Luis Gonzalez Fabra
El 21 de enero son las fiestas patronales de mi pueblo natal, San Jose de Ocoa. Sali temprano hacia el hermoso valle intramontano que me vio nacer y donde vivi años hermosos de mi niñez, adolescencia e inicio de la juventud.
Me acompañaban varios ocoeños residente en Santo Domingo y otros amigos miembros de la Peña que con acierto coordina el teórico Jimmy Sierra.
La parte de mi estancia en Ocoa que recuerdo con mas cariño fue la que vivi en El Rastrillo, un barrio situado al norte del pueblo y que en ese tiempo era la única entrada disponible para los que venían del campo al pueblo.
Por la calle de mi casa era tanta la gente que entraba desde la madrugada que yo no dormía. El sonido de los vestidos de tafeta de las mujeres que pasaban se escuchaba como una sinfonía a la distancia.
Todos se dirigian a la iglesia. La primera misa era la cinco de la mañana y después seguía una cada una hora hasta mediodía.
En el parque municipal, que esta frente a la iglesia, se organizaban diferentes actividades con parcipacion de la gente.
Entre esas actividades estaban el Palo Encebao, La corrida de cintas en bicicleta. Corrida en sacos. Y otras que no me vienen a la memoria.
Habia carros que por poco dinero, veinticinco o treinta centavos, le daban a quienes pagaban una vuelta por el pueblo partiendo del parque y bordeando el pueblo hasta regresar al punto de partida.
Se instalaban algunos bazares en el parque, y la gente paseaba y compartía con los familiares y amigos que por allí encontraban.
A la diez de la mañana comenzaba un pasada bailable en el bar Tres Rosas, justo en la esquina sur del parque. Este baile fue amenizado durante veinte años por la orquesta de Luis Alberti.
El pasadia terminaba a la seis de la tarde. La iglesia permanecía abierta y cientos de gente la visitaba para rendir culto a la Virgen de la Altagracia.
Al salir de la iglesia visitaban familiares y amigos. Hacian comida y se tomaban un trago ante de iniciar el regreso a su casa en el campo.
A las nueve de la noche comenzaba otro baile con la misma orquesta en club social donde había que ser socio para entrar, pero esa disposición no se cumplía. El que se presentaba vestido para la ocasión (saco y corbata) entraba sin que lo molestaran.
Lo que vi en Ocoa el pasado sábado no se parece en nada a lo que acabo de describir.
El parque lo encontre convertido en una locura musical. Ocho o diez aparatos con quince o veinte bocinas amplificadoras cada una con música diferente. El sonido a un nivel de decibeles realmente dañino para quienes lo soportaban.
Decenas de fritangas desde bofe y pollo frito hasta orejitas y clinejas poblaban un espacio importante del área de recreo.
Los bancos del parque, casi todos, habían sido tomados como mesas de bar y allí lucían los bebedores sus litros de whisky y algunos pocos, los menos, botellas de ron.
Ni yo ni los amigos que me acompañaban observamos que hubiera una actividad deportiva o cultural que se fuera a desarrollar allí, Algo que mostrara la cultura de trabajo de ese pueblo tan progresista y ejemplar.
La iglesia estaba cerrada. No nos fue posible visitar la tumba del grandioso padre Luis Quin, que esta a la entrada del templo.
Al lado de la iglesia hay una dulcería. Alli nos refugiamos. Degustamos un sabroso pan de batata. Unas cuantas galletas de manteca.
Y nos fuimos.
Alcance a ver anuncios de un baile en la noche en Rancho Francisco (un lugar ubicado a la salida del pueblo hacia Santo Domingo, a la orilla del rio Ocoa).
Seguramente en esa fiesta se gozo mucho y la diversión fue amplia. Pero para entonces ya nosotros estábamos lejos.
En el camino, el grupo determino tomar una decisión: haríamos una carta al honorable Ayuntamiento Municipal sugiriéndole, respetuosamente, algunas medidas que, de acogerlas, podrían contribuir a hacer mas agradable el ambiente festivo del parque.
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