Desde muy temprano en el amanecer de la humanidad, el homo sapiens sintió la necesidad de expresar sus relaciones con el mundo circundante; una muestra de ello son las pinturas encontradas en cavernas a lo largo y ancho del globo terráqueo. Con el surgimiento del lenguaje y de la escritura, esa necesidad de comunicar o contar episodios épicos, la relación con la naturaleza, los animales y hasta con Dios, se hizo presente. A diferencia del resto de los animales, el ser humano además de la capacidad de raciocinio y la de colaboración a gran escala como señala el historiador israelí Yuval Noah Harari, está dotado de sensibilidad que se traduce en sentimientos. Y cuando se expresa un mensaje involucrando los sentimientos se hace poesía.
Un ejemplo que confirma lo antes dicho, son estos versos:
Tus dos pechos, como gemelos de gacela,
Que se apacientan entre lirios…
Tu estatura es semejante a la palmera,
Y tus pechos a los racimos…
Deja que tus pechos sean como racimos de vid,
Y el olor de tu boca como de manzanas,
Y tu paladar como el buen vino.
No acabo de leer ningún poema erótico; es apenas un fragmento del Cantar de los Cantares, un libro de la biblia atribuido al Rey Salomón y que tiene aproximadamente 3,000 años de antigüedad. También en el libro sagrado de los Musulmanes, el Corán, se cuentan unos 6,236 versos. Incluso antes de esa época, hay evidencias de versos escritos en algunas tumbas de los faraones en las pirámides de Egipto. La historia nos cuenta que hubo desde un emperador romano, Adriano, a monjas como Sor Juana Inés de la Cruz, o próceres como José Martí o nuestro padre de la patria, Juan Pablo Duarte, que se expresaron a través de la poesía.
De Shakespeare a Góngora, de Whitman a Neruda, de Rubén Dario a Octavio Paz, de Salomé Ureña a Aída Cartagena o de Domingo Moreno Jimenez a Franklin Mieses Burgos, la poesía ha estado en constante evolución. Y el mejor ejemplo de ello lo constituye el siglo XX, tiempo de ruptura en materia poética, en el que surgen en nuestro país movimientos como el Vedrinismo, el postumismo, la poesía sorprendida, las generaciones del 48 y de la post guerra, los independientes del 70, la década del 80 y el taller literario César Vallejo, y así hasta continuar al momento actual, en que la poesía es sinónimo de libertad creativa, despojada del formalismo, de la rigurosidad que antaño imponía la métrica, la rima y el ritmo.
En San José de Ocoa, hasta donde he podido investigar, empezó a escribirse (o por menos a publicarse) poesía en la década de los años 20 del siglo pasado. Según Angel María Peña Castillo, quien fuera el fundador y director de la emblemática revista Páginas Banilejas, José Fco. Subero siendo apenas un joven de 16 años escribía versos y el periódico Ecos del Valle que editaba don Joaquin Inchaustegui, prestigioso intelectual y munícipe Banilejo, publicaba esas producciones literarias. En esa época era muy frecuente la publicación en periódicos y revistas, tales como la citada Páginas Banilejas, La Voz de la Montaña, La voz de Ocoa, Revista Panfilia, entre otras, de poemas escritos por los lectores. En las mismas abundan los aportes realizados por el propio Subero, Máximo Pichardo, Juan Bautista Castillo, entre otros. Me refiero a las décadas de los años 30,40 y 50 del siglo XX.
