Por Omar Ureña
Tener que escribir sobre hechos fatídicos no es de buen agrado, sin embargo, es el oficio al cual me dediqué y ahora tengo que soportar el estrés que provoca tener que redactar párrafos para describir los hechos más dolorosos que suceden, por lo menos en los últimos días ha sido así.
No me arrepiento de hacer esta profesión porque es mi pasión, aunque los hechos trágicos en si me estremezcan, es mi deber contar la historia suscitamente y créanme que lo hago sin remuneración alguna, porque lo que me produce satisfacción es saberme útil para una sociedad que urge de cambios estructurales conductuales.
Mis entregas a través de los reportes que hacemos de las noticias que se originan en esta demarcación, no andan buscando ME GUSTA (like), ni ser el primero en dar a conocerla, porque antes que ser el primero en que se conozca un hecho sangriento, preferiría pasármela colocando música en mi muro de Facebook en total relajamiento a que me admiren con la desgracia ajena.
Todo lo expuesto anteriormente surge de una reflexión con relación al desenlace fatal final de una pareja de esposos en la comunidad La Ciénega de Ocoa, que se ha convertido en la más reciente y triste noticia y que a más de uno ha preocupado.
Como siempre los busca Like, los lentes cazadores de desgracias no escatiman esfuerzos para captar la imagen más sangrienta y presentarla al público, desconociendo la accesibilidad de niños, personas sensibles a estos sucesos, a los familiares de las víctimas, y como no, a los mismos protagonistas de la historia que si tuvieran la oportunidad reprocharían esas publicaciones.
A veces sin proponernos algo, somos agitadores, por desconocimiento, por esa sed de fama, que tenemos los seres humanos, de ser los números uno, olvidando el respeto que debemos profesar a los demás.
Supongamos que la tragedia nos alcanzó a nosotros, ¿Cuál sería nuestra reacción frente a publicaciones sin el más mínimo pudor de uno de los nuestros? Entonces, poniéndonos en los calzados de los demás, hagamos un alto a la colocación de imágenes que atentan contra la dignidad humana de personas que han fracasado por decisiones erróneas, que tampoco debemos cuestionar, porque bien lo dice una expresión muy sabia. “El corazón de la auyama, solo lo conoce el cuchillo”.
¡Si ombe sí!
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