Con el discurrir de los años y con las experiencias que los mismos nos van dejando, nos convencemos cada vez más de que por encima de cualquier riqueza material o de cualquier orden que podamos exhibir, existe, a nuestro entender, una realidad que transmutada en axioma emerge como una verdad irrefutable, y es que la mayor riqueza que tenemos es el tiempo; razón sobrada tuvo el patricio Juan Pablo Duarte cuando de manera certera exhortó… ¡Aprovechemos el tiempo!
La puntualidad, en tanto disciplina que estriba en estar a tiempo para cumplir con los compromisos asumidos, no sólo implica el hecho en sí mismo de estar a tiempo, sino que tiene otras implicaciones, generando beneficios importantes cuando se cumple a cabalidad, pero cuando no es el caso, obviamente que engendra retrasos, malestar y un ambiente de irrespeto, habida cuenta de que, ciertamente, “ser puntual es la muestra perfecta de respeto hacia los demás”.
Claro está, no se puede ser puntual si antes no se tiene una vida organizada, donde la planificación sea parte esencial de la agenda diaria, pues ir por la vida asumiendo compromisos diversos sin la debida programación nos impedirá cumplirlos satisfactoriamente. Hemos de hacer conciencia de que “la puntualidad nos permite recuperar el valor del tiempo, asimismo realizar nuestros trabajos y actividades en condiciones adecuadas para poder hacerlas”.
En tanto que en el orden invertido, es decir, en el terreno de la impuntualidad, que es lo que desafortunadamente vemos cada vez más, es una práctica bochornosa, irresponsable y desconsiderada que debe ser superada, pues indudablemente afecta el valor del tiempo, produciendo un ambiente de desinterés y de molestia generalizado que atrofia el desarrollo adecuado de la actividad de la que se trate; debemos aprender a respetar el tiempo de los demás, así como a exigir que el nuestro sea igualmente respetado.
No se puede ser una persona responsable siendo impuntual, pues es claro que desde el momento mismo en que hacemos de la impuntualidad un estilo de vida, nos vamos convirtiendo a su vez en personas irresponsables a las que los demás irán dejando de tomar en cuenta, con todo lo que esto implica no sólo en detrimento de la persona impuntual, sino para la propia institución o grupo al que se pertenezca, que ante la falta reiterada de los convocados en ocasiones termina por diluirse; varias son las instituciones, agrupaciones, clubes, asociaciones diversas que una vez fuertes terminaron perdiendo fortaleza y hasta han terminado por desaparecer por la práctica irresponsable y desconsiderada de la impuntualidad de sus miembros.
Ha sido tanto el terreno que desafortunadamente ha venido ganando la impuntualidad, que se llega al extremo, incluso por parte de instituciones oficiales dedicadas a la enseñanza y de toda índole, donde el valor de la puntualidad se supone debe ser la norma, de convocar a una actividad a miles de personas, como por ejemplo a un acto de investidura, que debe asumirse ha contado con la debida planificación, y de manera olímpica y cual si no pasara nada, se inicia con retrasos en ocasiones de horas, llegando “las autoridades” que han convocado con una tranquilidad que raya en el espanto, y de espanto pasa a impotencia cuando “las mismas” ni se inmutan ante su notoria impuntualidad y los perjuicios diversos que ocasionan.
Independientemente de la persona, grupo, organización o de la institución de la que se trate, nadie tiene derecho a jugar e irrespetar el tiempo de los demás, con la agravante de que a mayor grado de representación de esa persona, grupo, organización o institución de la que se trate, mayor ha de ser su compromiso con la puntualidad. Se requiere, y diría que hoy más que nunca, cultivar el valor de la puntualidad, convencido igualmente de que en la medida en que avance el tiempo será mucho mayor la exigencia.
Esto implicará que en igual medida la actividad pautada se desarrolle y termine a la hora prevista o antes, lo que se traducirá en un mejor aprovechamiento del tiempo, logrando consiguientemente sacar un mayor provecho, lo que no ocurre o que más bien ocurre todo lo contrario cuando no se es puntual.
Somos del criterio de que cuando se pretenda organizar determinada actividad, antes de convocar, debe planificarse de manera correcta lo que se pretende con la misma y el espacio de tiempo en que se hará, teniendo presente en todo momento que el tiempo es un tesoro que debemos valorar en su justa dimensión, pues es un recurso insustituible, en el sentido más puro y concreto del término. Por igual quien es convocado, debe tener la misma concepción sobre el tiempo para tampoco crear desaliento en quien lo ha convocado.
En la medida en que todos cumplamos con nuestros compromisos en el tiempo establecido o antes del mismo, lo que como se indica sólo se logra de la mano de una buena planificación y organización, terminaremos ganando todos, generando un ambiente de bienestar que evidentemente nos ayudará a lograr lo que nos hayamos propuesto. Por esto y por muchas razones más, sigo firmemente convencido de que la puntualidad es un valor a cultivar.
El autor es ocoeño y egresado de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).
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