En los últimos tiempos he notado una crítica inusual hacia la ciudad de Nueva York en algunos medios de comunicación de mi natal República Dominicana. Confieso que, en ciertos momentos, al escucharlos me pregunto si acaso están hablando de otra ciudad con el mismo nombre. Llegan incluso a decir que Nueva York atraviesa su peor momento. Este discurso me ha motivado a escribir este artículo sobre la ciudad en la que actualmente reside.
Ha pasado más de una década desde mi primera visita a Nueva York. Ya conocía bastante sobre ella gracias a la amplia difusión que recibe en películas y series. Sin embargo, fue durante un verano, en un breve viaje a Washington DC, que mi primo Julio —quien me reconoció en la capital estadounidense— me dijo de forma jocosa: “Príncipe, antes de nuestro largo viaje a las Carolinas, pasemos por Nueva York a visitar a mi tío en el hospital”. Inmediatamente me sentí emocionado por la inesperada sorpresa, sin saber que sería amor a primera vista.
A medida que nos acercábamos y veíamos los imponentes rascacielos a la distancia, ya me sentía dentro de una película. Aquella primera interacción fue muy breve y no me dio tiempo a percibir los desafíos que enfrentan quienes vivimos en esta ciudad: el número uno en casi todas las métricas de calidad de vida, pero también una de las que presenta la brecha más amplia entre ricos y pobres.
La ciudad que todos creen conocer.
Pocas ciudades en el mundo despiertan tantas opiniones como Nueva York. Para algunos, es el epicentro del éxito, la libertad y la cultura. Para otros, es una ciudad desbordada, insegura y decadente. En los últimos años, esa segunda narrativa ha ganado terreno, especialmente en redes sociales y ciertos medios que amplifican títulos alarmistas sin el contexto necesario.
Desde afuera, muchos imaginan a Nueva York como un lugar caótico, donde el crimen es incontrolable, la pobreza desborda las calles y el costo de vida hace inviable cualquier intento de progreso. Se escucha decir que “ya no es lo que era”, que “ha sido tomada por el desorden” o que “los neoyorquinos están huyendo en masa”. Estas percepciones se construyen, en parte, sobre imágenes reales —pero aisladas— que se viralizan, amplificadas por discursos políticos o intereses mediáticos.
Sin embargo, lo que a menudo se omite es que Nueva York siempre ha sido un espejo donde cada época proyecta sus temores: fue así en los años 70 con el colapso fiscal, en los 80 con la epidemia de drogas, en los 2000 con el terrorismo, y ahora con la pospandemia. La narrativa del “declive de Nueva York” se repite cíclicamente, aunque la ciudad sigue reinventándose y avanzando.
La ciudad que conocemos los que vivimos aquí.
Quienes vivimos en Nueva York sabemos que la ciudad es mucho más compleja —y mucho más rica— de lo que muestran los titulares. Aquí, la vida ocurre en los detalles: en el saludo del bodeguero, en el bullicio del metro por la mañana, en los idiomas que se cruzan en una sola cuadra, en la energía inagotable de quienes, con o sin papeles, construyen su futuro todos los días.
Nueva York no es una postal, es una red viva de comunidades. Y para los dominicanos, esa red tiene varios epicentros: el Alto Manhattan y, cada vez con más fuerza, el Bronx. Desde la calle 135 hasta Inwood, pasando por Fordham Road, Castle Hill o Grand Concourse, estos sectores no solo concentran una parte significativa de nuestra comunidad, sino también una memoria colectiva tejida con décadas de trabajo, lucha y celebración. Es en estos barrios donde suenan el merengue, la bachata y el dembow en las esquinas, donde se mantiene viva la conexión con la isla.
Más allá de esos sectores, barrios como Jackson Heights, Sunset Park o Harlem muestran la diversidad de esta ciudad. Cada uno es un pequeño universo donde la identidad local se mezcla con la historia global. Es cierto que hay desigualdades evidentes, pero también hay millas de esfuerzos silenciosos: organizaciones comunitarias, proyectos culturales, iglesias, pequeñas empresas y agencias públicas que luchan cada día por sostener el equilibrio social.
Muchos que critican a la ciudad no han experimentado lo que significa vivir aquí con dignidad, luchar por el alquiler, compartir el parque con gente de todo el mundo, o enviar a sus hijos a escuelas donde se hablan más de 100 idiomas. Tampoco ven la solidaridad que se activa cuando hay crisis —huracanes, pandemias, apagones— y cómo la gente común responde con una rapidez y creatividad que pocas ciudades del mundo pueden igualar.
Las verdades incómodas
Decir que las críticas a Nueva York no tienen fundamento sería ingenuo. Esta ciudad enfrenta desafíos profundos que afectan la vida cotidiana de millones: la crisis de vivienda, el alto costo de vida, la desigualdad persistente, la salud mental sin atender y, en muchos casos, una burocracia que parece diseñada para frustrar al más paciente.
Caminar por ciertas partes del Midtown o del sur del Bronx y ver personas durmiendo en la calle es una experiencia dolorosa. Acceder a un apartamento digno y asequible puede parecer imposible, y el sistema público muchas veces no responde con la agilidad que exige una ciudad de este tamaño.
