Por:Ricardo Castillo.
-La oposición política dominicana debe cuidarse de festejar los resultados que cosecha el oficialismo, del la actual crisis post 16 F, donde la Junta Central Electoral, por motivos aún desconocidos, no ha establecido las causas ni las consecuencias de la suspensión de las elecciones municipales programadas para la citada fecha.
Pareciera lógico el festejar; el gobierno está recogiendo los frutos de una serie de errores estratégicos que se remontan a varios años atrás, y que no han sido tomados en cuenta gracias a los aparentes buenos resultados de dichas estrategias. Pareciera que los estrategas del gobierno tampoco sometieron a evaluación de control esos resultados y sus posibles errores de verdad.
Un buen número de estudios de mercado reflejaron contradicciones que debieron llamar la atención de los expertos, como el hecho de la alta favorabilidad hacia el ejecutivo, y el bajo nivel de aprobación de los ciudadanos en temas puntuales como migración, transparencia y seguridad pública.
Olvidaron, los expertos, medir variables exógenas a la gestión, inherentes al reconocimiento a la dilatada vida pública del presidente, la percepción sobre su humildad, valores familiares, y cercanía al hombre de pueblo, todos ellos generadores de empatía; luce que no midieron sus efectos en situación de ruptura.
Llegamos a un escenario previsible, estamos en una crisis política que puede desencadenar en una crisis social, y muy peor aun, en una crisis institucional de mayor dimensión a la producida por el golpe de estado al profesor Juan Bosch, en 1963.
Cabe entonces salvaguardar esa débil institucionalidad de hoy, y seguir apostando por el camino de la democracia. Acorralar al presidente y dejarlo hundirse con sus errores, es una acción seductora, pero como estrategia es tan errática como las que nos han traído hasta esta crisis.
Dejar, como estrategia, que se sigan profundizando las expresiones de repudio al gobierno por parte de la ciudadanía, puede desencadenar en escenarios no deseados: la represión de dichas manifestaciones y sus secuelas de apresamientos, torturas y muertes, casi siempre es el primer eslabón; la renuncia del presidente, que aun negociada, traería un periodo de inestabilidad política que afectaría a todos los agentes de desarrollo; el endurecimiento de la posición gubernamental de mantenerse en el poder, que puede generar un régimen de fuerza, y la sucesiva ingobernabilidad que tiraría por la borda el proceso de estabilidad económica iniciado en 1992, con sus secuelas de desabastecimiento en todos los aspectos normales de la vida.
El gobierno debe estar consiente a estas alturas, que debe asumir el sacrificio. Debe estar consciente que sus estrategias de permanencia no han dado resultados positivos y que la población pide su salida.
La oposición y el liderazgo nacional, acusados igual que el gobierno de falta de credibilidad, debe dar un paso al frente y evitar que esta crisis se agudice; y asistidos por organismos internacionales, ofrecer un mecanismo de solución a un pueblo a punto de estallar.
El mecanismo de solución que ofrezcan los actores arriba mencionados, pasa por ofrecer una salida decorosa al gobierno. No hablamos de impunidad, sino de garantías de que no se desatará una cacería de brujas que desconozca los derechos fundamentales del ciudadano; e incluso, si fuera necesario el borrón y cuenta nueva, es preferible, en aras de preservar la vida humana de los dominicanos, y la vida institucional de la patria. No acorralen al gobierno, y ayúdenlo a no acorralarse a sí mismo; hacerlo es la peor estrategia en este momento.
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