Indudablemente en todos los partidos políticos hay gente buena y gente mala. Como usted lo habrá podido comprobar, la calidad de un ser humano no la define su militancia en uno de los grupos organizados en la JCE. Radica en su interior, en sus valores y en el grado de bondad que muestra y practica a diario. En el peor de los casos, en su decisión de «no joder para que no lo jodan».
Esta semana inició con el seguimiento mediático, al destino de un grupo de exfuncionarios y personas ligadas al PLD, partido recientemente despachado del poder. Hay mucha gente alegre, todavía sin profundizar en los casos. No se alegran por el mal de los apresados. A muchos, sus críticos ni siquiera los conocen, pero ven lo que representan. Les alegra la impresión de que no habrá impunidad, para quienes abusaron del poder o de sus posiciones cercanas. La gente espera lo contrario a lo que acostumbra a suceder.
Pero más que alimentar el morbo, esto debe enviar un claro mensaje a quienes ejercen puestos públicos. Debe servir de estímulo para llevar a profunda reflexión, a quienes tienen el privilegio de disponer la distribución de dinero perteneciente al pueblo. Parece que en el gobierno de Abinader, «la pava no pone donde ponía» en materia de tolerancia a la corrupción.
No se sorprenda usted si en medio de este lío, comienzan a surgir nombres conocidos de figuras cercanas. Donde quiera que existan indicios de enriquecimiento ilícito, el sistema de justicia tiene el derecho de indagar, aclarar y pedir sanciones.
Sanciones por comisión, por soborno o por omisión. Sanciones por obras millonarias desvanecidas o sobrevaluadas. Sanciones que no deben ser combatidas con argumentos de buen vecino o carita de buena gente. El más simpático de los zoquetes, muchas veces resulta ser el más sagaz. Así como se persigue al que roba alfombras y chucherías navideñas, la ropita de marca y el vehículo de lujo no pueden detener una investigación.
No me refiero a nadie, a ningún caso en particular. No soy persona de chismes ni juzgo por rumores. Es más, ni derecho tengo a juzgar. Eso lo hace nuestro sistema judicial. Pero si hay tela por donde cortar y fortunas ocultas o sin justificar, nada debe sorprendernos.
En los casos actuales, como en los que vienen, la justicia tendrá la última palabra. Mientras tanto, es una escuelita para el correcto ejercicio de la función pública.
Y harás lo recto y lo bueno en ojos del Señor, para que te vaya bien, y entres y heredes la buena tierra que el Señor juró a tus padres. Deuteronomio 6:18.
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