Debido al fallecimiento de mi madre y los últimos acontecimientos ocurridos en San José de Ocoa, donde decenas de jóvenes han perdido la vida, han hecho que mi corazón haga una profunda reflexión la cual quisiera compartir con ustedes, queridos lectores. Las siguientes líneas, en mi opinión insuficientes para tratar de explicar la vida y su brevedad, es un esfuerzo vano por llevarnos a pensar y accionar acerca de nuestra propia fragilidad.
En el vasto escenario de la existencia, nuestras vidas son meros suspiros en la brisa del tiempo. Como un relámpago que atraviesa el cielo nocturno, brillamos por un instante fugaz y luego desaparecemos en la oscuridad. La brevedad de la vida es un recordatorio implacable de nuestra propia fragilidad y efimeridad. En medio de nuestras preocupaciones diarias y afanes, es fácil olvidar que cada latido del corazón nos acerca más al final. Nos aferramos a la ilusión de la inmortalidad, pero en realidad, somos viajeros pasajeros en el vasto océano del tiempo.
La brevedad de la vida nos despierta a la importancia de vivir plenamente cada día. Nos empuja a abrazar la belleza efímera que nos rodea: las risas contagiosas, los abrazos cálidos, los besos robados, los atardeceres dorados. Cada momento que dejamos escapar es una oportunidad perdida, un tesoro que no podremos recuperar. No importa cuánto éxito acumulemos, cuánta riqueza acumulemos o cuánta fama alcancemos, al final de nuestros días, nos enfrentaremos a la realidad ineludible de que solo nos llevaremos con nosotros los recuerdos y las experiencias que hemos vivido.
Entonces, recordemos que la vida no se mide en años, sino en momentos. Aprovechemos cada amanecer como un regalo, cada encuentro como una oportunidad y cada desafío como una lección. No dejemos que la brevedad de la vida nos paralice, sino que nos impulse a saborear cada instante con gratitud y pasión. Que al llegar al último acto de nuestra existencia, podamos mirar atrás sin remordimientos y decir: «Viví. Amé. Me entregué por completo». Que podamos ser conscientes de que nuestra huella no se mide en duración, sino en la intensidad con la que vivimos y amamos.
La vida es corta, pero su belleza radica en su fugacidad. No permitamos que el tiempo se escape entre nuestros dedos. Abrazamos la brevedad de la vida, recordando siempre que el verdadero significado se encuentra en la plenitud con la que la vivimos.
Mensaje final: Vive cada día como si fuera tu último, porque la brevedad de la vida nos enseña a apreciar la maravilla de cada momento. Teme a Jehová y guarda sus mandamientos porque esto es el todo del hombre-Salomón.
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