El lazo que está ahorcando al pueblo dominicano en este momento es la carestía de la comida, las medicinas, los servicios y la desesperanza de que en el mediano plazo eso se pueda revertir.
Aunque desde diversos sectores se envían señales de que la inflación es una piedra grande en el riñón de las personas que viven en todo el territorio nacional, resulta increíble que no haya conciencia, desde el gobierno y el “liderazgo nacional”, del peligro que encierra ignorar la gravedad de la constante alza de precios a diario y con salarios y empleos degradados.
Se trata de un juego peligroso de quienes están acostumbrados a pasar los huracanes en techos de concreto armado, indiferentes a quienes están a orillas de ríos, en rústicas casas que el torbellino abate y el torrente arrasa.
La narrativa oficial y “académica” es que los precios aumentan porque “en los mercados internacionales” todo ha subido. Es una verdad a medias.
Las alzas de las materias primas en las bolsas afectan por igual a todos los países con economías relativamente similares, pero no todas sus autoridades se dedican a “convencer” a sus ciudadanos de que “el alza de precios es importada”.
Eso es lo que explica, reitero, que países como Costa Rica, allí al lado, tengan una inflación de 3.5% y República Dominicana la registre oficialmente en más de 8% cuando todo el mundo debe saber que supera el 15%, y subiendo.
Mientras el rancho arde en el exterior, aquí en República Dominicana las autoridades están haciendo “todo lo posible” y algo de lo imposible, para que la inflación no se detenga.
Agropecuaria en bandolera
Desde que este gobierno subió, en medio de la pandemia de Covid-19, he escrito reiteradamente que solo un impulso gigante a la agropecuaria puede contribuir decisivamente a dinamizar la economía, el mercado interno, las exportaciones, el empleo y la productividad.
Pero es en vano. Primero, el Banco Central y un coro selecto de economistas orgánicos se encargaron de decir que “la inflación es transitoria” y por tanto, las alzas de precios no afectarían los cimientos macroeconómicos.
Siempre les salí al paso advirtiendo a los dominicanos de que la inflación no solo no era pasajera, si no que sería “progresiva y extendida en el tiempo”, sobre todo si las autoridades no se ocupaban de dar un apoyo sostenido y firme a la agropecuaria para producir bienes de consumo masivo en el país y para la exportación.
Sobraría decir que eso no se está haciendo y el país depende cada día más de las importaciones de bienes agropecuarios de tan lejanas tierras como Argentina (habichuelas pintas) o cebolla, de Holanda, que crecen en forma exorbitante en competencia con el productor nacional.
¿Qué hace el Banco Agrícola?
Aunque la agropecuaria es una actividad fundamental para la soberanía alimentaria del país, por lo general la banca comercial no le presta dinero al sector porque carece de seguro y ellos no hacen negocios con riesgos, porque su motivación suprema es la usura, no el servicio ni el amor al prójimo, y yo los comprendo plenamente.
El banquero va a la Iglesia una vez a la semana y los otros seis días, a engañar a todo el que se deje y a cortejar al diablo.
Desde la Era de Trujillo, el Banco Agrícola se ha constituido en el soporte fundamental para el financiamiento de la agropecuaria, que si bien nunca ha tenido fondos suficientes para cubrir la demanda de los esforzados agricultores medianos y pequeños, por años significó un aporte importante para asistir a los productores en su supervivencia.
Si me doy a explicar, he tratado de decir que los agro productores no cuentan con ningún tipo de facilidad de la banca comercial para cultivar y cosechar alimentos, y el Banco Agrícola no tiene fondos para satisfacer la demanda y las necesidades del sector.
¿Qué está pasando ahora? Que además de que el Banco Agrícola no tiene los fondos que necesitan los agricultores y ganaderos, la mayoría del dinero que presta no va a la producción, si no a la comercialización de productos agropecuarios. En la oficina principal del Banco Agrícola, situada en el malecón de la ciudad de Santo Domingo, y donde tienen asiento su administrador, Fernando Durán, y el subaministrador, Juan Rosario, entre otros líderes del Partido Revolucionario Moderno (PRM), es donde se concentra el grueso de los préstamos para el sector agropecuario.
¿Y qué se siembra y se cría en Santo Domingo que necesita el más alto volumen de financiamiento? ¡Las importaciones de alimentos que se pueden producir en el país!
Porque en el mar Caribe que le queda al frente a la sede del Banco Agrícola no se puede cultivar lechosa, habichuela, maíz, plátano, arroz ni criar ganado, pero por el puerto de Haina pueden llegar –y llegan- miles de toneladas importadas de esos alimentos que van a los mercados a dos cosas: a estimular la inflación y a quebrar a los productores nacionales.
¿Qué busca el Banco Agrícola financiando comercialización? Si el presidente Luis Abinader es tan recto como creo que lo es, debe –discretamente, por supuesto, porque son sus compañeros- ordenarle a esa entidad estatal que financie la producción y deje a la banca comercial que le preste dinero –sin riesgo de huracanes- a los comercializadores.
Al día de hoy, el Banco Agrícola destina más dinero a financiar la comercialización que a la producción y eso es lo que explica que el más alto porcentaje de sus préstamos se concentre en el Distrito Nacional, no en el Valle de San Juan, ni en los llanos del Nordeste ni en la ganadería del Este.
En un país aturdido por la inflación, ¿puede alguien explicar por qué razón el Banco Agrícola presta 1,200 millones de pesos para la comercialización de tabaco y solo 96 millones para su producción?
Peor aun, ¿cómo le pueden explicar los ejecutivos del Banco Agrícola al presidente Abinader que hayan prestado 3,200 millones de pesos al sector arrocero, pero de ellos 1,700 millones son para “comercialización” y tan solo 1,400 millones para producción?
Así no solo no se podrá enfrentar la inflación, sino que los precios se escalan a niveles geométricos, lo que es penoso y peligroso, porque si de algo debemos aprender es de que sin comida, este pueblo se va a la calle aunque lo ametrallen. ¡Y yo no quiero ni lo primero ni lo segundo!
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