Por: Ing. Juan Tejeda, Yonny.
En tiempos de crisis o transformación, la cohesión interna de los partidos políticos se vuelve no solo deseable, sino esencial. Sin embargo, en muchos contextos tanto locales como nacionales asistimos a un fenómeno recurrente: la división interna, la primacía de intereses personales sobre el bien colectivo y, como consecuencia inevitable, el debilitamiento o la derrota de las organizaciones políticas.
La falta de unidad no siempre comienza como una fractura evidente. A menudo, nace de pequeñas diferencias no resueltas, egos inflados y luchas internas por cuotas de poder. Lo que podría ser un debate saludable sobre el rumbo del partido, termina convertido en una guerra de trincheras donde las propuestas pierden protagonismo y el ataque entre compañeros del partido, se convierten en el pan de cada día.
A esta desunión se suman las apetencias personales, rencores, orgullo, la ambición desmedida de figuras que anteponen su carrera individual al proyecto común. En vez de construir liderazgos con visión a largo plazo, optan por atajos, alianzas tácticas y protagonismos mediáticos. El resultado es predecible: pérdida de confianza ciudadana, fuga y debilitamiento de las bases de la organización política y la erosión de la identidad partidaria.
La derrota electoral, en estos casos, no es más que el síntoma final de una enfermedad incubada durante años. Los votantes no castigan solo los errores de gestión o la falta de propuestas; también penalizan la incoherencia, el espectáculo de los enfrentamientos internos y la desconexión con las verdaderas necesidades sociales, con el pueblo.
Hoy más que nunca, los partidos políticos deben repensarse. La renovación no pasa solo por cambiar rostros, sino por recuperar principios y valores, cultivar liderazgos con vocación de servicio y reenfocar sus estructuras hacia la participación ciudadana. Si no lo hacen, seguirán repitiendo el mismo ciclo: división, ambición desmedida y derrota. Porque cuando los intereses personales pesan más que las causas colectivas, la política deja de ser instrumento de cambio para convertirse en terreno estéril. Y en ese escenario, pierde el partido, pero también pierde la democracia.
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