Felipe Ciprián
Tan pronto como asumió el poder el pasado 20 de enero de 2017, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se dedicó a dos propósitos esenciales: destruir los pocos aciertos de la administración de Barack Obama y a tirar por la borda sus propuestas relativas a deshacer conflictos internacionales que Hillary Clinton prometía intensificar.
Actuando así, Trump inició el proceso de apartar a Estados Unidos de los acuerdos climáticos logrados en París en diciembre de 2015 y retrotrajo a su país a las peores prácticas de generación de energía y daños ambientales.
Antes de cumplir el primer año de gobierno, Trump ha probado las terribles consecuencias por continuar agrediendo al ambiente: el huracán «Harvey» reventó el estado de Texas y sembró la destrucción como nunca antes en grandes ciudades norteamericanas como Houston, dejando 70 muertes y una extensa franja de terreno inundada, con daños materiales incalculables, tanto a la industria como a la infraestructura vial.
Este domingo 10 de septiembre, el terrible huracán «Irma» está azotando las costas de Florida y los presagios más optimistas son de que dejará cientos de miles de casas destruidas, muertes y daños considerables a todo lo largo del estado y muy probablemente afecte a Atlanta y otras importantes ciudades norteamericanas.
Ignorar el cambio climático y las terribles consecuencias de seguir agrediendo el ambiente con prácticas productivas insostenibles, es un círculo vicioso que solo augura daños y destrucción en todo el planeta.
El mundo –y principalmente los ciudadanos estadounidenses- deben reclamarle en las calles a Trump que de marcha atrás y mantenga a Estados Unidos integrado a los acuerdos de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático 2015 (Cop XXI), que fue exitosa precisamente porque los dos países más contaminantes del mundo (Estados Unidos y China) lograron un compromiso de desistir en proceso de prácticas agresivas contra el ambiente.
Reabrir plantas a carbón, habilitar minas y estimular explotaciones contaminantes, constituyen elementos muy graves para la supervivencia de la especie humana en grado comparable con la provocación de guerras nucleares.
La agenda de Trump, en su afán de destruir el legado de Obama, incita a destruir el planeta con provocaciones guerreristas y prácticas productivas arcaicas que son abiertamente insostenibles en estos tiempos.
Si el mundo no hace ajustar a Trump a reglas elementales de respeto al ambiente, los ciclones destructivos y las temperaturas extremas (intenso calor en verano e insoportable frío en invierno) se encargarán de ajustar cuentas en el planeta, porque la gran verdad es que a la naturaleza no se le puede hacer trampas.
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