Sin embargo, no es sino hasta 1953 cuando sale publicado el primer libro de poemas escrito por un ocoeño, Cantos del Ayer de Juan Bautista-Blanco- Castillo. Éste también publicaría, diez años después, en 1963, un segundo poemario titulado Gota de Lluvia. Habría que esperar hasta 1970, cuando apareció una pequeña obra escrita en mimeógrafo, Tres Cantos, de la autoría de Ramón Tejeda Read, quien apenas contaba en esa fecha con 16 años. A esta continuaron sus obras Bebernos la última luz (1992), Versos en los caminos (2007) y Uasdianas. Otro exponente de la generación del 70 es Pedro Pablo Fernandez, oriundo de Rancho Arriba. Autor de los poemarios Presencia y Monologo, Fragmentaciones, Sístole y Diastole, Veinte Pop emas Rock manticos, Delicatessen, Cundeamor, Muestreo, Mayúsculo Minúsculo y Cementerio de Cerezas. También han publicado libros de poemas Juan Ysidro Minyetti con Versos Intimus de amores y desengaños; Carlos Alberto Soto con Ya sabes llorar Madrugada, Rodolfo Báez con El Silencio de mi alma, Alimentos para el alma y alivio para el corazón de la autoría de Ramón Roa (décimas) y Materia Gris de Franklin Mejía. En prosa poética ha escrito Asdrovel Tejeda los textos Caracoles y otros desvelos y Entre Prosas y relatos, los desvelos.
Damas ocoeñas que han publicado sus poemas son Fanny Santana con El Colmenar y Betty Pimentel con Odas Magulladas.
En una antología poética del Sur compilada por Juan B. Nina en el año 2007, aparecen textos de la autoría de Darío Tejeda, Pedro Pablo Fernández, Juan Bautista Castillo y Ramón Tejeda Read.
A ellos se suma una gran cantidad de ocoeños que han escrito y siguen escribiendo poemas, como son Angel Emilio Pimentel, Gregorio Martinez, José Manuel Arias, Juan Antonio Cuello Tejeda, Julio Octavio Méndez Guerra (decimero), Lourdes Maria Feliz, Mercedes Cabral Castillo, entre otros, aunque muchos de ellos aún no han publicado volúmenes con sus trabajos. Es decir, que se puede hablar de que existe una tradición poética ocoeña de larga data, que nos equipara con otros pueblos que tienen fama de cultos; lo que nos ha faltado es promoción, tanto interna como externamente.
Elsa Batista Pimentel es la ocoeña que más publicaciones de este tipo tiene en su haber. Autora de Puerto del Deseo, Cenizas de Ausencia, Lasitud del Vuelo y Metáfora de lo indecible. También tiene publicado el libro de relatos titulado Siempre Odie los gatos. Es además la primera en publicar un libro en dos idiomas: español e inglés. Y lo ha hecho no una sino dos veces. Primero fue Lasitud del Vuelo y ahora con Metáfora de lo Indecible, cuyo título en inglés aparece como Metaphor of the things Unsaid.
Traducir poesía no es tarea fácil, porque en la traducción se requiere a veces sacrificar ciertos términos en el idioma original, para que los giros idiomáticos en el idioma al que se traduce puedan tener sentido para el lector de otra lengua y sobre todo que el texto poético traducido no pierda su melodía, su sonoridad. Decía Voltaire: “Es imposible traducir la poesía. Acaso se puede traducir la música?” Para Edgar Allan Poe, menos drástico que Voltaire, “la traducción debe tender a impresionar al público a que va dirigida como impresiona el original al público que lo ha leído”. Para el ilustre e ilustrado Jorge Luis Borges, quien fue traductor de algunas obras clásicas, y que todo cuanto hacía lo convertía en arte mayor, dijo en un rejuego de palabras que “El original no es fiel a la traducción”, lo que concuerda con la opinión de los críticos de su obra, quienes aseguran que no se limitaba a traducir, sino que mejoraba las obras que traducía. Y si a esto le agregamos que el idioma inglés en materia poética puede exhibir autores tan grandiosos como Blake, Tennyson, Milton, Pope, Byron, Yeats, Walt Whitman, Robert Frost, T.S. Elliot, Emily Dickinson, Ezra Pound y Toni Morrison, definitivamente que el reto es aún mayor.
