Por: Harris Castillo
Somos muchos Ocoeños los que sentimos que la sociedad nuestra no es sólo distinta a la de hace algunas décadas, cosa ésta explicada por la dialéctica, sino que además ha empobrecido.
Quisiera estar equivocado y que ese sentimiento o percepción constituya una falsa alarma. Sería de gran felicidad. Mientras, me siento en la obligación de expresar la preocupación que comparto con un segmento importante, si no mayoritario, de hermanos Ocoeños.
A lo más que aspiro en este artículo, es a estimular un debate sincero y franco sobre las posibles causas de lo que considero «un empobrecimiento económico y moral de nuestra provincia». Podríamos obtener un diagnóstico que nos arroje una definición más clara de lo que queremos ser como colectivo, y si fuésemos tan afortunados de agotar este primer paso, habríamos iniciado uno de los procesos más esperanzadores sobre el futuro de nuestro pueblo y nuestra gente.
Veamos el plano del empobrecimiento económico. Produce Ocoa hoy, más riqueza que ayer? Me apresuro a decir que no, sin intentar ser concluyente. Muy a pesar de la dinámica económica que se observa en el consumo de alimentos, ropas y bebidas importadas, más y mejores construcciones y un aumento en el parque vehicular. Esta riqueza no parece provenir de la producción local de bienes y/o servicios.
La presión migratoria que impulsó el paso del huracán David a partir del año 1979, dejó a la provincia sin mano de obra. Baní fue el mayor receptor de nuestros exiliados económicos y sus campos florecieron como nunca antes.
Ese flujo migratorio no se ha detenido, a pesar de la dinámica económica que de manera efímera y perjudicial para la provincia, representó la construcción de la presa Jiguey y el contra embalse Aguacate. Europa, Norteamérica y el Este de la República Dominicana, han sido los siguientes receptores de nuestros exiliados económicos, que reitero no se detiene.
Debo aclarar aquí, por qué considero perjudicial para la provincia, la construcción de las obras mencionadas: La corrupción aumentó drásticamente, centros de bebidas, prostitución, y un proceso muy acelerado de transculturización. Sobrevaluación de la tierra, que como agente sujeto de plusvalía puede parecer positivo, pero alejó los inmuebles del poder adquisitivo de la clase media de la época. Este fenómeno nos dejó algunos nuevos ricos y una clase media reducida. La necesaria creación de áreas protegidas por la construcción de la presa, no solo limitó la producción de la zona, también creó, en La Ciénaga, una concentración urbana muy numerosa, sin medios de producción alternos para generación de empleo. A eso agregamos la parte más dolorosa, y es que la misma presa, a la provincia no le rinde ningún servicio, ni de agua potable, ni de electricidad, ni de riego, todos ellos de mucha carencia en la provincia.
La pérdida de la mano de obra, se llevó de paro la estructura económica que soportaba la producción de nuestros campos. Una red de poderosos financistas, intermediarios y empleadores que gestionaban un futuro maravilloso y un presente del que todos fuimos orgullosos.
Las firmas fuertes de la provincia, entre ellas H. Pimentel, Yamil Isa, Emilio y Antonio Castillo, Amílcar Báez, Font Gamundy, los hermanos William y Cesar Read, William Tejeda, que por su sistema de negocios generaban una gran distribución de riquezas, se fueron quedando sin manos para hacer parir la tierra, dando paso a la orfandad de nuestros campos.
Firmas locales como Rafael Arias, Domingo Castillo, Fefén Ortiz, Juan Toña, Enerio Medina en Rancho Arriba; En Mahoma, Bernardo Roa, Elpidio Medina, los Hermanos Sánchez (hermanos de Eugenio), Manuel Alcántara; en Nizao, Eligio Tejeda, Colombino Read, Betico Casado y otros; Silvio, Juan y Mirito Ortiz y Gonzalo Castillo en las Auyamas; Julio Báez, Carlos Bulina, Gabriel y Graciano Ortiz, en Sabana Larga; Román y Neftalí Castillo, Ramón Medina, en Rio Abajo; Trajano Tejeda en Domingo Frio; En El Rosalito, Cijo y Cruz Báez, Ramón Encarnación (Món Prudencia). En La ciénaga Toño Rivera, Geño y Juan Antonio Chalas; En El Naranjal Roberto Santana, Freddy Velázquez. En La Horma, los hermanos Mancebo (hermanos de Chu), Bolívar Sepúlveda. En la zona Oeste, El Pinar, Arquímedes Díaz. Muchos más se escaparán a mi memoria, de otros no alcanzo a tener conocimiento.
