho de su cuestionada credibilidad.
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