Con voz pausada y un poco apagada por el peso de los años, pero con la firmeza de un oficial de marina, Adriano Vidalín Pujols Ortiz, testimonia su experiencia como capitán de navío de la Marina de Guerra, durante la contienda bélica del 24 de abril de 1965.
«La noticia del arresto de los integrantes de la jefatura del Ejército Nacional, entre los cuales se encontraba el jefe de la institución, mayor general Marcos Rivera Cuesta, me sorprendió a bordo del destructor D-501 a las 12:40 de la tarde del 24 de abril de 1965, siendo yo en ese momento el oficial de artillería de dicha unidad que se encontraba en reparación en los astilleros de Benítez Rixach, en la orilla oriental, próximo al ensanche Ozama».
«Bajo la impresión de la agitación que ya se vivía en la tarde, me fui y dormí hasta las 6:00 de la mañana del día 25 cuando volvía al barco, llegó al puente Duarte el Batallón Francisco del Rosario Sánchez, se paró, y el comandante me preguntó cosas queriendo indagar mi posición sobre el movimiento rebelde.
Aclarada mi posición, me ordenó ir al puente a ver quiénes estaban allí. Regresé con la información de que había una mezcla de civiles, militares y policías; algunos de los cuales estaban haciendo bombas molotov.
A eso de las 9:00 de la mañana, junto a Juan Bautista Castillo (Blanco), quien era oriundo de San José de Ocoa, traté de tomar la jefatura de Estado Mayor de la Marina de Guerra, que estaba en la Feria.
Fallamos porque todavía los hombres ranas estaban allí y respondían a su realidad inmediata. Fallamos y fuí apresado y por extraña suerte me encontré libre cuando el contralmirante Francisco Javier Rivera Caminero ordenó que todos los marinos pariteran hacia Haina donde lo esperaba la fragata F-101, con la que a las 11.30 de la mañana se bombardeó el Palacio Nacional.
Cuando el contralmirante dio la orden, yo esperaba en un saloncito al lado de su despacho en calidad de preso por orden del capitán de fragata Federico Antonio Amiama Castillo, subjefe de la Marina.
Esperábamos esperando que jefe de la Marina nos recibiera, cuando lo escuché tratar por teléfono con el coronel Elías Wessin y Wessin, de la creación de una Junta Militar, dejando a los coroneles sublevados fuera y que luego tratarían el caso de la soldadesca.
Esa misma noche, con un grupo de civiles tomé la emisora La Voz del Trópico, sin resistencia, ubicada entonces en la calle Arzobispo Meriño, a 60 metros de las ruinas de Santa Bárbara.
Después de leer un mensaje de exhortación a los miembros de la Marina a que dejaran los cuarteles, abandonamos esa estación.
Más adelante, establecí el comando Josefa Brea, en la casa número 98 de esa calle, casi esquina Federico Velázquez. Ahí duramos operando cerca de dos semanas, hasta que la operación limpieza, contra la cual combatimos también, nos aniquiló el 22 de mayo de 1965.
A pesar de todas las bajas que sufrimos, pude cruzar al día siguiente a Ciudad Nueva. Una vez integrado a las fuerzas revolucionarias que operaban allí, se me asignó para que me hiciera cargo del comando San Carlos, ubicado en el Colegio Niño de Atocha, en sustitución del primer teniente del Ejército Héctor Pimentel García, desde donde combatimos con fiereza a las fuerzas interventoras, junto al comando «Los Rolitas».
Participamos en los combates que se produjeron los días 15 y 16 de junio. De igual manera, combatimos juntos, a las tropas de los brasileños el 31 de agosto. Los brasileños nos asediaban a diario en la 30 de Marzo esquina México.
Si mal no recuerdo, ese fue el último combate que hubo en Ciudad Nueva. Ocurrió tres días antes de la entrega de la Presidencia de la República al doctor Héctor García Godoy Cáceres, quien pasó a ser el Presidente Provisional, en sustitución del coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, quien había renunciado.
Después, ya en el Campamento 27 de Febrero, viajé a Santiago con el grupo que fue a la misa celebrada en honor al coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez, donde combatí en la memorable y desigual batalla del Hotel Matún, junto a las tropas del coronel Caamaño Deñó.
En el campamento 27 de Febrero, siendo oficial comandante de la Compañía B de la Marina de Guerra, me negué a ir a estudiar carpintería a Norfolk, Virginia, el 25 de noviembre de 1966, siendo el doctor Joaquín Balaguer, presidente de la República.
Luego caí preso en cárcel del kilómetro 12, en Haina, cuando iba para Ocoa, mi ciudad natal, como otros tantos compueblanos, para contar con orgullo las historias vividas durante los días de la revolución.
Fui llevado como prisionero al buque auxiliar BA-105 surto en Haina oriental y logré ser liberado al siguiente día al llevarme frente al contraalmirante Ramón Emilio Jiménez hijo, que ya era al jefe de la Marina, y a quien prometí integrarme ese día a la Marina cuando entregara todo en Ciudad Nueva, cosa que nunca hice, porque sabía que, por mi historia de combate en la revolución, sería un fusilado seguro.
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