En pocas ocasiones la perspectiva electoral del país ha estado más difusa y difícil de interpretar, a tres años de distancia, como la que se presenta ahora, caracterizada por la ausencia de un partido realmente dominante, unido, con firme liderazgo y vocación de conquistar el poder o retenerlo.
Aunque cualquiera puede enredarse y suponer que el camino está limpio para que Luis Abinader y el Partido Revolucionario Moderno (PRM) ganen las elecciones del 19 de mayo de 2024 frente a un Partido de la Liberación Dominicana (PLD) golpeado política y moralmente, la realidad es que resulta cuesta arriba calcular que en los tres años que faltan para llegar a los comicios no haya cambios drásticos en el sistema de partidos y los movimientos sociales del país.
No solo hay que prepararse para ver emerger nuevos movimientos sociales con crecientes demandas reivindicativas, sino que su influencia será determinante para hacer surgir opciones político-electorales nuevas capaces de desafiar el agonizante sistema de partidos matizados por el caudillismo, el clientelismo y la penetración de elementos mafiosos y criminales en la política y el Estado.
El desempeño de Abinader y el PRM en la gestión del Covid-19 y la lucha contra la corrupción, serán determinantes para saber si este sector político puede retener el poder en 2024 o se constituye en un fiasco peor que el que sacó al PLD del gobierno hace un año.
El espejo de Trump en el manejo del Covid-19
A pesar de la repudiada política internacional que durante tres años manejó el gobierno de Donald Trump, hasta luego de que llegara el coronavirus a América en enero de 2020 nadie podía suponer que este magnate perdería la reelección en noviembre de ese año.
Y era el favorito para ganar porque la economía iba bien, era el rey del Partido Republicano y de amplios sectores neofascistas norteamericanos, tenía a América Latina entre su puño con una colección de gobiernos entreguistas a su servicio y los que representaban la dignidad y la resistencia del hemisferio, bloqueados y asediados a tal grado que ni siquiera con la llegada del Covid-19 se aflojaron las sanciones para que esos pueblos pudieran afrontar la pandemia.
Pero resultó que Trump creyó que podía ocultar y obviar la magnitud del Covid-19 burlándose del virus y sembrando tendencias en las redes sociales con la narrativa de que “es una gripecita” y dando recetas médicas absurdas, confrontándose con los científicos más prestigiosos de su país y el resultado no pudo ser más cruel para Estados Unidos hoy: 605,000 muertes y 33,7 millones de contagiados, equivalentes a más del 10% de su población, y para él, quien con su torpeza, retrasó dominar la pandemia y afectó la economía más de lo necesario.
Todo eso tuvo un costo político para él y lo pagó con la derrota aplastante frente a un anodino Joseph Robinette Biden y un Partido Demócrata que hasta la llegada del Covid no constituía un desafío para Trump y su reelección.
Ante el hecho irrebatible de que el pueblo norteamericano le dio la espalda, trató de llevarse con su derrota las instituciones y soltó terroristas en el Congreso, pero volvió a ser aplastado.
El mejor imitador de las desfachateces de Trump en el continente es Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, quien hizo pagar a ese noble pueblo un precio elevadísimo en muertes (530,000 fallecidos) e infectados (19 millones de brasileños) por el más torpe manejo a la pandemia que se ha dado en todo el mundo. Solo durante el día 6 de julio se descubrieron 62,504 nuevos contagiados en Brasil. Este manejo del nuevo coronavirus, políticamente ha llevado a Bolsonaro al borde del abismo por el que será arrojado en los tribunales este año o en las urnas en 2022.
Gestión del Covid-19 en República Dominicana
Cuando se diagnosticó el primer caso de Covid-19 en el país correspondiente al turista italiano Claudio Pasqualini el 1° de marzo de 2020, la sociedad dominicana estaba en agenda electoral: elecciones municipales a mediados de ese mes, y legislativas y presidenciales en mayo.
Por encima del desafío de la pandemia se celebraron ambas elecciones, aunque postergadas las presidenciales por efectos del virus, y se escogieron a nuevas autoridades, mientras el Covid abría surcos profundos en la salud y la vida de los dominicanos y desplomando la economía como no se había visto en muchos años.
Abinader frente al Covid
La gestión de Abinader frente al Covid se puede resumir muy fácilmente: ha comprado más vacunas de las necesarias e impulsado un programa exitoso de inmunización, ha dado asistencia a los enfermos graves en hospitales de los que se han muerto 3,870 pacientes y hoy se acumulan 331,826 infectados, de los que 55,564 tienen el virus activo y por tanto andan contagiando.
Vacunar para prevenir y tratar de salvar la vida de contagiados graves son los dos extremos de gestión de una pandemia.
Las otras medidas sanitarias para la prevención como son el uso de mascarillas, distanciamiento social e higiene rigurosa, no han funcionado por la permisividad oficial y la muy baja educación sanitaria y sentido del deber de los dominicanos.
Adiós al confinamiento
El desespero oficial, presionado evidentemente por el empresariado que gobierna como nunca antes, ha facilitado una apertura a destiempo que no hace sino prolongar el auge del coronavirus al grado de que no hay ninguna parte del territorio nacional que no tenga una activa circulación comunitaria del virus y en todos los lugares hay nuevos infectados y se entierran muertos.
La anunciada desescalada es la oficialización del derecho a dar rienda suelta a todo tipo de actividades y gobierno y empresarios no lo ocultan.
El mismo Presidente ha dicho que está “cansado” de toque de queda y que sus hijas le piden que lo quite.
Abinader está eliminando el confinamiento confiado en las vacunas en un momento en que en Estados Unidos, con 160 millones de vacunados completamente, la mitad de su población, se confronta con el inconveniente de que de los 194,666 casos de Covid diagnosticados este miércoles 7 de julio en su territorio, el 52% corresponde a la variante Delta, muy contagiosa y con ciclos cortos de infección, gravedad y muerte.
Y se acaba el toque de queda cuando desde la Semana Santa pasada, abril, hay una meseta de contagios y muertes en República Dominicana que desangra en todo el país, con tasas de positividad muy elevadas.
Si la vacuna fuera, por sí sola, la solución a la pandemia, la estrategia de Abinader funcionaría a la perfección. Pero resulta que hay ejemplos muy elocuentes de países como Israel, Chile y el propio Estados Unidos que han avanzado muchísimo en la vacunación, pero el virus sigue mutando e infectando con gran ferocidad.
El riesgo de que el coronavirus siga matando a jóvenes de barrios y personas de gran ascendiente social como Willy Rodríguez, podría hacer pagar a Abinader un precio político que para un líder joven como él sería inmerecido y para el país una nueva frustración.
El viernes veremos el pronóstico de la lucha contra la corrupción y sus efectos en la perspectiva política.
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