La pandemia que azota la psiquis universal en este tiempo, ha desnudado a la civilización humana, presentándola tal cual es, donde cohabitan grupos que permanecen es un estado primitivo, otros que han avanzado en su estado evolutivo.
Aun hoy, de vez en cuando nos da “hipo”, como un recordatorio, según los evolucionistas, de la etapa en que fuimos seres acuáticos.
Tenemos un cerebro reptiliano, que nos mantiene atados al tiempo en que deambulábamos por las sabanas africanas expuestos a cualquier depredador, donde el único objetivo era la supervivencia, alimentarse y no ser alimento de otro, indiferentes a la suerte de los demás miembros de la manada.
Pudiera pensarse que la predominación de las acciones instintivas en grupos de humanos, es un fenómeno global, por suerte las evidencias nos desdicen. El ser humano ha perdido su esencia gregaria, pero solo en grupos que aun no logramos desarrollar la predominación del neocortex.
Los acontecimientos que se han desarrollado en nuestro pueblo de San José de Ocoa, ante la amenaza del COVID-19, nos ponen a repensar el concepto de sociedad que venimos enarbolando, y los verdaderos valores que conforman nuestro conjunto de creencias.
Antes de la segunda guerra mundial, ya se engendraba en Francia un pensamiento crítico ante el salvajismo que visualizaban los pensadores que le dieron discurso a la rebelión del 68, de una sociedad dividida entre productores o consumidores, un salvajismo que se profundiza dando paso a lo que Mario Vargas Llosa, llama “La civilización del espectáculo” (muy distinto a “La sociedad del espectáculo de Guy Debord”).
En esta civilización del espectáculo, lo que menos cuenta es el ser (humano), a menos que su puesta en escena no beneficie el espectáculo, el morbo, la satisfacción del ego, y por supuesto, al consumo.
¿Podemos hablar de sentido de identidad, fraternidad, solidaridad cuando rechazamos a los nuestros y los abandonamos en el primer recodo?.
¿Podemos hablar de valores familiares cuando condenamos la expresión de amor incondicional de unos hermanos que van a socorrer a uno de los suyos y les rechazamos como leprosos?
¿Podemos hablar de religiosidad o de fe, cuando condicionamos nuestro bienestar a la desgracia ajena?
Durante este fenómeno que pende sobre el sosiego de nuestro pueblo, hemos visto cómo el sistema le ha fallado a sus ciudadanos, pero también las carencias humanas que acarreamos como pueblo.
A Godofredo y a Maguey, le ha fallado el sistema. Al primero negándole las condiciones mínimas de humanidad. Una simple prueba hubiese puesto a la familia en condiciones de lograr otras atenciones y hasta de despedir con conformidad a su ser querido; al segundo, convirtiéndolo en apátrida en su propio pueblo, ante la incapacidad del sistema de proveer la información correcta, y las condiciones sanitarias para ser tratado con la misma dignidad que reclamamos en el primer caso. El sistema les negó ese derecho, pero también les ha fallado Ocoa, su pueblo.
Hemos asistido con asombro, a un espectáculo donde los hermanos rechazan a sus hermanos, en vez de abrirle las puertas del hogar, que es la patria chica. En vez de exigir las condiciones para que todos los ocoeños que quieran regresar a su pueblo lo puedan hacer, sin importar su condición de salud, desatan una persecución, y piden cárcel y cargos criminales para quienes quieran entrar o salir a la que debes ser su casa. ¿Somos incapaces de crear un lugar adonde puedan pasar el periodo de cuarentena aquellos hijos de Ocoa que regresan a su lar nativo?
Pero el espectáculo toma mayor fuerza, cuando vemos actores pidiendo la cabeza de quienes salgan y de quienes entren a la provincia, solo para ellos poder solazarse en su individualidad, seguir agrupándose en las esquinas, haciendo locrios en los ríos, o jugando gallos en los campos. Indiferentes al dolor ajeno y exigentes a que no sea perturbado su goce.
Nuestras acciones justifican la posición del presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, Donald Trump, en el sentido de castigar a aquellos países que demoren en recibir a sus ciudadanos. También nos invitan a mirar el modelo de consecuencias que utiliza el gobierno Chino, contra la desidia de los hijos.
Hay esperanzas.
Como en todo grupo humano, sin importar lugar en el planeta, tenemos en Ocoa personas con un mayor grado de evolución, y a ellos quisiéramos apelar de cara a la construcción de una sociedad más humana.
Jóvenes profesionales, con el perfil de los doctores Gered Méndez o José Santana (Santanita), graduados en escuelas internacionales, conocedores de otras culturas, relacionados con profesionales de todo el mundo, y con gran vocación de servicio, que han preferido servirle a su pueblo desde sus conocimientos, pudiendo acceder a mejores plazas de trabajo fuera de la provincia o del país.
Como ellos, decenas de jóvenes profesionales, empresarios, y líderes sectoriales, para quienes la responsabilidad social juega un rol en sus vidas. Esta pandemia ha puesto en contexto que ustedes representan el mejor activo de nuestra sociedad.
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