Por Emilia Santos Frias
“El dolor mental es menos dramático que el dolor físico, pero es más común y también más difícil de soportar”. Nuestro cuerpo es templo de la naturaleza y del espíritu divino. Por eso, debemos conservarlo sano; respetarlo; estudiarlo y concederle sus derechos. Esto lo aseguraba el filósofo, moralista Henri Frédéric Amiel. No basta con exhibir buena la salud física, también necesitamos poseer bienestar mental.
Como bien sabido, la salud es el estado de completo bienestar físico, mental y social, es decir, implica mucho más que estar libres de afecciones o enfermedades, como nos recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS). Difícil de exhibir, aún hoy a dos años del azote del aja Covid-19, porque su porrazo, trajo consigo otra pandemia: el aumento de trastornos o enfermedades mentales.
Penosamente es así, aun con el fuerte embate del coronavirus, seguimos padeciendo estrés, ansiedad, miedo, tristeza, y sensación de soledad. Han aumentado los trastornos o enfermedades mentales en la población dominicana, a dos años de la pandemia de la COVID-19. A lo que se suma, la existencia de pocas acciones públicas, de cara a la asistencia y servicios para auxiliar a las personas, como forma de protección a este derecho fundamental. Conscientes, de que, su quebrajamiento como la covid, también toma vidas.
Sabe usted, ¿dónde acudir y cómo puede acceder la población vulnerable?. Tomando en cuenta la carencia de recursos económicos para solventar incluso necesidades básicas diarias. ¿Tenemos centros de salud integral, públicos, gratuitos, oportunos, en funcionamiento, destinados a la asistencia ciudadana de este tipo?.
Son muchas nuestras interrogantes y consideraciones, entre ellas, que conjuntamente con los aportes que hace el Estado a compra de vacunas y otros insumos destinados a la prevención de la enfermedad, también accione y financie servicio de salud mental, a quienes ya padecieron COVID-19; perdieron parientes y amistades, en fin, a quien sufre en silencio y no puede acceder a expertos de la salud y la conducta humana, debido a la desigualdad social y falta de dinero, para enfrentar el alto gasto de bolsillo en los servicios de salud.
La realidad es que, muchas personas se marchitan de manera interna, y nos quebramos con ellas, buscando cómo ayudarles a obtener bienestar mental. Al tiempo que, también cuidamos nuestro cuerpo: el único sitio que tenemos para vivir, como enuncia el orador motivacional Jim Rohn. Las enfermedades del alma son más peligrosas y más numerosas que las del cuerpo. Seamos solidarios, mientras demandamos garantías.
La presente y larga crisis sanitaria; la incertidumbre ante una enfermedad que nos tiene aún postrados a su merced; que quiere tocar a todas y todos, sigue llevando miedo, preocupación y estrés a la población, sentimientos perceptibles. Sin embargo, sus fases graves y agudas, motivadas también por otras realidades como el desempleo temporal, la educación de los niños y las niñas en el hogar; falta de contacto físico con seres queridos y las necesidades prioritarias, pueden frenarse, si cuidamos nuestra salud física como mental.
En esta parte el Estado debe honrar su compromiso pautado en el artículo 61, de nuestra Constitución referente al derecho a la salud: “velar por la protección de todas las personas…, procurar los medios para la prevención y tratamiento de todas las enfermedades, asegurando el acceso a medicamentos de calidad y dando asistencia médica y hospitalaria gratuita a quienes la requieran”. !Aleluya!
También esta normativa asegura que es rol del Estado garantizar, mediante legislaciones y políticas públicas, el ejercicio de los derechos económicos y sociales de la población de menores ingresos y, en consecuencia, prestar protección y asistencia a los grupos y sectores vulnerables.
En estos momentos, ante el aumento de trastornos mentales en nuestra población, ¡necesitamos acciones fuertes, reales y visibles!. Jamás olvidar que la primera y mayor riqueza que puede mostrar una persona, es su salud, y un país, el bienestar de su población.
Hasta pronto.
La autora reside en Santo Domingo. Es educadora, periodista, abogada y locutora.
santosemili@gmail.com
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