Por: Minerva Isa
Como la niebla que envolvía la Loma del Rancho anunciando la lluvia, que indefectiblemente caía, los recuerdos se nublan en la distancia de más de cinco décadas. No obstante, entre las brumas del tiempo resurgieron episodios, imágenes de la infancia y juventud en los años 50 y 60 del siglo XX, evocadoras anécdotas que retrataron una época, narradas en el encuentro de una generación de ocoeños y ocoeñas que rindieron un homenaje póstumo a maestros y maestras que los iniciaron en la docencia.
Desde Santo Domingo, Miami y Nueva York llegaron al terruño natal, compartiendo junto a compueblanos radicados en San José de Ocoa, momentos memorables en el “Encuentro de la esperanza”, como lo bautizó la licenciada Esperanza Medrano al invitarlos a aprovechar los años que les restan de vida para que, con su aporte, el futuro de Ocoa sea promisorio.
Decenios atrás eran niños y niñas que crecieron en un Ocoa de ensueños, correteando en el parque, disfrutando excursiones al río y al Salto de Parra. Y que hoy, padres y abuelos encanecidos, volvieron a encontrarse en la escuela de sus primeras letras, la Luisa Ozema Pellerano, a la que asistieron cuando no había segregación con planteles de ricos y de pobres, aunque la discriminación de género los dividía en las aulas entre varones y hembras.
Eran tiempos en que el estudio y la lectura se tenían en gran valía, y entre adolescentes y jóvenes corrían de mano en mano los libros de novela y poesía.
Pertenecen a una generación que transcurre en el interregno de dos siglos, XX y XXI, entre el lápiz y la pizarra hasta el Internet y la robótica, bajo el asombro de cambios radicales en el ambiente en que se criaron y el que hoy viven sus hijos y nietos, esforzándose en transmitirles valores que les inculcaron sus padres con el testimonio de una vida de laboriosidad y honestidad.
Reflexión. “Asistimos a este gran encuentro, donde con calor humano, alegría, emociones y grandes manifestaciones de solidaridad, asumimos el pensamiento y acción de uno de los más grandes precursores de paz, Mahatma Gandhi”, exclamó Esperanza Medrano.
Exhortó a los participantes a reflexionar sobre inspiradoras frases del gran líder hindú: “Voy a seguir creyendo, aun cuando la gente pierda la esperanza. Voy a seguir construyendo aun cuando otros destruyan. Voy a seguir dando amor aunque otros siembren odio”. Los invitó a seguir hablando de paz, aun en medio de una guerra; iluminando en la oscuridad; a seguir sembrando, aunque otros pisen la cosecha. A gritar, cuando otros callen, y levantar los brazos a los que se han rendido.
“Porque en medio de la desolación, habrá un niño que nos mirará esperanzado, esperando algo de nosotros/as. Y aun en medio de una tormenta, por algún lado saldrá el sol”.
“Tenemos que despertar -dijo Medrano- ante una realidad que se nos va de la mano”. “Somos nosotros/as quienes con nuestras experiencias tenemos que tomar el camino para que nuestra juventud se encauce por los senderos de la enseñanza y/o de la esperanza”. Les instó a asumir ese compromiso, y a dejar constituido en esa fecha, día del patricio Juan Pablo Duarte, el “Encuentro de la Esperanza”.
Tributo a maestros. Conducido por Luis Emilio Báez, a las 10 a.m. se inició un acto en la escuela Luisa Ozema Pellerano, cuyo director, licenciado Marcio Mateo, les dio la bienvenida, sucedida por una presentación artística de alumnas del plantel.
El licenciado Luis González Fabra resaltó los méritos de los profesores, sus dotes intelectuales y virtudes. Con las palabras del doctor Alberto Soto Guerrero, surgieron las añoranzas, anécdotas con minuciosos detalles que recreaban la época.
Citó a fray Luis de León, quien al retornar a la Universidad de Salamanca tras cinco años de prisión reinició la cátedra diciendo: “Como decíamos ayer…”.
