La pobreza socioeconómica es una realidad desde los albores de la humanidad. La Biblia, otros textos sagrados y la historia dan cuenta de ello. El mismo Jesús sentenció: «a los pobres siempre los tendréis con vosotros». La cosa es que tuvimos, tenemos y, probablemente, tendremos ese mal hasta el final de los tiempos. Se habla mucho, se venden sueños y fórmulas de su eliminación pero el asunto es muy engorroso.
La existencia del hombre con todas sus complejidades, sus malicias y bondades; la POLÍTICA y las políticas sociales; las barreras culturales y educativas; los poderes conocidos y ocultos que gobiernan el mundo. Hay mucha tela por donde cortar y el debate nunca terminará, independientemente de la formación de mesas por aquí, por allá y por acullá.
Este artículo no pretende abordar tales tópicos dignos de cátedras. Veamos un enfoque mas sencillo, una arista del problema: la pobreza de tipo mental, ciertamente instalada en el bolsillo pero alimentada en «la azotea». Es una forma individual y colectiva presente en todos los rincones de la geografía, espacios y contextos.
Teniendo origen, situación y oportunidades similares, ¿por qué razón una persona deja de ser pobre a base de «esfuerzo» y otra se queda estancada? -Lo primero que salta a la vista es que, quizás, no todo el mundo tiene la habilidad de ver y aprovechar las llamadas oportunidades, mucho menos crearlas. La inteligencia emocional es un factor decisivo.
La mentalidad de pobreza es fácil de identificar y es un círculo vicioso:
-Los pobres mentales culpan al sistema político y a los ricos de sus desgracias. Defienden a capa y espada que el Estado debe hacerse cargo de ellos;
-constantemente se anuncian y operan como pobres, lo repiten una y otra vez asimismos, a sus hijos, familiares, vecinos y demás;
-se muestran resignados a vivir en pobreza, como si se tratase de una misión divina, una condición predestinada sin escape;
-tienen poca o ninguna educación financiera. Los negocios «pendejos», el caer en trampas y hacer líos es común;
-creen firmemente que eso de ahorrar e invertir es cosa de ricos, alegan hay que contar con mucho dinero para ello;
-utilizan mal sus recursos económicos. Es común adquirir cosas baratas y de mala calidad, aun teniendo el dinero para comprar algo bueno y resistente en el tiempo. Por otro lado, gastan mucho en vicios o cuestiones banales. También los hay que compran bueno pero de manera compulsiva o visual y sin dejar para otras cosas prioritarias;
-piden prestado sin observar que terminan pagando mas de la cuenta. Consideran irracionalmente el «crédito plástico» es débito;
–creen en loterías, tesoros escondidos, herencias sorpresivas y otros golpes de suerte;
–suelen ser envidiosos. Es común criticar a los que progresan, sobre todo sospechan que estos escalaron gracias a ciertas artimañas;
-no pueden tener dinero en el bolsillo, crean miles de razones poderosas para el «derroche», incluyendo la aparición por arte de magia de problemas por un tubo y siete llaves;
-son incapaces de renococer el valor intrínseco y extrínseco del dinero. No llevan cuentas y, por ende, gustan del redondeo y los picos;
-suelen reflejarse en las desgracias de los demás;
-se han tomado a pecho aquello de vivir el día a día, el futuro importa poco y queda bajo la providencia divina. «Guardar pan para mayo» no figura en tal diccionario;
-trabajan para comer, se olvidan de VIVIR o tienen ideas erradas acerca del buen vivir;
-hacen tormentas en vasos de agua, crean problemas y aplican soluciones a medias;
-creen en todo, todos y, al mismo tiempo, son incrédulos absolutos. Falta criterio de discernimiento, poderosa razón para perder oportunidades.
En última instancia, cabe destacar que existen niveles de pobreza que ameritan intervención, sobre todo debido a la influencia de factores educativos, de salud y otros que no pueden ser resueltos a solas. Eso es POBREZA REAL.
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