Por: Silvia Van der Linde
Desde niña amamos las aventuras, ofrecen la oportunidad de conocer y apreciar los valores naturales y socioculturales del país y del rincón que nos tocó nacer o vivir, compartir con familiares y amigos. La verdad es que resulta una estrategia maravillosa para aprender y disfrutar de las pequeñas cosas de la vida.
El 25 de diciembre, siguiendo la tradición, emprendimos camino en pos de arroyo Ñato. En esta oportunidad de forma un tanto improvisada, sin la previa planificación que acostumbramos y se aconseja en estos casos. Partimos a las 5 de la tarde, por la carretera de Rincón del Pino, en el municipio cabecera San José de Ocoa, de la provincia del mismo nombre, de ahí pasamos a la comunidad de El Canal y de El Canal a El Bejucal desde donde se cuentan tres pasos de arroyo y el tercero marca el arribo al susodicho. Con razón dice el adagio “del dicho al hecho hay un gran trecho”.
La salida no se efectuó a la hora adecuada, muy tarde y la carretera no es tal, es un camino de mulo, sólo nuestro espíritu aventurero, deseos de alcanzar la meta y el paisaje singular que nos acompaña nos animó a seguir. Es una de las zonas más arbolada de la provincia, quizás por ser una de la menos impactada por la agricultura, aunque ya se destacan en el trayecto algunas importantes plantaciones de aguacate.
El tiempo pasa y empieza a oscurecer y yo a inquietarme. ¿Qué hacemos? ¿nos devolvemos o seguimos? el celular de mi compañero descargado y el cargador del jeep no le servía, el mío con carga, servicio de internet que nunca falló pero la aplicación de GPS (Sistema de Posicionamiento Global) no estaba, de lo cual nos percatamos en ese momento. Decidimos emplear el método tradicional, que nos ha dado buen resultado en diversos lugares, preguntar. Poca gente habita en la ruta, pero los escasos comunitarios son personas amables y dispuestas a orientarnos o desorientarnos como sucede en estos casos, pero siempre con buena intención.
Al llegar al arroyo Ñato pasamos de largo, ya era noche y debíamos regresar a la luz o sea que el reconocerlo y disfrutar de sus aguas está pendiente para una próxima aventura.
Una pareja en un motor, cruza a nuestro lado y el hombre nos dice que lo más conveniente es seguir y bajar a Los Palmaritos de El Pinar y que la carretera está en buen estado. Resulta que el camino es como un arroyo sinuoso, cuajado de meandros, cada vez que alcanzábamos uno de ellos, estábamos en el dilema de cuál de las ramas tomar. Llegamos a El Bejucal Arriba y encontramos una casita cerrada, como suele suceder en el campo, la gente se recoge temprano y a mis voces, un tanto impacientes, acuden unos señores que nos dicen que hemos subido mucho y que debemos devolvernos para retomar la vía que nos llevará a Los Palmaritos. En esa oportunidad nos empleamos a fondo para convencerlos de que alguien debía acompañarnos al camino correcto y explicamos que somos amigos del profesor Juan Luna, docente de la escuela de la comunidad por muchos años, ya jubilado y nos expresaron que su casa estaba cerca, pero que por los días estaba en el pueblo. Finalmente, un jinete a galope nos condujo a la salida y nos indicó, sigan siempre a la derecha y llegarán a su destino. Nos despedimos del guía, no sin antes darle una parte del dinero que cargábamos, lo cual naturalmente no compensaba el favor recibido, nos explicó que iba a visitar unos parientes, aprovechando el asueto.
Más adelante volvimos a preguntar a otros señores, residentes en una casita en medio de la nada, los cuales salieron a nuestro encuentro, solícitos y la mujer me pareció deseosa de hablar para romper el aislamiento en que viven sumergidos.
Mucho anduvimos todavía, para llegar a Los Palmaritos, por un camino, como ya hemos descrito en pésimas condiciones, donde encontramos varios portones de golpe, para evitar que los animales salgan de sus predios y donde debía tomar el guía para Jorge abrir el portón y poder atravesar, todo esto en medio de la oscuridad y el canto de grillos y lechuzas. En el interminable trayecto, pensé que Juan Pablo no tenía abrigo, que no teníamos nada de beber, ni comer. Recordé a César y su accidente en la vía, a Heidi, compañera de niñez, que junto con la institución que coordina, Voy, reparte abrigos a niños en zonas como esta, el frío era tan intenso que especulé encender la calefacción del vehículo. Cavilé acerca de la sincera preocupación que expresan las autoridades de El Pinar por la suerte de sus lugareños. Pero también, reflexioné en torno al aislamiento y las precariedades en que vive la gente. Llegamos a Los Palmaritos a las 8:30 de la noche, es decir 3 horas y media de camino, donde se desarrollaba un baile amenizado por un conjunto típico, con motivo del día de Navidad, el cual nos animó, ya que nos encanta la música del género.
No obstante el susto, resultó una experiencia enriquecedora y emocionante, nos permitió conocer la belleza natural de la ruta, la cual tiene potencial para ser recorrida por vehículos todo terreno, por ciclistas de montaña y motocrosistas experimentados. Para senderistas y caballistas es exigente. Indudablemente uno de nuestros recursos para el ecoturismo.
silviavanderlinde3@hotmail.com
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