El desarrollo turístico de una comunidad no es una meta. Según la Real Academia Española (RAE), meta significa: “fin a que se dirigen las acciones o deseos de alguien”. Visto así, el proceso de desarrollo turístico está compuesto por una serie de pasos sin final, con una importante diversidad de propósitos, que se renuevan según avanzamos. Sobre todo, cuando se incluye el elemento de la sostenibilidad, el cual es fundamental en conceptos como el ecoturismo, pero que ya es parte de todas las modalidades turísticas apoyadas por la Organización Mundial del Turismo (OMT).
¿A qué conduce esta teoría? Yo, al igual que la mayoría de los lectores, creo que la teoría solamente es útil si contribuye a los buenos resultados. Es decir, puede uno ser un verdadero “león” en tecnicismos, pero si las fórmulas no conducen al alcance de objetivos comunes provechosos, entonces son solo palabras vacías. He visto barcos hundirse, a pesar de tener capitanes capaces de explicar con inútil precisión, todo lo concerniente a la navegación. Son marineros de agua dulce, no están preparados para navegar en el mar. También he visto el caso de una embarcación, en medio de aguas turbulentas, que llegó a puerto seguro, guiada por un capitán casi analfabeto, que se graduó en el mar; que no sabe explicar pero sí sabe hacer.
Tomo las palabras del actual secretario general de la OMT, Zurab Pololikashvili: “El turismo ayuda a las comunidades rurales a conservar su singular patrimonio natural y cultural, apoyando proyectos de conservación, muchos de los cuales protegen especies en peligro o tradiciones y sabores perdidos”. Con estas palabras, arribo al propósito fundamental de esta entrega.
Al fomentar el turismo, jamás debe ser olvidada la conservación. Todavía es motivo de controversia, el alto desarrollo turístico de la zona de Punta Cana y Bávaro, sacrificando en gran medida la biodiversidad de los manglares. A pesar de ser una pieza clave en que seamos, como país, un destino competitivo y más allá del significado en materia de captación de divisas que tiene esa zona, todavía muchos nos preguntamos si valió la pena la masacre de la vida en los humedales.
No debemos caer en el error, por ejemplo, de colocar bellos ornamentos clavados a los árboles (se pueden atar o sostener sin dañarlos), o de sacrificar la vida o las tradiciones de una zona para hacerla más “atractiva” a los potenciales turistas. Es desagradable ver un letrero de “Proteja la Naturaleza”, mientras se hiere la vida del árbol con el metal. También lo es la modificación sustancial de estructuras naturales con fines estéticos. En este último aspecto, las intervenciones siempre deben regirse por el principio del ecoturismo que reza: “Minimizar el impacto físico, social, conductual y psicológico” (Sociedad Internacional de Ecoturismo).
En Ocoa se dan importantes pasos de desarrollo en materia de turismo. Es propicio el momento para pedir a todos, inversionistas privados y entidades oficiales, poner especial interés en la conservación y protección de la flora y la fauna, al igual que en el rescate de tradiciones culturales y gastronómicas. Hay que redescubrir nuestras tradiciones. También fomentar las mordidas a un suculento pan de batata y a decenas de platillos y bocadillos cada vez más escasos.
El turismo es un barco que no se debe detener. Es desarrollo sobre la marcha y la nuestra debe ser una marcha sostenible, conservacionista y rica en experiencias de vida y cultura. Así nos serviremos del turismo y seremos a la vez, servidores a la orden de sus nobles propósitos.
Avanzamos y si lo hacemos bien, el mayor beneficio será para la colectividad.
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