Con sentimientos de asombro y tristeza vemos como pasan episodios trágicos con una frecuencia espeluznante entre jóvenes de nuestro país; en esta ocasión nos ha tocado tan cerca que casi nos paraliza.
El luto de una comunidad completa que ve empañado el inicio de un año en el cual se han depositado las esperanzas de ser mejor que el pasado y del que esperamos haber aprendido algo de la pandemia que ha cambiado el mundo.
Ver partir un conocido es penoso, que sea un joven es aún mas y si ha sido en circunstancias evitables, entonces es alarmante, y esa alarma debe despertar a cada individuo de la sociedad, a todo aquel que juegue un papel en el desenvolvimiento y desarrollo de la misma.
Se debe analizar el problema no desde las ramas, si no desde la raíz, preguntarnos; ¿qué está haciendo actuar a nuestros jóvenes de una manera tan desinhibida y arriesgada? ¿qué tantos controles ejercen los padres sobre ellos? ¿cómo ha afectado la pandemia y consecuente cuarentena a los más jóvenes? ¿cómo evitar la vulnerabilidad de nuestra juventud?, y la pregunta más importante, ¿qué vamos a hacer para que estos casos no sigan aconteciendo?
Ojalá no nos recordemos de estos temas solo cuando ocurran las tragedias y, por el contrario, que trabajemos permanentemente para evitarlas. Hoy la laboriosa y solidaria comunidad de La Ciénaga llora sus ¨muchachos¨, con desconsuelo sus familias ven tronchadas tres vidas en plena flor de su juventud, es desgarrador, pero tengo la firme convicción que podemos trabajar para mejorar el panorama. Pongamos un granito de arena desde nuestros hogares, exijamos más controles y oportunidades de nuestras autoridades y hagamos lo que sea necesario para que no sean tan repetitivos estos titulares.
Trabajemos en conjunto para que la tan conocida estrofa del poema autoría de Rubén Darío no se haga tan literal:
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro
y a veces lloro sin querer (…)
Lic. Keyla Castillo Casado.-
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