Esta red motorizaba la economía Ocoeña de tal forma, que la cantidad de productos que salían en camiones hacia los mercados y casas nacionales, era muchísimo mayor que la que sale al día de hoy de nuestros campos. Y es que gracias a ellos, cada campesino tenía financiada su existencia, sus cosechas, su alimentación, sus vestimentas, sus medicinas, su diversión y sus imprevistos, sin más credenciales que sus valores morales, motivación suficiente para producir ciudadanos honestos. Nuestros campos eran entonces, semilleros de familias honorables, laboriosas, orgullosas y felices.
Ocoa tiene carencias en titulación de tierras, requisito para acceder a créditos de la banca formal, peor aún, la agricultura es una actividad de alto riesgo y la banca no la financia y si lo hace es a tasas de interés más alta que en otras actividades económicas.
La red de financistas tenía a Ocoa produciendo por los cuatro costados, su desaparición supuso la formalización de la producción como mecanismo de financiamiento, solo al alcance de los que pueden gestionar garantías hipotecarias, en virtud de que la producción como garantía prendaria está en extinción. Esto también limita la capacidad de absorber la mano de obra extranjera que nos llega del vecino occidente.
Las fuentes de empleo han sufrido una metamorfosis. No hay tierra en producción para absorber a los marginados. Las plantaciones de café están diezmadas, los grandes almacenes y sus tendales desaparecieron, la producción de guandul, habichuelas o maní que antes inundaban nuestros campos y los convertían en fiesta convitera, se ha cuasi extinguido. La Horma ya no es la campeona nacional en producción de papas o cebollas.
Las bancas de apuesta, que por su naturaleza generan concentración y baja distribución de riqueza, así como los invernaderos, el motoconcho y los colmadones, no tienen la capacidad para generar la cantidad de empleos que hacen falta.
Fuera de la artesanía, la producción de empaques en madera preciosa que gestiona Edward González, el procesamiento de agua y la limitada industria dulcera de la Sra. Lolín, no existe valor agregado a la enorme cantidad de materia prima local.
Hoy encontramos más casas lujosas en nuestra provincia, pero tenemos muchos más inquilinos que algunas décadas atrás.
El crecimiento de los cinturones de miseria en los dos principales municipios, son muestra de la creciente pobreza que les margina. Ocoa ha crecido en población pero nuestra gente se ha hacinado en nuestros barrios.
Ocoa tenía mas glamur hace algunas décadas que el que puede exhibir hoy, un cine y un parque para incentivar el amor, la amistad y la familia; un club exclusivo para la desaparecida burguesía; Bar Tres Rosas, Marien, Rancho Francisco y más tarde El Roble y Las Jessicas, acogían grandes encuentros festivos con más o menos clase, (en el Tres Rosas no se bailaba sin traje mientras Pururú tuvo fuerzas), hoy solo nos queda Rancho Francisco, gracias a la visión de los jóvenes Jorge y Ricardo.
Tenemos más vehículos, motores, electrodomésticos y más endeudamiento. La calidad de la alimentación se ha reducido, ya que importamos un gran porcentaje de lo que antes producíamos: carnes, leche, huevos, víveres, granos y frutas, que pierden propiedades en almacenamiento y transporte. Paradójicamente en Ocoa estamos tomando café importado de Vietnam.
La economía de nuestra provincia está básicamente sustentada por, y en ese orden, las remesas y la nómina estatal, dejando en un tercer plano la producción de bienes fundamentalmente agrícolas. Si queremos desarrollar la provincia, debemos reincorporar nuestras abandonadas tierras a la producción agrícola e incorporar la producción de servicios utilizando el ecoturismo como eje transversal.
Las razones, de lo que doy por llamar «un empobrecimiento económico y moral de nuestra provincia» y que tiene otros componentes además de la pérdida de mano de obra, es lo que debemos abordar, utilizando argumentos medibles y sin reducirlo al simplismo de la reminiscencia, si determinamos la certeza de la premisa.
Expondremos esas razones desde nuestra óptica, en una entrega posterior a nuestra hipótesis sobre el empobrecimiento moral que no tratamos aquí. Mientras tanto, invito a los conocedores del tema, enriquecerlo con sus sabias opiniones o, si lo entienden más apropiado, desmontar estos argumentos ayudándonos a ver otra perspectiva.
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