Felipe Ciprián
Estoy firmemente convencido de que el abuso contra niños, niñas, adolescentes y mujeres, más que un problema de cualquier otro tipo, es esencialmente irresponsabilidad familiar.
Y lo es porque en este mundo nadie es tan valiente como para cometer un atropello, una bestialidad y un crimen, si tiene clara conciencia de que no tiene escapatoria y tendrá que pagar el precio de su desafío a la sana convivencia.
El padre Elvin Taveras y su inculpación en el asesinato del joven Fernelis Carrión, es el último ejemplo de que es la familia la que tiene que proteger a sus hijos, a sus hijas y a las mujeres.
No me gusta hablar en primera persona, pero he tratado de guiar a mis hijos para la adopción de valores humanos esenciales como el respeto a los demás, especialmente a los más débiles; la solidaridad militante con las personas vulnerables o en peligro de sufrir injusticias aunque tengan que exponer sus propias vidas, la honestidad en todos sus actos y a cultivar una voluntad de sacrificio y trabajo para no pedir nunca nada a nadie ni parasitar en ningún espacio.
Creo que ellos han sido consecuentes con mi esfuerzo y el de su madre, tíos, amigos, y otros que han infundido la decencia en todos los actos de sus vidas.
Como me ha costado sudor y sacrificio criar y proporcionarles oportunidad de educación y salud a mis hijos, no acepto ningún atropello, de ningún tipo, a mi familia y siempre estuve y estoy dispuesto a imponer a cualquier abusador el castigo más severo y aleccionador por mi propia cuenta.
Cuando los sistemas de justicia y de orden público están carcomidos por la impunidad, la corrupción y el bandidaje, es preferible hacerse respetar por uno mismo y estar dispuesto a imponer ese respeto no importa el precio que haya que pagar. Es una cuestión de honor, no de salvajismo o venganza como hacen los mafiosos.
Estoy firmemente convencido de que el padre Elvin –a quien, por supuesto, no conozco- forma parte de una cadena de abusos muy larga y oscura: él debió ser violado en algún momento, muy probablemente su violador también lo fue, y si las cosas son como se dice, él giró en círculo y violó a Fernelis y cortejaba, cuando menos, a otros niños de su parroquia.
¿Alguien se ha preguntado quién violó al hoy encarcelado padre Elvin para enterrarlo en el sótano de la homosexualidad compartida con el celibato y los sacramentos?
Él debió ser una víctima y hoy es victimario porque su familia no lo protegió lo suficiente de quienes lo violaron. Metido en ese mundo de promiscuidad, que según investigaciones médicas y sociológicas solo tiene retornos por excepción, lo normal era que buscara satisfacer sus deseos por la fuente de su experiencia.
El padre Elvin hoy está crucificado y muy probablemente es el culpable de un crimen atroz, pero pocos se preguntan quién es el victimario de este destruido sacerdote.
La casi generalidad de los homosexuales y lesbianas –con sus múltiples combinaciones que no domino totalmente- entraron a ese mundo por abuso o seducción con engaño. Es muy difícil imaginar que un niño criado con los estándares de la sociedad va a ir a patinar a un parque y se va a sentir atraído por otro varón al grado de entender que puede ser su novio.
Lo más probable es que de otro niño le interese competir en deportes, montar su bicicleta, conocer sus juguetes y hasta su vida cotidiana, pero jamás resolver necesidades que no han sido un referente en su existencia.
Todo lo anterior es casi idéntico con las niñas y con las mujeres.
No es verdad que si un padre y los hermanos de un menor o una niña, joven o mujer, le «leen la cartilla» de las consecuencias a un potencial abusador, éste se va a exponer a tener que pagar el justo precio de su maltrato.
Todo el que se relaciona con mis hijos –y sobre todo con mi hija- yo le leo la cartilla para que no se llame a engaños y sepa a lo que se expone si trata de imponerle su agenda de abusos físicos, sexuales o psicológicos. ¡Conmigo la justicia no tiene que molestarse, yo lo resuelvo sin ningún género de dudas!
Si los familiares de las personas vulnerables asumieran una actitud de protección y respuesta contundente a cualquier abuso, muy pocos se atreverían a provocar daños a niñas, niños, adolescentes y mujeres. Pero el problema es que se desentienden y el abusador «come con su dama».
El respeto se gana, pero el irrespeto se combate en regla para no tener que vivir peleando todos los días. Es una especie de regla de oro.
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