Por: Denis Mota Alvarez
Los poetas viejos son como los criminales. Dicen que los asesinos vuelven al lugar del crimen. Los poetas regresan al puerto de origen, que no es otra cosa que la nostalgia.
Los primeros disfrutan viendo la reacción de los mirones frente al cadáver. Se revuelcan en el mentidero. Los poetas desandan los pasos y vuelven sobre las sendas que la gente comúnmente ha abandonado.
Volví a San Rafael del Yuma a “cargar las viejas pilas”. Cada vez son menos los amigos y amigas. Unos, porque han muerto, otros porque han emigrado -como yo- y a quienes quedan apenas nos une el saludo furtivo y el “nos vemos”, porque los vínculos se perdieron en el camino de la vida y los intereses ya no son comunes. Los años y las sendas escogidas guían en direcciones diferentes, “alejantes”, solo perviven los afectos.
Vuelvo en Navidad a ese Yuma, que no es el de mi infancia ni adolescencia, pura nostalgia.
El bar Granada, frente al parque, lo han convertido en una tienda de “agáchate”, donde venden ropas de pacas. Allí quedaron tantos sueños, las primeras novias, los mejores merengues, boleros y baladas y los lunes de madrugada los viajes a la UASD.
El bar El Siempre Viva, originalmente era de doña Carmela y Ulises Montás, ambos higüeyanos. Sin embargo, fue Vivita Espinal quien hizo famoso aquel “templo” de sana diversión. Hoy es un solar abandonado, donde los amores y los sueños se rompieron cuando desmantelaron aquel caserón donde compartía la juventud de las décadas de los 60, 70 y 80.
Nuestra visión del mundo terminaba en aquellos dos bares domingueros. El cabaret de Félix Vilorio y las casas de citas son otras historias. No estoy autorizado para contarlas.
La Nochebuena era una fiesta de la familia, donde el olor y el sabor del pavo, cerdo y pollo horneado, las empanadas de yuca, y las uvas y manzanas, que solo se veían una vez al año, convocaban a compartir los platos y los guisos de una familia a otra. Y el 25 obligaba a probar nuevamente las delicias que habían quedado del 24. Era el día de reciclaje de las sobras recalentadas. Y eso me encantaba. La vida era un vecindario.
Extraño los vinos caseros, con especial deleite, el de arraiján con el que se fermentaba el guavaberry. En un campito de mi abuelo paterno había muchos de estos árboles, que para octubre ya tenían las frutas maduras.
Los bombillitos, con su colorido, decoran los arbolitos de “charamicos” en los hogares, aunque existía el marcado concepto de ricos y pobres, no era como hoy. La vida y alegría eran tan sencillas, y se organizan aguinaldos y serenatas con la banda municipal de música, que estallan en villancicos y cantos navideños populares en la madrugada pueblerina.
Los empleados “presupuestaban el doble sueldo” para las compras navideñas, no de electrodomésticos y muebles, sino de ropas para estrenar el 25 y el día primero, y los muchachos ahorrábamos para mandar a confeccionar ese pantalón largo que nos hacía hombrecito, hábitos que ya no perviven.
Los Reyes Magos, “cargados de regalos”, con un exceso de esplendidez para los niños de los empleados y una “mezquindad” que frustraba las expectativas de los hijos de agricultores y obreros y la vieja Belén, que nadie aún sabe de dónde viene ni cuándo llega, perdió el encanto de adorable abuela de los reyes. Inocencia desencantada.
Ya adolescentes iniciamos el trabajoso camino de asumir responsabilidades políticas durante la dictadura perversa de los 12 años de Joaquín Balaguer y muchos fuimos a parar con nuestros huesos a la cárcel y torcimos el rumbo por siempre. Atrás quedó el pueblecito y nuestros padres fueron muriendo lentamente.
Definitivamente, los criminales vuelven al lugar del crimen y los poetas vuelven al lugar de la nostalgia.
En estas navidades he vuelto a mi Yuma querido, donde muchos aún me recuerdan y me quieren, con el fin de alegrar el alma, buscar lo que ya no es ni volverá. Como las oscuras golondrinas del poeta Gustavo Adolfo Bécquer.
Solo retorné con dos lágrimas y estos recuerdos. Irremediablemente me he vuelto viejo.
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