Escrito Por: Neury Tejeda
Ser representante de un partido político es, sin duda, una tarea compleja y llena de desafíos. Tanto en la oposición como en el gobierno, quienes ocupan estas posiciones enfrentan dificultades que ponen a prueba su ética, sus valores y, en muchos casos, su verdadera lealtad: ¿al partido o al pueblo?
Desde la oposición, la labor de canalizar y gestionar ayudas para personas de escasos recursos e instituciones que las requieren se convierte en un proceso cuesta arriba. Las limitaciones impuestas por la falta de acceso al poder dificultan que estos representantes puedan ofrecer soluciones concretas a quienes más las necesitan. Muchas veces, deben conformarse con ser portavoces de problemas que no tienen la capacidad de resolver, generando frustración tanto en ellos como en la ciudadanía que representa.
Por otro lado, quienes están en el partido de gobierno pueden tener mayores facilidades para canalizar ayudas y ejecutar proyectos. Sin embargo, esto no los exime de enfrentar dilemas aún más profundos. Con frecuencia, se ven en la difícil tarea de sostener un discurso optimista ante los medios de comunicación, asegurando que todo marcha bien, cuando en realidad la situación es totalmente opuesta. Muchos saben que lo que dicen no es cierto, pero lo hacen para no contradecir la narrativa oficial y mantener la cohesión dentro de su partido.
Aún más difícil resulta el momento en que deben levantar la mano en apoyo a proyectos o decisiones que, en su fuero interno, saben que no benefician al pueblo ni representan sus ideales. Sin embargo, el temor a quedar mal ante su organización política, a perder privilegios o a ser marginados los lleva a olvidar que la verdadera prioridad debe ser el bienestar de la gente que los eligió.
Este es el dilema constante de quienes ocupan cargos políticos: la lucha entre la lealtad partidaria y el verdadero compromiso con el pueblo. Si bien es cierto que pertenecer a un partido es parte del proceso democrático, nunca debe ser una excusa para traicionar los intereses de quienes depositaron su confianza en ellos.
Ojalá esta reflexión llegue a los ojos y oídos de quienes tienen el deber de representar al pueblo, para que comprendan que ningún partido, por poderoso que sea, puede estar por encima del bienestar de los más necesitados. Es momento de priorizar lo que realmente importa y recuperar la confianza de una ciudadanía que, cada vez más, se desencanta del papel que juegan los políticos dentro y fuera del gobierno.
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