Por Omar Ureña
El 11 de junio mientras me encontraba promocionando una agrupación musical cristiana que tenía una gira en Ocoa, accidentalmente estaba haciendo algunas grabaciones de videos en el parque Libertad de esta ciudad, cuando se me acercó un señor que al saludarlo, sus manos repletas de callos fue su mejor carta de presentación para saber que estaba frente a un infeliz campesino que trabajaba de día para comer en la noche.
El protagonista de esta historia es Heriberto Arias, quien en ese entonces nos hizo una denuncia sobre un apresamiento irregular por una patrulla de investigación policial, que según sus declaraciones, mientras este se encontraba a las cinco de la mañana en el sector La Barra, esperando transporte para desplazarse a la comunidad de La Horma a trabajar agricultura, dos agentes motorizados lo condujeron al cuartel policial bajo la sospecha de poseer drogas narcóticas, amenazándolo con colocarle una funda negra con esa sustancia.
Esa noticia no trascendió, se quedó ahí, nadie dijo nada, los policías que lo apresaron lo despacharon 4 horas después y le dijeron que lo hacían porque sabían que él era un hombre serio ¿Y los fiscales en las dotaciones policiales que pito tocan? ¿la Policía es juez y parte? No quiero seguir auto interrogándome por la soberbia que me provoca solamente pensarlo.
Resulta que en fecha reciente el mismo protagonista de la historia ya contada sintéticamente vuelve a ser noticia, pero esta vez salió a relucir más allá del Canal de la Mona, por así decirlo, los medios en su gran mayoría colocaban titulares grandes, de un hombre que supuestamente había sustraído dos millones de pesos de una agroquímica en la provincia Peravia.
Desconocemos por el momento en que consistió la medida de coerción impuesta por un tribunal a este señor, quien según unas declaraciones a través de un video de Plácido Alcántara Jr. fue puesto en libertad por un juez al determinarse que no tenía implicaciones con el caso por el cual fue apresado.
De manera que nos entristece que los grandes culpables de la delincuencia, atracos y muchas muertes violentas en el país sean producto de la deficiencia probada de los organismos de inteligencia del Estado, incapaces de establecer con el sentido lógico común donde se encuentran los verdaderos culpables de hechos reñidos con la ley.
Andar harapientos, tener callos, heridas por los surcos de la tierra, trabajar de sol a sol para comer, es un delito que los grises persiguen, amenazan, le colocan drogas, los matan en intercambios de disparos y como no tienen ni con que morirse, que se repita la fiesta y aquí no ha pasado nada.
¡No señor! Eso es mentira, jamás… mientras estemos mental y hábilmente para diferenciar los hechos, los infelices no pueden ser la justificación para caer en gracia con los superiores de que se está trabajando, cuando a todas luces podemos ver que no es más que un atropello a los que no tienen voz.
¡Abusadores!
¡Si ombe sí!
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