SANTO DOMINGO.- El nacimiento de Aimara Montserrat coincidió con los peores días de la crisis sanitaria en la República Dominicana a causa del coronavirus; la emoción más importante que pudiese tener una mujer sobre la vida, la ilusión de ver a su hijo naciendo sano, se diluyó entre el miedo y la incertidumbre inimaginable de dar a luz en medio de una pandemia.
“Uno siempre lleva sus miedos, es un proceso complejo, difícil y hay cosas de los bebés que tú no sabes hasta el momento en que nacen… imagínate parir en cuarentena, es aumentar ese nivel de estrés, de ansiedad, de pánico…”, cuenta Esmeralda Mancebo, la valiente madre que la madrugada del jueves, alumbró a una niña de siete libras.
No era el primer parto de la doctora en Derecho, pero esta vez el estrés hizo un acto de presencia magistral. Aunque el personal de salud siguió cuanto protocolo existe en los libros de epidemiología, en cada pasillo, en cada ascensor, en cada objeto, Esmeralda veía un posible enemigo.
“Cada persona tú la miras y te preguntas ‘¿ese estará enfermo?’”, continúa la mujer que, encima de todo, tuvo que parir sola, con la única compañía de sus doctores de cabecera.
Hasta dos días antes y con más de cuarenta semanas de embarazo, Esmeralda tampoco estaba segura de dónde nacería su hija, pues, los únicos dos hospitales capitaleños que había contemplado durante la gestación, pasaron a ser centros COVID-19 en un abrir y cerrar de ojos.
“Y no puedes dejar de pensar en tu hijo, en las medidas que tienes que tomar también luego de que nace. Piensas: “¿estaré contaminada?”, ¿cómo lo voy a tocar?”, relata la abogada.
Con la angustia jugándole todas las fichas en contra, Esmeralda recuerda el parto con más extrañeza que miedo: más que asustada, incómoda.
“Siempre usando la mascarilla, encima de ese dolor que uno siente a la hora de un parto natural, un dolor indescriptible”, describe, agradeciendo al mismo tiempo al personal sanitario, que a toda hora estuvo pendiente a mantenerla protegida.
En las calles, agitación y miedo, y ya dentro del hospital, desde la sala de parto hasta las habitaciones, todo va forrado con plásticos, como si fuese una película, todo especialmente raro, colmado de alcohol en gel, lavado de manos y cero visitas.
Ya en casa, hacer muchas videollamadas, cocinar, cuidar a la niña y trabajar por Zoom. Ya habrá tiempo para encuentros con los abuelos, los tíos y los primos, para los abrazos y besos.
Contracciones, coronavirus y mil quintales de fiereza, en esos tres elementos se resume la historia de una mujer que aunque ya se sabía valiente, hasta ahora, no había caído en cuenta de lo fuerte que es y que son todas, porque a fin de cuentas no existe amor más férreo que el de una madre por su hijo.
En un futuro, Esmeralda podrá contarle a su hija todo lo que hizo para que sintiera que había nacido en un momento especial y no en medio de una debacle mundial.
“Pero no nos queda de otra, tomar las medidas tanto antes, durante, y después del parto y tener fe, de que aparte de todo lo que uno pueda hacer, pues que también las cosas salgan de manera positiva”, concluye Esmeralda, mientras al fondo se escucha el llanto de la pequeña Aimara, cuyo único problema en el mundo, es su toma de leche.
Al final, la gente se está muriendo sola, y ella, en cambio, tiene en sus brazos a lo más grande de la vida: la vida misma.
Fuente: El Nuevo Diario
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