Tengo frente a mi un elemento de gran valor para nuestro idioma: el Nuevo Diccionario Esencial Santillana, un volumen que contiene más de 37,000 entradas. Influenciado por una familia amante de la lectura, crecí entendiendo la importancia de enriquecer el vocabulario, como forma de incentivar la belleza de la expresión escrita o hablada y al mismo tiempo, para tener recursos que me permitan expresar algo, de diversas maneras.
Pero, siendo honesto «caerle atrás» al diccionario no es fácil, requiere dedicación, práctica y la disposición constante de aprendizaje. Es decir, el que cree que «se las sabe todas» encontrará la manera de ignorar al diccionario y manejarse de manera limitada. Por el contrario, quien admite su condición de eterno estudiante, siempre encontrará algo nuevo para enriquecer sus conocimientos del idioma español o castellano.
A pesar de los avances digitales del mundo, polarizado en la actualidad entre redes sociales, la buena redacción sigue siendo apreciable y necesaria. Aunque hay situaciones que se resuelven con un «¿Qué lo qué?» o cualquier otra expresión de corte artística y modernista, el relajamiento en el lenguaje sigue sin espacio en la buena literatura o en las ciencias, entre otras áreas y con limitado espacio en el mundo del buen periodismo o la buena redacción.
Es práctica de algunos buenos redactores, ponerle un poquito de picante a un texto, con algunas palabras que se salen de la formalidad. Pero esas son excepciones, que les quedan bien al que bien escribe. Convertirlo en estilo de redacción no le aporta nada a la cultura de la gente.
Recuerdo la historia de un famoso locutor dominicano, cuyo padre le asignó como tarea obligatoria, aprender diariamente dos palabras del diccionario. Con el paso del tiempo, ese locutor desarrolló un amplio dominio del idioma y se convirtió en el símbolo dominicano del arte del buen hablar.
Hoy todavía hay personas que nadan contra la corriente simplista y tratan de mantener su vocabulario bien pulido. Solo se relajan cuando la situación lo amerita, no lo asumen como estilo o regla general.
Sin ánimos de pretender ser un estirado escritor, todo el que esté haciendo opinión, redactando noticias o influyendo en la gente, debe convertirse en eterno estudiante; trabajar en procesos de mejora continua y enriquecimiento de su vocabulario.
Después de todo, si hay gente que dedica su tiempo a leer lo que escribimos, lo mínimo que podemos hacer es tratar de llevarles un producto bien elaborado. Aunque todos nos equivocamos, eso debe llevarse a la mínima expresión.
La inquietud surge por barbaridades que he visto. No es lo mismo la errata, propia del que trabaja con redacción, que el error descarado y repetitivo, fruto de la falta de dedicación. Esta semana estoy invitando a enriquecer el vocabulario y la redacción. Como dice un cobrador que conozco: «Haga un esfuercito».
Como nota al margen, aprovecho el tema para agradecer a uno que sabe crear hermosas obras de arte, con el uso apropiado de las palabras: el estimado amigo Dr. Nóbel Mejía. Agradezco y aprecio sus recientes expresiones, con relación a mis trabajos de divulgación nacional, sobre San José de Ocoa.
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