Por: Guillermo Sención Villalona
La noche del 15 de marzo de 1915 el pueblo de San José de Ocoa, en ese entonces un municipio de la provincia de Azua, fue sacudido por un acontecimiento trágico y un tanto extraño, que resultó en una gran sorpresa para sus habitantes.
Dos hechos contribuyeron a darle trascendencia al caso: El escenario presentado a una joven pareja luego de terminar un breve noviazgo y que motivó el extraño accionar del que fue su novio, quien con ayuda de un amigo más dos ayudantes intentó raptar a la jovencita; y una carta encontrada luego en el escritorio del despechado.
Esa infortunada noche se saldó con dos personas muertas: el doctor Mario Castaños, – médico santiaguero de 26 años, recién graduado y establecido en esa comunidad, quien tomó la decisión de suicidare al fracasar el rapto-, y el comisario de policía, Oderto Sánchez, baleado en el pecho en el confuso incidente. A eso se agrega el estupor provocado en el pueblo al ver a una familia destrozada por los incidentes ocurridos tanto en el interior como en el entorno exterior de su hogar.
El suceso se aproxima a los noventa años y ha sido tratado en reportajes periodísticos y contado de voz en voz a través de sucesivas generaciones de ocoeños, convirtiéndose en parte inseparable de la historia escrita y oral de ese poblado; hoy se podría echar mano al término leyenda.
Desde aquel lejano año, el cementerio municipal de San José de Ocoa es un lugar, no sé si de peregrinación, pero se asegura que muy visitado por curiosos enterados de la tragedia y sus especiales circunstancias.
Estuve en Ocoa en el año 2004, en compañía de Viriato y de su hermano Haroldo, mis primos, y pude comprobar lo que ellos me habían comentado con anterioridad y que era parte importante de esa lejana historia de esa comunidad.
Nos detuvimos frente al palacete de dos niveles, con balcones, donde vivía Adrianita con sus padres y su hermana y llegamos al interior de la casa del ex sargento Cesáreo Contreras, uno de los que participaron en el intento de secuestro de Adrianita.
Fuimos al cementerio y sobre la fosa con los restos del doctor Castaños vimos la lápida en hierro con la sucinta inscripción “Murió por amor”, colocada allí tal vez como desagravio del pueblo y cumpliendo con el deseo expreso del suicida, escrito en su conmovedora carta de despedida de este mundo, dirigida a su padre, donde figura el lapidario epitafio.
En aquel momento conversamos con una señora que nos señaló que tenía muchos años dándole el mantenimiento adecuado a la llamativa tumba.
La novela
La historia fue retomada por el escritor Viriato Sención (1941-2012), como argumento de su tercera y penúltima novela, Adrianita qué oscura la noche. Ya Viriato había manejado el tema ocoeño en su segunda novela, Los ojos de la montaña.
El novelista le plantea un juego al lector al emplazar a la sociedad ocoeña, a que apele a su conciencia, al momento de calificar la decisión tomada por el doctor Castaños: Si fue la de un psicópata o la de un héroe que entregó su vida por una causa que consideraba noble, luego del rechazo de que fue víctima por parte de Adriana Pimentel (Adrianita) y de su madre, Juana Martínez (Juanita), quien fue señalada como la persona que lo objetó como novio de su hija.
El autor argentino Eloy Martínez se refirió al uso de este artificio, de ese juego literario, de manera puntual al referirse a una de sus novelas: “En Santa Evita se trata de buscar un efecto de veracidad, ya no de verosimilitud, un efecto de verdad. Es una especie de juego con el lector, perpetuo. Tiro un anzuelo de ficción con la esperanza de que el lector lo reciba como verdad. Y ahí se plantea un problema ético, cuya solución es poner Novela al pie, lo cual es una declaración de mentira, de fábula”.
Cabe citar a Sartre, quien dijo que el texto se convierte en otro en el momento en que es leído por alguien, y no hay dos textos iguales.
La obra de Viriato es un magnífico aporte a tan atractivo tema para novelar, ofrecerle al lector otra mirada, otro ingrediente, donde entra en el juego la fábula, que entremezclada con la historia nos ofrece una lectura que deleita.
Los personajes principales y los que de alguna forma estuvieron relacionados con el infausto acontecimiento se pasean con nombre y apellido por las páginas del entretenido relato, penetrando el autor en el carácter, costumbres, virtudes y defectos de cada uno.
