Este es un año para darle gracias a Dios, por la vida. Al momento de la redacción de este artículo, nuestro país registra 2,206 muertes causadas por Covid-19. Esta cifra tal vez habrá aumentado cuando se publique el artículo. Si usted ni yo somos parte de esta estadística de muerte, debemos estar agradecidos.
El virus, de origen dudoso, ha tenido gran impacto en el mundo entero, en la vida de la gente, en la familia y en lo que conocíamos como cotidianidad. No tiene sentido pretender continuar como si nada estuviera pasando, o asumir la estúpida postura de “cansarnos” de las medidas que tratan de mitigarlo.
No se trata de ñoñerías. ¡Es el mundo que está de rodillas ante este virus! Se trata de vida o muerte. Y todavía vemos personas que pretenden rebelarse, no sé ¿contra qué o contra quién? Quieren encontrar culpables. Desdeñan las medidas preventivas, no usan mascarillas, no se desinfectan y quieren compartir esa irresponsabilidad de vida con sus semejantes.
Peor todavía, vemos a los superhéroes que entienden que los toques de queda no son para ellos. Que un aura divina les exime de cumplir con su responsabilidad preventiva, no solo con ellos mismos, también con su familia y con los demás.
La humanidad sigue a prueba. No se trata de la vacuna, la ivermectina o el aceite de coco. Se trata de una prueba que nos pone la vida, a ver si como sociedad global podemos vencer esta pandemia.
La vida hay que agradecerla. Y una buena manera de agradecer es siendo responsables y asumiendo nuestro papel en esta lucha de la humanidad, contra un elemento que todavía hoy, tiene un comportamiento indescifrable.
Hay que dejar las tonterías y ñoñerías a un lado. Hay que celebrar la vida, continuando hasta vencer.
Salmos 118:21
Te daré gracias porque me has respondido y has sido mi salvación.
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