Pero también sería injusto no reconocer los esfuerzos que se hacen desde lo público y lo comunitario para responder a estos retos. La ciudad invierte en albergues, programas de vivienda, salud mental, educación bilingüe, derechos laborales y asistencia legal. Hay agencias, líderes comunitarios y organizaciones sin fines de lucro que trabajan incansablemente para cerrar esas brechas, aunque el camino sea largo.
Un ejemplo significativo es la apuesta por la detección temprana de la dislexia en los niños del sistema escolar, una iniciativa prioritaria para la administración del alcalde Eric Adams. En palabras del propio alcalde: «Cuando no identificamos a un niño con dislexia, lo que hacemos es preparar una celda en Rikers Island. Yo quiero preparar un pupitre, no una celda». Esta visión de justicia social desde la educación demuestra cómo la ciudad no solo reconoce sus desafíos, sino que los enfrenta.
Nueva York en cifras
Seguridad:Según el NYPD, los delitos violentos han disminuido en comparación con los picos de los años 90 y principios de los 2000. En 2024, se reportó una reducción general del 4% en los delitos mayores. Además, se han implementado estrategias como Precision Policing, el fortalecimiento del programa Cure Violence y la expansión de las unidades de respuesta a crisis de salud mental, que priorizan el enfoque preventivo y comunitario.
Economía : El PIB de la ciudad supera los 2 billones de dólares. Nueva York es el segundo ecosistema de innovación del mundo y cada año atrae inversiones millonarias. La tasa de desempleo se mantiene por debajo del promedio nacional, y sectores como tecnología, salud y turismo continúan creciendo.
El mercado inmobiliario es una muestra clara de esta vitalidad. En los últimos tres años, Nueva York ha registrado ventas récord en propiedades de lujo, especialmente en Manhattan. Solo en 2023, se realizaron más de 300 transacciones por encima de los 5 millones de dólares, y varias superaron los 50 millones. Estas cifras reflejan la confianza sostenida de los inversionistas en el futuro urbano y cultural de la ciudad.
Transporte e infraestructura: Nueva York cuenta con uno de los pocos sistemas de transporte público del mundo que opera las 24 horas, los 7 días de la semana. La red incluye 472 estaciones de metro, 24 líneas activas de tren y más de 5,800 autobuses en más de 300 rutas. La MTA ejecuta actualmente un plan de capital de más de 50 mil millones de dólares para modernización, accesibilidad y sostenibilidad.
Educación: Con más de un millón de estudiantes, el sistema escolar neoyorquino es el más grande del país. En los últimos tres años, se han lanzado iniciativas como NYC Reads, el programa de detección universal de dislexia, la expansión de Gifted & Talented en todos los distritos, y la plataforma digital MyCity, que facilita a las familias el acceso a múltiples servicios educativos y sociales.
Migración y diversidad:Uno de cada tres neoyorquinos nació fuera de los Estados Unidos. En las escuelas públicas se hablan más de 130 idiomas, y el 49% de los residentes habla en casa un idioma distinto al inglés. Esta diversidad no es una carga: es una de las mayores ventajas estratégicas, culturales y económicas de la ciudad.
Renovación urbana: Nuevos íconos y espacios verdes
En los últimos años, Nueva York ha vivido una transformación urbana que la ha vuelto aún más atractiva y habitable. Nuevos espacios han surgido donde antes había abandonado la infrautilización, combinando innovación arquitectónica, áreas verdes y programación cultural.
Hudson Yards, inaugurado en 2019, es el desarrollo inmobiliario privado más grande en la historia de Estados Unidos. Incluye rascacielos de oficinas y residencias, el centro cultural The Shed, el mirador Edge y The Vessel, actualmente utilizados para eventos comunitarios.
En Brooklyn, DUMBO ha evolucionado de zona industrial a distrito tecnológico y artístico. Sus calles adoquinadas y su icónica vista del puente de Manhattan se han convertido en símbolo de la nueva vitalidad de la ciudad. Allí se celebran eventos como el Dumbo Drop, festivales de cine, ferias y actividades educativas.
Little Island,inaugurado en 2021, es un parque flotante sobre el río Hudson. Diseñado por Heatherwick Studio, cuenta con senderos, jardines y un anfiteatro al aire libre con programación gratuita. Junto con el High Line, Brooklyn Bridge Park y otros espacios recuperados, demuestra el compromiso de la ciudad por ofrecer bienestar, arte y acceso verde en el corazón del paisaje urbano.
Conclusión: Una ciudad que lleva sus cicatrices con orgullo, y nunca deja de transformarse.
Al caminar cada mañana alrededor del Jacqueline Onassis Reservoir en Central Park y ver cómo cada año aparecen nuevos rascacielos en el horizonte, pienso en esta ciudad: imperfecta pero vibrante. Nueva York no es solo un lugar, es una forma de vida que te exige, pero también te transforma.
Es fácil hablar de Nueva York desde la distancia, juzgarla por lo que se ve en redes o por titulares que ignoran el contexto. Pero quienes la vivimos sabemos que su historia no se escribe en blanco y negro, sino en matices, idiomas, acentos, desafíos y conquistas diarias.
Quizás por eso, aunque a veces me pregunten si sigo viviendo en Nueva York, respondo con certeza: sí, y con orgullo. Porque aquí, entre tanto ruido, sigue latiendo una ciudad que no se rinde.
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