Por: Harris Castillo
La frase popular de que “los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla”, como casi todas las frase, es una fuente inagotable de enseñanzas para algunos, y un cúmulo de palabras vacías para las mayorías. Es anormal pero cierto. Esa frase es una bola de cristal en la que se puede predecir con exactitud el futuro de los pueblos sumidos en la vida sin propósito, como resultado de una ignorancia inducida, programada, confusa, como el origen mismo de la frase.
El profesor Juan Emilio Bosch y Gaviño, prócer de La Vega, quien como Martí, tuvo la suerte de no gobernar, fundó dos partidos políticos llamados a construir una mejor nación para todos. El concepto de “nación”, también es usualmente y de manera premeditada, mal interpretado.
El Partido Revolucionario Dominicano, nace en 1939, y veinte y tres años después llega al poder para cumplir su misión principal. Había nacido en el fragor de la lucha contra la dictadura de Trujillo. El derrocamiento del tirano para devolver la libertad a la nación, era su principal objetivo.
Logrado este objetivo en 1962 tras celebrarse las primeras elecciones libres desde poco después de la restauración de la república, (todas las demás elecciones estuvieron coartadas por distintos factores), la razón de existencia del PRD había concluído. La intervención del 65 y la “designación de Joaquín Balaguer como gobernador de Estados Unidos en República Dominicana por doce años”, volvió a dar sentido de existencia al partido del jacho encendío, recuperar la libertad.
El Partido de la Liberación Dominicana, nace en 1973, y coincidencias de la vida, le tomó el mismo tiempo que a su predecesor PRD, llegar al poder. Veinte y tres años después inicia su gestión de “completar la obra de Duarte, Sánchez y Mella”, objetivo principal planteado por el prócer vegano en la formación de la estructura morada.
Bosch se marcha del PRD, en el supuesto de que el partido había perdido su razón de existencia y los dirigentes querían llegar al poder para asaltar el erario. El tiempo le dio la razón. Funda el PLD con una estructura política de centro izquierda y la misión ya señalada. Se encargó de crear toda una doctrina sobre la construcción de la nación que habían soñado los patricios.
Juan Emilio, varias veces advirtió sobre el camino que había tomado la dirigencia morada, según expresó en su momento, querían llegar al estado para asaltar el erario, idéntico a lo que pasó en el PRD. El tiempo le dio la razón.
Es por eso que Bosch renunció más de una vez al PLD, pero ya sus fuerzas no le alcanzaban para iniciar una nueva herramienta que asumiera el compromiso de terminar la obra de liberación nacional. Depositó su esperanza en Leonel Fernández, la mina de oro del partido, el rey midas que ha vestido de oro lo que ayer era hierro oxidado.
Bosch no fue un caudillo, fue un líder. Los caudillos nuestros se han llevado a su tumba a sus partidos, no Bosch. Tal vez su visión no estuvo del todo errónea y será el tiempo quien despeje la duda. El PRD, cumplió su misión, el PLD fracasó sin intentarlo.
Así como desapareció el poderío del PRD, gracias a la visión de partido único de los peledeístas, toca al PLD desaparecer para dar paso a la esperanza de retomar el sueño de construir una mejor nación para todos. No hay forma humana posible de que los intereses de los grupos internos, se puedan conciliar con los intereses de la nación dominicana, ni con la visión del maestro.
Toca pues a Leonel Fernández, líder a quien nunca he seguido y a quien recrimino no haberse convertido en puente entre lo viejo y lo nuevo en materia de acumulación de poder, asumir el sacrificio de iniciar el “nuevo camino”, siguiendo las huellas del maestro en 1973. Dejando a los “dirigentes” del PLD, a aquellos que desviaron el sendero, terminar de resolver sus particulares problemas.
Leonel debe marcharse del PLD, pedir perdón por su incapacidad de contener las fuerzas internas que nos han traído hasta este punto, y emular a Balaguer, prometiendo un gobierno distinto, si los vientos algún día lo llevan a puerto, para corregir lo que está mal, sustituir lo que está bien por lo que está mejor, y hacer los que no ha habido la capacidad ni voluntad de hacer.
La nación dominicana necesita un norte, una esperanza. El liderazgo visible no parece tener las herramientas para construir esa esperanza, el relevo visible está manido en gran medida, corrompido en sus principios, enajenado en sus propósitos personales.
Anímese doctor Fernández, retome de nuevo el “nuevo camino”. Hay una “nación”, no tan pequeña como la de 1973, que seguirá sus pasos, tras las huellas del maestro.
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