En su breve ensayo sobre Los que falsificaron la firma de Dios, el escritor José Alcántara Almánzar nos traza un cuadro interesante al analizar las dotes y el estilo de Viriato como narrador. Anota Alcántara:
“Estamos, pues, ante un novelista que sabe contar hechos y acciones. Conoce lo que narra y tiene una destreza indiscutible para llevar el hilo de su trama. Con gran sentido del detalle, crea ambientes y dibuja a sus personajes con minuciosa precisión. El autor configura hábilmente una atmósfera de misterio, un paisaje lleno de acción, un clima de ternura, o un momento de apasionadas relaciones eróticas. Dosifica sus informaciones para intrigar al lector, logrando muchas veces convencer y conmover”.
Bien merecen usarse esas mismas acertadas palabras en un análisis de Adrianita, qué oscura la noche y es que, lector insaciable como era de los novelistas rusos del siglo XIX, sobre todo buen conocedor de Dostoyesvsky y Chejov, Viriato tenía buen ojo para penetrar en la psique de sus personajes, a los que observaba y escudriñaba para luego describir su mundo interior y hasta su forma de pensar y actuar.
Ojalá que el lector de este artículo leyera la novela. Le aseguro que va a disfrutar de una buena lectura, de una narración entretenida, con páginas de suspenso bien logradas, al mejor estilo del cine de Hitchcock.
Las últimas páginas del texto nos traen una sorpresa. Viriato desliza de manera sutil unas palabras como antesala para impactar al lector, prepararlo ante lo que viene, como se dice en el argot beisbolero, curva o recta, para en seguida soltar la famosa carta que dejó el doctor Castaños antes de morir.
“Eran cerca de las once. A esa hora el doctor Castaños se encontraba sentado en su escritorio, en la clínica, en un estado de trance. Tomó un lápiz, unas hojas tenuemente rayadas de un papel al que le llamaban papel ministro y se dispuso a escribir la carta de despedida más patética que se haya escrito en la historia de la humanidad. Estaba dirigida a su padre Emilio Castaños. Comenzó fechándola erróneamente: Domingo 15 de marzo de 1931 a las 11:00 p. m. Acaso en su subconsciente ya se sabía muerto, pues a esa hora del 15 de marzo, es decir, al día siguiente, ya había sido enterrado en el cementerio local”.
San José de Ocoa, Sábado
Marzo 15 de 1931
a las 11:00 p.m.
Señor
Emilio Castaños,
Mi querido e inolvidable papá:
Completamente desilusionado de la vida, te escribo ésta, mi última carta, para que ella sea como un consuelo a tu justo dolor. Cuántas lágrimas de sangre estoy derramando… Cuántas tristezas pasan por mí en estos momentos críticos de mi vida.
¡Si me vieras, padre mío! Con la faz desencajada, con el rostro amarillento y con las manos convulsas, signos palpables de mi grande e intenso dolor.
¡Pobre de mí! Abandonar tan joven la vida. Abandonar a tan temprana edad los consejos y las frases amorosas de un padre tan bueno, generoso, como tú, y todo por una mujer, por una mujer a quien mi corazón aprisionó entre sus elásticas fibras.
Quién iba a decir que después de luchar tanto con las adversidades del destino, después de haber conseguido un triunfo universitario, iba yo a morir miserablemente, llevando para siempre, a través de ultratumba, el estigma deshonroso del suicida.
Alguien ha dicho que el que se mata es un cobarde: yo combato enérgicamente esa idea; porque los que la tienen, alegan que el que abandona esta vida sin experimentar los sinsabores de ella, comete un acto de franca cobardía; mentira infame, absurdo grande. Todo aquél que de una vez acaba con los pesares de esta dolorosa existencia, es un valiente.
Tú ya sabes de mis grandes amores, de mi única ilusión; tú conoces a Adrianita, la única mujer que ha sido capaz de conquistar de una manera poderosa mi corazón.
La adoro, la amo, me es imposible la vida sin ella; las horas que paso ausente de ese ser querido, son horas de grandes pesares y de intensas amarguras. Yo no quiero la vida; la vivía por ella, había formado en mi existencia el único ideal de mis ilusiones.
Tú conoces la historia de lo sucedido: tú mismo viniste a este pueblo a rogarle a la familia Pimentel; tú mismo escribiste varias cartas donde pedías compasión para mí; y esta familia terca, cruel y desatenta no oyó tu súplica y creyeron que todo era una cosa banal, pero ya que verán la realidad de las cosas, de seguro se arrepentirán de haber procedido tan despiadadamente. Esa familia no ha creído nunca, o no ha podido comprender que yo era capaz de sentir en mi corazón ese intenso sentimiento del amor, y para demostrárselo, voy a hacer esto, dándole así un ejemplo sobre el cual edificarán su vida futura.