A diferencia de los narradores (novelistas/cuentistas) hispanoamericanos, cuyos textos se han traducido y logrado reconocimiento en el lector anglosajón, la poesía latinoamericana no es muy conocida, salvo los autores más consagrados. Katherine M. Hedenn, doctora en Estudios Hispánicos de la Universidad de Texas, en un trabajo publicado en una revista en 2019, indicaba que en el 2017 de un total de 531 libros traducidos al inglés en E.U. sólo 78 eran de poesía y apenas 10 correspondían a poesía hispanoamericana. (De lo que fue no sido: los retos de la traducción poética, revista Aportes de la Comunicación y la Cultura, No. 26, Junio 2019). Esa tendencia ha ido cambiando en la medida en que la pujante comunidad hispana en los Estados Unidos está produciendo cada vez más una literatura que busca ser un puente intercultural entre sus raíces y el país de acogida.
Metáfora de lo indecible, publicado originalmente en el año 2017, está dividido en 4 partes y cuenta con unos 40 poemas, entre ellos algunos Haikus, un tipo de poema antiguo de origen Japonés basado generalmente en una composición brevísima de tres versos. La obra cuenta además con unos apuntes de Claribel Diaz, con un profundo análisis, que en cierta forma ha facilitado mi labor y hasta la hace prácticamente innecesaria y redundante. Por tal motivo, me limitaré a decir la impresión que causó en mí la lectura de este libro.
Los poemas de Elsa contienen la idea de un viaje de ida y vuelta a los universos más íntimos y profundos de la autora y concomitantemente a otros universos que discurren paralelamente y se entrecruzan en los versos que Elsa finamente hilvana. Un viaje que es una exploración hacia los mundos interiores, donde habitan los recuerdos, algunos obviamente dolorosos, otros más dulces, salpicados de nostalgia, con una fuerte carga intimista y a veces hasta erótica, donde aparece ella dibujada en un lienzo como una Maja de Goya vestida, pero con el alma desnuda como su gemela. Recibamos la invitación que nos hace la autora para recorrer y explorar sus mundos internos desde su punto de vista cargado de hermosas construcciones estéticas.
Este viaje que nos pone frente a frente a Elsa, que se nos descubre en sus propias palabras: “Con rostro nebuloso recorriendo horas cadavéricas, con caracolas flotando en su vientre, con sus alas mutiladas, en medio de un cortejo de caricias muertas; el pecho lleno de suspiros y el vientre invadido de mariposas, con la piel fragmentada rompiendo hechizos, descubriéndose irreal y fantasmagórica, evaporándose y elevándose hasta la cumbre de cada átomo donde finalmente termina por deshacerse ante cualquier intento. Y al final, cual Penélope usada y repetida, resurge sentada en la calle regocijándose en el recuerdo de días interminables”
Termino citando unos versos de un poema que aparece en el libro y que me gusta bastante: “Me escribo en las ruinas de las calles y las casas que me habitan… Yo escribo para morir las muertes de los fantasmas sin lenguas que asfixian la garganta…. Escribo para cerrar las puertas de mares mudos donde Alfonsina sepultó la palabra… Me escribo dócil y cuerda en la sinrazón que deja el primer verso.” En ese poema podemos ver que la escritora y lo escrito se funden en una unidad, la que escribe deja su sangre y su carne en cada trazo, en cada verso, convirtiéndose así en una misma cosa. Tal confesión nos indica que estamos ante una real poetisa que ama lo que escribe porque lo siente y lo vive y por tanto su obra está llena de autenticidad, es genuina, como sólo puede serlo cuando se escribe poniendo alma, corazón y vida, como dice una canción.
A propósito del título de este texto, Confesión del Poema, hay un axioma jurídico que reza A confesión de parte relevo de pruebas, por lo que me acojo solemnemente al mismo para concluir aquí. Ahora queda en manos de los lectores ser los jueces de este libro y decidir su suerte. De mi parte, estoy seguro cuál será el veredicto.
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