Solo quienes invierten su tiempo y su esfuerzo para crear cosas, saben el verdadero valor de la propiedad intelectual. No importa lo que sea: una canción, un libro, el diseño de una prenda de vestir o una campaña publicitaria. El intelecto creativo requiere sacrificio de tiempo y de momentos placenteros.
En estos días es objeto de simpáticos memes la fiebre de los tenis 990. Se trata de falsificaciones de tenis, cuyas versiones originales son sumamente costosas, pero que en su versión «caravelita» pueden obtenerse por RD$990.
«Democrático»… pensarán muchos, agregando que es una forma del pobre defenderse. El problema es que, aparte de la marcada diferencia en calidad, las versiones alternativas obedecen al robo de la propiedad intelectual. Es decir, el creador de la versión original destinó esfuerzos, recursos creativos y de marketing para hacer realidad su producto, solamente para que un sabio (que no tiene que ser oriundo de China ni de la India) utilice su idea, manipule otra versión y se lucre de la creatividad ajena.
Esto se ve en todos los campos que requieren creatividad. Hay autores de letras que solo copian lo previamente escrito y hay investigadores que nunca han investigado nada y viven con reputaciones prestadas, solo que nadie se las prestó voluntariamente.
Vivimos en la época de los emprendedores y de la creatividad. Es importante que nuestra valiosa juventud comprenda la importancia de respetar las creaciones ajenas y poner su propia creatividad a producir y funcionar. El modelo de los grandes triunfadores se fundamenta en ideas originales, no en ideas ajenas.
Por otra parte, desconocer esta realidad puede llevar al plagiador a experimentar los rigores del artículo 52 de nuestra Constitución, o las consecuencias de las leyes 20-00, 65-00 y 424-06. Aunque abundan la falsificaciones, existe el marco legal para su persecusión.
Si lo analizan bien, les puede salir más cara la sal que el chivo.
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