Yo fui bueno, padre mío; en el correr de los tiempos me limité solamente a hacer el bien; sembré por doquiera la alegría, y siempre cosechaba ingratitudes y tristezas.
Ya tú sabes imaginarte lo grande de mi dolor, cuando he tomado la enérgica resolución de quitarme la vida.
Pasaba noches enteras sin dormir, solamente pensando en Adrianita, pensando en lo felices que hubiéramos sido estando juntos.
Quiero significarte, que muchos días antes de cometer este crimen, hablé con la madre de Adrianita y le dije que tuviera compasión de mí, que estaba sufriendo horriblemente y que ya no podía soportar más ese amor que devoraba mi alma, que era demasiado el peso que abrumaba todo mi ser, y que hiciera todo lo posible por alejarme del abismo y de la desesperación, buscando la manera de que renacieran para mí y para su hija, las horas de felicidades ya muertas. También le repetí que si no me casaba con Adrianita, entonces la mataría y me mataría, pero parece que ella, sorda de todo ruego, ha creído que esto no era más que simples amenazas mías; ella ni siquiera se ha detenido a pensar en la realidad de los hechos, porque quizás creía que nadie es capaz de matarse por amor. Como ella no sabe de estos grandes sentimientos, no puede darle acogida a tales ideas mías.
Yo no quería morir, anhelaba siempre formar con la muchachita de mis ensueños, un hogar feliz, donde crecieran siempre lozanas, la alegría y la virtud; pero todo ha ido en contra mía y los seres malignos se pusieron en mi contra y el cielo se desplomó sobre mi cabeza.
También quiero que sepas que hablé a solas con Héctor, que le pedí perdón por mis errores y por si en algo le había ofendido, que le signifiqué mi sufrimiento y le di a conocer mis horas de angustia, que le dije mis proyectos y mis esperanzas, y que por último, al ver este hombre tan duro y tan cruel, le ofrecí mi revólver para que me matara, para que así acabara de una vez con mi vida, ya que había matado en mí las ilusiones; pero éste, creyendo, sin duda, como su esposa, que todo era una absurda amenaza, tampoco hizo caso, y me dejó abandonado a merced de mis malos pensamientos.
BENDITO ES EL HOMBRE QUE MUERE POR AMOR
Yo no podía continuar más en este estado de dolor y de desesperación. Hubiera podido dejar la cosa al tiempo, y este poderoso cíclope, quién sabe, hubiera resuelto mi situación; pero esperar era para mí una muerte lenta, era convertir mi organismo en un esqueleto, y al fin de la jornada no serviría para nada.
Yo no quería morir, pero las consecuencias de la vida me llevaron a este terreno. Muero contento, bendiciendo a todos y pidiéndote a ti que me perdones.
Compadécete de mí, padre mío, y no me maldigas: no te arrepientas nunca de haber tenido un hijo criminal y suicida, que si éste ha cometido tal cosa, ha sido por un noble y grande sentimiento, como lo es el amor.
Te estoy escribiendo esta carta y no sé todavía a ciencia cierta, cuál va a ser la magnitud de esta tragedia; porque yo estoy dispuesto, ya que voy a acabar con mi existencia, a acabar con la de aquellos que trabajaron poderosamente en contra mía y que han contribuido, de una manera u otra, a que yo llevara a cabo mi resolución. Todo depende del momento y de la circunstancia, pero, como quiera, yo necesito y quiero que esta cuestión tenga tales proporciones, que culmine en el mayor drama de amor conocido en la historia.
Perdóname, padre mío, las amarguras que te haga pasar; y a mis hermanos y hermanas, que también me perdonen.
Adiós, padre mío, y en el cielo te espero, porque yo sé que a pesar de haber cometido este crimen, seré perdonado por Dios, en recompensa de todo el bien que siempre hice.
QUÉ DULCE ES MORIR POR AMOR. Me siento muy feliz en esta hora suprema en que por fin voy a poner término a todos mis dolores, de una vida… teniendo en mi poder a Adrianita, para vivir feliz y tranquilo, de otra, muriendo, enmudeciendo, así, y ahogando para siempre los últimos latidos de mi pobre y adolorido corazón.
Recibe un abrazo en el último momento de mi vida,
TU MARIO
P.D. Quiero que en el cementerio de esta ciudad coloquen sobre mi tumba una lápida que lleve solamente esta inscripción:
MURIÓ POR AMOR
Sin nombre ni nada, esto sólo. Ya lo sabes, ésta es mi última voluntad, y espero que tú sabrás cumplirla a cabalidad para así dejarme satisfecho.
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