Por Luis F. Subero.
Continuamos con las Estampas Manieleras escritas por el Prof. José F. Subero y que fueron publicadas en la revista Páginas Banilejas, a partir del año 1950.
En esta ocasión, el tema principal es un personaje racista in extremis. El personaje en cuestión, residía en El Limonar, en este municipio de Ocoa. Pero lo más importante del relato es que cuenta la visita que a estos lugares realizara el famoso músico azuano Pablo Claudio, autor de la primera ópera dominicana, en 1895, titulada María de Cuellar.
Jacinto Nova
Por José F. Subero.
Jacinto Nova era un rústico, terco y obstinado como el que más, pero todo un honrado agricultor y hombre de su casa, que enchapado a la antigua vivía en la mismísima falda de la entonces floreciente Loma de los Pocitos, como a seis kilómetros de esta villa.
Hijo de un rancio español, aunque de madre criolla, no muy pura de sangre que digamos, adquirió desde niño profunda aversión a todo aquél su semejante, o animal que fuera, que el pigmento había subido el color de su piel. Para el blanco, todo estaba dispuesto en su persona y en su casa; pero para el pardo, ni el saludo. Era tal su extremado odio a lo negro, que en su casa no permitía animales de ese color. Su expresión favorita a este respecto: “Negro en mi casa solo el caldero porque recibe mucha candela”.
Como era persona de holgada posición económica, siempre su casa fue lugar escogido para celebrar nutridas y alegres giras, donde el alma festiva, buscaba ambiente para solazar el espíritu y pasar ratos agradables entre licores, sancocho, boruga y la brava serrana que tan bien dominaba con rítmica cadencia la mangulina y el carabiné.
Y, fue en uno de los festivos días de Nuestra Sra. de la Altagracia, festividades patronales que atraían a ésta muchas distinguidas personas de casi todo el sur, que don Manuel de Js. Bidó, amigo íntimo y compadre de don Jacinto Nova, organizó una espléndida gira dedicada al célebre compositor dominicano, don Pablo Claudio* y, al efecto, notificó con un día de antelación a su amigo y compadre don Jacinto, prepárese su casa, sus muchachas y las muchachas del vecindario para tal fiesta, y que le mandase enseguida su caballo, bello alazán que, para don Jacinto, después de su esposa, doña María de Regla Pimentel (banileja) constituía su más grande atractivo.
Todo estuvo debidamente preparado. Don Jacinto y su consorte estaban orgullosos de que su casa fuese el lugar escogido para tan gran acontecimiento, tratándose, como se les anunció previamente, de que era fiesta para un importantísimo hombre. Desde las ocho de la mañana de ese día, los castellanos, sus hijas y las del vecindario estaban de punto en blanco, con sus mejores túnicas y las variadas y multicolores flores y las vistosas cintas de anchos lazos completaban su atuendo. Alegres, con mucho de gratísima impresión entre las bellas mozas del lugar, esperaban todos la llegada de los visitantes.
El acordeón, la güira y la tambora y de vez en cuando la maraca, con las neuróticas risas mujeriles llenaban el ambiente de ritmos alegres, mientras descendía de la loma cercana el aroma sutil de la flor del café. Todo indicaba que ese día iba a ser memorable en la historia festiva de la bucólica campiña de El Limonar.
Un relincho a lo lejos indicó a don Jacinto que su caballo anunciaba su proximidad y, que por lo tanto, la romería no dilataba en llegar. Y, él, doña María de Regla y algo más de una veintena de jóvenes de ambos sexos se pusieron en pie para recibir frente a la vivienda a los que venían. De improviso surge tras el recodo del camino un jinete en brioso corcel, que como el Antar de la leyenda árabe (*), aunque mucho menos hermoso que éste, venía haciendo cabriolas seguro de la calidad del animal y seguro de su maestría al manejarlo y, aquí fue… Troya; el jinete era el artista don Pablo Claudio, negro y feo como una maldición, sobre el favorito de don Jacinto. Verle éste y escabullirse por la puerta trasera, fue asunto de segundos. Don Manuel de Jesús Bidó, conocedor de la negrofobia de su amigo y compadre, corre en pos de él para pedirle explicaciones sobre modo brutal de proceder y, recibe de don Jacinto esta concluyente respuesta: “No, compadre de Bidorio, no voy a la fiesta, porque no quiero ver a ese negro en mi casa, ni mucho menos darle la mano y, llévese para siempre mi caballo, porque ese negro me lo ha lisiao”.
Y, la fiesta que se esperó fuese un gran acontecimiento, se efectuó sí, pero sin la presencia del castellano de la casa y, Pablo Claudio nunca supo lo ocurrido. Don Manuel de Js. Bidó tuvo que hacerse cargo del caballo de su amigo y compadre don Jacinto.
Tal era la aversión que don Jacinto Nova tuvo desde su niñez hacia todos los negros, fuesen o no sus semejantes, aversión que compartió en gran parte su elegante consorte doña María de Regla Pimentel, nativa de la sección de Sombrero, de Baní, como banileja de rancio abolengo.
San José de Ocoa, R.D.
Junio de 1950
Páginas Banilejas , Pág. 24, Julio 1950
(*) Se refiere a Antarah Ibn Shaddad, personaje que sirvió de inspiración a la ópera Antar (1948) del compositor egipcio Aziz El Shawam y una suite sinfónica de Nikólai Rimski-Kórsakov (1868). (LFS)
Comentarios...