Por: Patricia Báez Martínez
Muchos aún lo recuerdan con cariño y agradecimiento. El sacerdote inglés Luis Quinn apareció por vez primera en esas estribaciones a mediados de los 80’s y ayudó a los campesinos a abandonar la siembra de zanahoria y remolacha en montañas de gran pendiente (cosecha en secano), para lo cual les ayudó a llevar el agua de riego por largas tuberías desde el arroyo Blanco hasta El Naranjal, Los Martínez, El Fundo del Padre y otras comunidades aledañas.
“El Padre Luis Quinn fue dos veces el padre de nosotros porque nosotros trabajábamos tierra seca, y cuando no llovía se nos quedaba todo perdido, entonces teníamos que volver a sembrar, arriesgándonos a bajar de esas lomas a las cinco de la tarde… y nos instaló este proyecto de riego… y después que el padre nos instaló ese proyecto, nosotros abrimos las alas como el Guaraguao, porque nos cambió la vida, yo más nunca he tenido que ir a tierra seca a trabajar”, explica el agricultor Luis María Cruz.
Desde el camino Los Martínez-El Naranjal, aún se pueden observar pequeñas áreas que conservan los pinos que con esfuerzo del sacerdote y muchos hombres y mujeres de bien plantaron en aquellas montañas, pinos que contrastan con los cultivos de aguacate y zonas recién desmontadas y hasta quemadas con fuego, supuestamente para poder eliminar el Cambrón.
La siembra de aguacate se ha vuelto tan popular en la zona, que hasta familias del Cibao se han radicado en Los Naranjales, donde disfrutan de un agradable ambiente de montaña y cuidan su millonaria siembra. “Algunas gentes vendieron sus tierras en 300 mil pesos, y hoy están llorando porque ahora esta tierra ha cogido un valor bárbaro”, explica Adolfito Soto Jiménez, guardaparques del Ministerio de Medio Ambiente.
Claro, cuando esos campesinos vendieron por 300 mil, esas tierras no tenían la inversión que tienen hoy en costo de permisos ambientales, preparación de la tierra, compra de plantas de aguacate, construcción de reservorios de agua y sistema de riego. En verdad es para ricos cultivar aguacates en estos tiempos en que una de estas frutas se puede cotizar hasta en 100 pesos, sin embargo, algunos pequeños agricultores hacen un gran esfuerzo y se insertan a la fiebre del aguacate.
Diomedes Romero Hernández (Manén) es uno de ellos: “En una cosecha yo me puedo ganar 800 mil pesos, pero aquí hay gente que le dan 10 millones (de pesos) por cada cosecha”, detalla el agricultor.
Ellos no ven nada malo en desmontar las montañas para sembrar aguacates, porque igual están sembrando, pero se olvidan de la gran cantidad de agua que demanda la siembra de aguacate: “Cada aguacate necesita tres galones de agua, imagínate que una mata produzca 200 aguacates: son 600 galones de agua que demanda esa mata en toda la cosecha”.
Tanto Luis María como Manén coincidieron por separado en que respetando la cuenca del arroyo es suficiente, aunque de acuerdo a denuncias del alcalde pedáneo Santo Hernández, también esa zona se está depredando. Hasta allá no pudimos llegar en esta ocasión porque estaba lloviendo y el trayecto es muy empinado y peligroso. Queda pendiente esa revisión.
El sábado 19 de febrero pasado, el ex ministro de Medio Ambiente y Recursos Naturales, Orlando Jorge Mera -en su conferencia en el Centro Cultural Perelló-, estimó en 7.3 kilómetros el área sembrada de aguacate en la provincia Peravia, pero por lo que hemos podido apreciar, sus datos se quedan cortos ante una realidad a la que aún las autoridades no le hacen frente: Sembrar aguacate en zonas donde el agua es un bien escaso y sustrayendo el agua de manera ilegal de ríos y arroyos.
Hasta como autoridad es difícil decirles a los agricultores qué deben o no deben sembrar. Impedirles sembrar aguacates se vuelve tan autoritario como impedirles regarlos mediante tuberías que instalan en los ríos y arroyos, los cuales son áreas protegidas por la Ley 64-00, y que -por demás- son un bien común, y no solo de los agricultores. Sin embargo, cada año que pasa la situación se torna más insostenible y augura una catástrofe ambiental y/o agrícola, pues o se protegen las cuencas y se secan los cultivos de aguacates o nos seguimos haciendo de la vista gorda y nuestras fuentes acuíferas perecen, para que con ellas igual les ocurra a los aguates.
La disyuntiva está planteada, pero nadie se atreve a afrontarla, mientras tanto los aguacates dominicanos viajan por el mundo con un ticket de primera clase e inundan las esquinas y los semáforos de las ciudades oscilando entre 35 y 100 pesos dependiendo el tipo, el tamaño y la temporada.
Le llaman popularmente el “pollo verde” por su alto precio al consumidor, pocos dominicanos se resisten a su sabor y textura unidos a un plato de arroz con habichuela y carne guisada (la bandera dominicana), quizá allí radique el hechizo que su cultivo ejerce sobre nosotros y nosotras, al punto de atomizarnos.
Fuente: Acento.com.do
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