Cada vez que uno vuelve al lugar donde nació, es como reencontrarse con sus orígenes, como si volviéramos a estar en el útero materno. Recorremos lugares conocidos, visitamos personas y los que ya no están los repasamos en la memoria. Y aunque por lo general escribo de cosas pasadas, no vivo en el pasado ni del pasado. Pero cuando el presente no es una alternativa mejor y el futuro no se presenta halagüeño; sólo queda de vez en cuando perderse en los vericuetos mentales y viajar al pasado. Los recuerdos tienen una virtud, borran lo malo y sólo preservan lo bueno, tiñéndolo con nostalgia y de ahí la consabida expresión de que todo tiempo pasado fue mejor.
Hace un tiempo que instigado por las noticias que aparecieron en medios digitales de información dando cuenta del deplorable estado en que se encontraba el Liceo José Núñez de Cáceres, publiqué este artículo.
Debí ingresar a ese Liceo en el mes de septiembre del año 1979, pero a raíz del ciclón David, sus instalaciones fueron utilizadas como refugio y los damnificados de aquel desvastador huracán permanecieron allí por varios meses, por lo que el año escolar inició a mediados de Enero del año siguiente, es decir, 1980. Aquel año escolar sólo duraría aproximadamente unos cuatro o cinco meses, pero los profesores, padres y alumnos hicimos un esfuerzo extraordinario para tratar de cumplir al máximo con el programa de estudio.
En una época en que ni se soñaba con la asignación del 4% para la educación, ni mucho menos era utilizado como consigna de lucha; cuando Ocoa era un simple municipio de la provincia Peravia, pero eso sí, qué municipio! nuestro Liceo era un modelo de excelencia académica para todo el resto de la enseñanza pública del país. El orden, la disciplina y la limpieza resaltaban y estaban a la par con cualquier colegio privado de una gran urbe.
El cuerpo docente era de primera. En letras y literatura, tuvimos el privilegio de tener una profesora conocida cariñosamente como Chichó, que nos hizo creer que todos podíamos ser escritores; nos incentivaba a escribir composiciones casi a diario, con introducción, nudo y desenlace y teníamos que pararnos frente a la clase a leer lo que habíamos escrito. William Mejía, entraba en éxtasis mientras declamaba unos versos de Mir (Estoy de ti florecido como los tiestos de rosas, estoy de ti floreciendo de tus cosas…) y con esa misma pasión nos transmitió su amor por la literatura; sus clases eran divertidas y en ocasiones nos sacaba al Parque para que el contacto con la naturaleza nos despertara las musas. Ramona de Lavigne, por su parte, nos enseñó a analizar los textos literarios y al uso correcto del idioma.
En Matemáticas, Manuel Emililo Pimentel (Manén), Carlos Pimentel, Edgardo Soto (a pesar de su dedicación, la Trigonometría no me trigonomentró) y Freddy Andujar, que siempre andaba con un metro de sastre como regla, que era casi de su misma estatura; Zoraida Diaz (Turca) en Artes Plásticas, Julio Roa y Ramón Castillo (El Biologo) en Ciencias y Biologia; William Sánchez en Física, Hector Romero, Federico Medina y William Soto (Rafaelin) en Inglés; Aracelis Peña en Química; Duane Patrocinio en Comercio y Música; Tilito Calderon, en Filosofía y Sociología (éste nos puso de libros de texto, el que se usaba en la UASD en Filosofia 011 y los Elementos del Materialismo Histórico de Marta Harnecker, dos plomazos de libros, que tuvimos que leer y tratar de entender); otros profesores venerables como Pedro Pimentel, Daysi Rojas, Dolida Martínez y Patria Rojas. Esta última si te sorprendía hablando mientras ella escribía en la pizarra se giraba y lanzaba el borrador a quien estuviera cometiendo tal transgresión. Era común ver algunos con el borrador marcado en tiza en la camisa o con los cabellos cenizos luego del impacto del proyectil disparado por la siempre recordada profesora Patria.
Los deportes estaban a cargo de Julián (Golan) Sánchez. Se organizaban torneos inter cursos de volley ball y de basketball. Todos los años nos preparaba para la marcha por las principales calles del pueblo, con motivo de la celebración del 27 de Febrero.
En la parte cultural recuerdo la convocatoria a un concurso literario que levantó mucho entusiasmo por el nivel de participantes y la calidad de los trabajos presentados. Se premiaron los géneros de poesía, cuento y teatro.
Todo este conglomerado de excelentes profesores y otros cuyos nombres no recuerdo (culpa mía, no de nadie más), estaba dirigido por Freddy William Santana, quien era ley, batuta y constitución, imponiendo disciplina de forma permanente.
En medio de un ambiente de confraternidad, solidaridad y de trabajo, pasaron los años. Cada curso elegía a inicios de año un Consejo de Gobierno, seleccionado mediante votación por los mismos alumnos del Curso. Siempre me tocó ser el Tesorero del Consejo, lo que implicaba que tenía que cobrar la cuota o aporte que se colectaba con fines de hacer las actividades del curso, incluyendo el tradicional pasadía a Rancho Francisco el día del Estudiante. Lo que más me llama la atención, ahora, a tantos años de distancia, es que muchos me pagaban la cuota aún cuando eso significaba quedarse sin dinero para la merienda de ese día!.
Durante los años que duré en el liceo se hizo una consigna trabajar para construir una biblioteca, ya que la que teníamos era muy pequeña, ubicada en la segunda planta, encima de donde operaba la Dirección Administrativa del centro. La intención además de contar con una estructura más amplia, era también para evitar que los estudiantes de otra tanda, bajo el alegato de que iban a la biblioteca, permanecieran en el recinto hasta la hora del recreo, momento que aprovechaban para verse con las novias o novios. Pero lo cierto es que como buenos ocoeños, nunca le pedimos a la entonces Secretaría de Educación que nos construyera una biblioteca, sino que nos pusimos todos a buscar los recursos: rifas, kermes, y cuantas actividades dejaran un par de pesos para destinarlo al tan anhelado proyecto. Recuerdo que el compromiso era tal, que en nuestro último año, aún a sabiendas que no veríamos ni siquiera iniciado el proyecto, nos esmeramos en que nuestro Curso diera el mayor aporte entre todos los otros.
Así era la comunidad educativa del Liceo José Núñez de Cáceres, de aquella época. Y la pregunta inevitable, si el problema en la estructura física del centro educativo hubiese ocurrido en aquel entonces, se habría detenido la docencia a esperar que algún burócrata en Santo Domingo apruebe el presupuesto para la reparación?
Ay!! Que el problema de Ocoa nunca fue ser Provincia, sino la falta de horizontes; como el problema de la educación no era solamente de dinero, sino de contenido, de recursos (humanos), talento y vocación!
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