Debo iniciar estas líneas aclarando que no soy un crítico literario, pero la condición de lector voraz y empedernido la ostento y sostengo contra viento y marea. Y es esa condición la que me permite, al leer un libro, identificar ciertas características en cuanto a estética, técnica y estructura de lo que estoy leyendo. Pero en sentido general mi percepción final de un libro se reduce a si me gusta o no. Decía Jorge Luis Borges que la finalidad principal de un libro es la de provocar placer en quien lo lee, y que, si no lo logra, lo mejor es abandonarlo.
Cuando me enteré de que mi antiguo compañero de estudios en el Liceo José Núñez de Cáceres, Juan Proscopio Pérez Minyetti, iba a publicar un libro de cuentos, estaba convencido de que debíamos esperar un excelente trabajo. Recordé que Proscopio era, de todos los alumnos, el que poseía el mayor nivel cultural y a veces hasta deslumbraba a los profesores con sus conocimientos adquiridos a través de la lectura de libros, algunos de ellos clásicos, que estaban fuera del alcance de nuestra mente todavía virgen intelectualmente hablando.
Así que una vez con el libro en mis manos y con tan alta expectativa, procedí a leerlo en apenas unas horas. La primera lectura me produjo una sensación agridulce. Por una parte, me sentí un tanto decepcionado, no había estado a la altura de lo que esperaba del autor. Me quedé esperando más. El libro, que apenas tiene unas 52 páginas incluyendo el prólogo (ojo, el tamaño no importa, eso es así en los libros, por lo menos), me dejó cierta sensación de que a las historias les faltó desarrollo.
No conforme con esa primera impresión y sabiendo que las primeras impresiones suelen ser traicioneras, pasados unos días me adentré en una segunda lectura, más profunda y sin ningún tipo de prejuicio o expectativa.
En Cuentos de El Maniel el autor toma situaciones de la vida real, anécdotas que han trascendido en el tiempo, algunas trágicas y otras cómicas o divertidas, y las narra en formato de cuentos, género literario que como es sabido se caracteriza por su brevedad, con una estructura cerrada concentrada en un hecho relatado por el mismo personaje o desde fuera por un narrador omnisciente.
Releyendo los cuentos de Proscopio, pude identificar esa forma de narrar despojada de adjetivos y rodeos, algo que no es tan común en muchos cuentistas dominicanos. Mario Vargas Llosa dice que el escritor debe evitar en lo posible el uso de adjetivos en la escritura narrativa y suele citar la frase con que, dicen, Raimundo Lida iniciaba sus clases en Harvard: “Recuerden que los adjetivos se han hecho para no usarlos”. La narrativa de Proscopio es directa, descarnada, sin máscaras ni adornos, sin rodeos, al mejor estilo Borgeano (ojo: esto es un halago, después de todo Borges es el maestro de los maestros).
De simples anécdotas, mi amigo Proscopio las eleva a complicados textos en ocasiones, algunos de una tonalidad oscura o sombría, como la pieza titulada Resguardo, muy parecido a los cuentos de Allan Poe; otros más divertidos, como El temblor que sacudió la Sabana.
Otro punto a resaltar en los cuentos de El Maniel es el uso del tiempo. Si bien es cierto que el autor no ofrece ninguna pista sobre el tiempo cronológico en que se desarrollan las historias, ni tampoco se dan señas que permitan identificar a los personajes, entiendo que con eso el autor se ha evitado más de un posible inconveniente, a la vez que le da un aire de atemporalidad a las historias narradas. Ahora bien, el tiempo narrativo es otra cosa. Aquí el tiempo no siempre es lineal, sino que el autor en varios de sus cuentos lo maneja para iniciar la narración justo en el momento en que cronológicamente la acción está terminando. Esos relatos comienzan desde el final de la historia, el lector conoce el desenlace; sin embargo, el deseo de saber qué llevó a los personajes a terminar de una forma determinada, motiva a seguir leyendo.
Los cuentos están muy bien escritos desde el punto de vista de la ortografía, no hay incoherencia en las tramas, narrados todos desde fuera, es decir, de un narrador que se sitúa fuera de la acción, pero que está en plena posesión de todos los detalles.
Sin dudas, estamos ante un importante aporte como género literario y como rescate o preservación de la memoria colectiva de hechos y personajes de la vida cotidiana pueblerina.
Ocoa es una cantera interminable de situaciones cómicas, trágicas, divertidas, insólitas, absurdas; de locos maravillosos, personajes pintorescos, por lo que Proscopio Pérez en caso de inclinarse a continuar nutriéndose de esta fuente, tiene asegurado material para su próximo libro. Capacidad tiene de sobra.
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