Wilkin García Peguero «mantequilla» es un fenómeno que acapara la atención de todo un país debido a su propuesta de doblar inversiones a corto plazo. De momento se analiza el evidente negocio piramidal pero, poco o nada, sobre el comportamiento psicológico o respuesta sin fundamento de aquellos que optaron por invertir. Ahí puede perfectamente existir el más claro retrato de la mentalidad dominicana promedio.
La figura de mantequilla se convierte en objeto de estudio sociológico; el muchacho de barrio con ganas de superarse pero, por alguna razón, decide el camino corto, ir contra el sistema o implementar lo que piensa es la estrategia del siglo. Desde luego, podemos estar frente a un engañador a sabiendas.
Estafas tipo pirámides las hemos tenido «desde que cuca bailaba», algunas disfrazadas de multinivel. El impacto de mantequilla es, quizás, lo desproporcionado en ganancias y plazos. Lo que llama la atención es el círculo vicioso, la gente sigue cayendo una y otra vez en lo mismo. Ese actitud es la que debería llenar titulares.
Se habla de pobreza socioeconómica en República Dominicana y es evidente su existencia. Ahora bien, siempre he creído mi país tiene una pobreza extrema instalada en la cabeza. El divorcio entre la realidad y los números aportados por organismos internacionales es causa de choques mediáticos y callejeros. Tenemos pobres por un tubo y siete llaves pero la pobreza mental crea percepción y realidad de mayor pobreza de bolsillo.
No hay forma de explicar el hecho de ver una considerable cantidad de personas invirtiendo altas sumas de dinero en negocios fuera de sentido común o actividades de alto riesgo. Uno se hace preguntas: ¿por qué no toman ese dinero para hacer inversiones inteligentes en asuntos probados?, ¿por qué piden prestado para eso y no para otras cosas provechosas?.
Lo mismo ocurre cuando sabemos de viajeros en yola que pagan una considerable cantidad de dinero para arrojarse a los brazos de la muerte. De igual forma, la gran cantidad de profesionales que viven vidas miserables y mediocres, siempre acusando al fantasma sistemático o «falta de oportunidades».
Conclusión: el dominicano promedio acusa pobreza mental y, por ende, se explica en parte la alta tasa de analfabetismo funcional. Las cadenas mentales hacen a pobres pronunciar expresiones lapidarias tales como «el pobre no es gente» y un constante acusar a los gobiernos y ricos de sus desgracias. Existen buenas opciones pero la paciencia no acompaña, queremos dinero rápido, al mínimo esfuerzo. Hace falta educación financiera en las aulas y a través de los medios de comunicación. Es necesario leer, abrir la mente y aprender otras cosas, dentro de las carreras y más allá de los títulos académicos. Por último, «si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma va a la montaña».
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