Me gusta el séptimo arte. Aunque no soy fanático de estar en lugares abarrotados de gente, como una sala de cine, me gusta disfrutar de las películas, detalle a detalle.
A pesar de que todavía se discute si las películas, vistas en Netflix o YouTube, son hermanas del cine tradicional y entran en esta categoría de arte, lo cierto es que esta es la nueva forma de ver cine. Para poner colofón al debate, la pandemia ha convertido al cine tradicional en una quimera y las opciones de broadcast en la casa son las que tienen vigencia. Ya para ver cine, no hay que ir al cine.
En mi pesquisa de películas también encuentro emotivas series. Y ha llamado mi atención la permanencia por varios meses, entre los 10 primeros lugares de Netflix, de una serie que trata sobre la vida de Pablo Escobar. Sobre todo porque es una serie del año 2012 y se supone que ya tuvo su clímax. Por algún motivo, la gente no la quiere soltar. Y eso es inquietante.
Es que ya no se venera el trabajo como la mejor manera de ganarse la vida. Se venera el modelo del riesgo ilegal a cambio de la riqueza.
No parecen importar las estadísticas, ni el triste final de gente que se ha jugado la vida en carrera voluntaria contra la muerte. Ha sido tan intenso el ritmo de injusticia social, que se han creado santuarios de veneración al enriquecimiento ilícito, en barrios y en residenciales.
Gran parte de nuestra juventud ha aprendido que muchos de los “tutumpotes” se han hecho ricos robando al Estado, traficando drogas, carne humana y muchas cosas más. Y a eso aspiran. A hacer fortuna sin importar la vía.
Esa realidad debe llevar a reflexión y a un reforzamiento de los valores cristianos en la educación hogareña y en la escuela formal. Está claro que si la gente no teme a la ira de Dios, no se apartará del mal como estilo de vida.
Pero esto debe ser abordado como algo activo, no como una teoría. Cuando menciono valores cristianos, no me refiero a ser un “león” recitando la sagrada Biblia. Me refiero a enarbolar como principios de vida en el hogar y en toda circunstancia, esos valores que convierten a Jesucristo en el mejor ejemplo para la humanidad.
Compasión, humildad, bondad, respeto y un largo y sonoro etcétera de valores, que todavía podemos reforzar. Hay que amurallar a los más jóvenes, contra los ataques de una época donde predomina el hedonismo y el culto a la personalidad.
En momentos en que se rediseña la vida, obligados por una enfermedad que parece no tener final, es recomendable tomar esto en cuenta y aprovechar para tratar de revertir el daño que han hecho las malas influencias en nuestra juventud.
Guardando las distancias y por mencionar un tema que está sobre el tapete, el reciente caso del “don Cafesito” es una muestra de esa falta de valores, donde la humilde empleada es tratada como inferior, como si fuese menos que el “riquito” malcriado. El trato despectivo y desconsiderado de este elemento, deja claramente establecido su complejo de superioridad, por su condición económica. Simplemente su dinero se le ha subido a la cabeza. Como a tanta gente.
Para producir cambios es nuestra responsabilidad actuar. La elección para nosotros, padres y guías, es simple: o educamos para el bien, o dejamos que el modelo tipo “Patrón del Mal” siga tomando las riendas de la mente de nuestra juventud.
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