A seguidas, pidió a la concurrencia a remontarse a mediados de los años 50 del siglo XX, para luego narrar episodios que hicieron brotar emociones y carcajadas, como el protagonizado por el profesor Pereyra:
“Me sacó de la fila del desayuno escolar: “Éste tiene desayuno en su casa”. “Era verdad, pero no tenía ese manjar de dioses, un refresco Trópico”.
Relató vivencias con profesores y compañeros en primaria y secundaria, el único castigo recibido, los apodos y añorados “piñonates” de coco vendidos a través de una ventana, y al lado la tinaja de agua fresca; los regalos el Día del Maestro, vasos, tazas, todos en celofán rojo. “También se hacían regalos vivos que duraban hasta el domingo que era cuando se comía pollo”.
Rememoró la inauguración del edificio escolar, en 1954, asistió “vestido de gala con pantalón, camisa y gorro kaki, con una chalina negra”. “Odiaba esas chalinas…. llegaban a mitad del pecho. Con ellas abusaban los mayores de los más pequeños, halaban hacia abajo y soltaban golpeando duro la garganta”. “Una noticia que causaba terror era, ¡viene el intendente!”, a quien recuerda con su traje azul y mirada escrutadora.
Para finalizar, Soto citó una frase de Pablo Neruda: “Nosotros los de entonces, ya no somos los mismos”. Y agregó yo, seamos hoy, los de entonces”.
El “Museo de los recuerdos”, recrea la vida y obra del padre Luis Quinn
A la Casa de los Recuerdos, museo que condensa la titánica obra espiritual, social y humanitaria del padre Luis Quinn, acudieron los participantes en el encuentro, entre ellos muchos que en 1965 lo vieron llegar a Ocoa , y que al fallecer en 2007, lo despidieron agradecidos por su invaluable legado.
Una galería de fotos compendia sus largos años de lucha tesonera, las vivencias de un ser extraordinario que cultivó la autogestión, el despertar de la conciencia social y ecológica.
El museo, en la casa donde con humildad proverbial vivió el sacerdote canadiense, recoge en fotos sus duras jornadas junto a los campesinos, diseminando acueductos, sistemas de regadío y de energía solar. Imágenes de campos donde tomaba el pico y la pala para abrir pozos y caminos, roturaba la tierra en un tractor, construía invernaderos, escuelas, viviendas y centros artesanales. Innumerables imágenes desde que en plena juventud llegara a Ocoa, revitalizándolo con su torrencial energía y gran fuerza espiritual.
El programa del encuentro de ocoeños, organizado por la doctora Raisa Soto Concepción, a sugerencias de Mayra Ortiz, incluyó una visita a la iglesia parroquial, donde reposan los restos del inolvidable Padre Luis.
1. Generación del sesenta
Participantes en el encuentro pertenecen a la generación del sesenta, a la juventud que desde la universidad impulsó utopías transformadoras, liberadoras, anhelos de una democracia real, de justicia social. Volvieron a encontrarse en el añorado Ocoa de puertas abiertas, a las que, como en otras localidades del país, cerró la delincuencia. Recorrieron nuevamente el Ocoa de calles impecables, aunque de alta contaminación sónica con el rugido de motocicletas.
2. Los recuerdos.
De la memoria resurgieron personas y paisajes, imágenes y sonidos inolvidables de campanas al vuelo, la música de alboradas, mañanitas, serenatas, vivencias inolvidables, indelebles al paso de los años. La familia y vecinos, los amigos y amigas entrañables, amistades prolongadas por décadas .
3. Las fiestas patronales.
Cada año, Ocoa aguarda con entusiasmo las fiestas del 21 de enero en honor a la Virgen de la Altagracia, su patrona. Ocoeños y visitantes asisten a los actos religiosos, disfrutan el ambiente festivo del parque, el tropel de gente en las calles, de campesinos que llegan desde el amanecer. Antaño, celebraban bazares, “palo encebao”, corridas de cintas en bicicleta.
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