Es innegable que lograr el orden en medio de una gran cantidad de personas no resulta del todo fácil; que se hace muy difícil mantener el control en medio de una muchedumbre y máxime cuando todos ostentan las mismas calidades, como ocurre en el Congreso Nacional, aunque sólo nos referiremos en esta ocasión a la Cámara de Diputados, donde al tenor de lo que hemos visto en los últimos tiempos pensamos que ciertamente se impone un manejo más apropiado de los procedimientos parlamentarios.
Como se ha definido “el procedimiento parlamentario es la herramienta para mantener el orden en las reuniones y asegurar un proceso democrático que satisfaga a todas las partes”, el cual posibilita no sólo que todos sean escuchados, sino y sobre todo, que las decisiones adoptadas sean tomadas sin confusión; igualmente “permite la participación, ahorra tiempo, facilita la toma de decisiones de grupo, asegura un trato justo y legitima los procesos deliberativos”.
Por lo que hemos podido apreciar en sus debates existen varias falencias que entendemos deben ser superadas, esto así porque se crea en sus sesiones un ambiente que choca radicalmente con la solemnidad que debe imperar, pues si existe un lugar donde las decisiones deben ser bien sopesadas es allí; por tanto, se hace necesario actuar con la mayor madurez posible, respetando la disidencia, evitando el irrespeto entre compañeros, entre otros aspectos. Pero además, esos son partes de los postulados de su propio Reglamento Interno votado en fecha 02/08/2010, que derogó el ya existente de fecha 25/02/2004, al cual está facultada para proveerse la Cámara en atención con el artículo 90.3 de la Constitución de la República.
Eso implica a su vez que debe ser observado y respetado porque se trata de su propia reglamentación interna, ligado al hecho de que de manera clara así lo consigna el citado instrumentado, el cual entre otros, señala como deberes de los diputados “defender y fortalecer la credibilidad e institucionalidad del Congreso Nacional; respetar los juicios emitidos por los demás diputados en los debates en el hemiciclo y mantener la solemnidad…”, de conformidad con los literales d, h y j del artículo 25 del reglamento de marras.
Pero además, y lamentablemente esto lo vemos con relativa frecuencia, se profieren palabras ofensivas que caen en el irrespeto personal, en franca violación al literal i del citado artículo que establece como otro de los deberes de los diputados “evitar en sus intervenciones toda alusión personal mortificante, debiendo conservar en todo momento la moderación y decoro propios de la alta dignidad de que está investido”.
Sin embargo, hay que admitir que el cumplimiento de esos procedimientos parlamentarios descansa principalmente en quien conduce los debates; vale decir, el presidente de la Cámara, el cual conforme al artículo 15 del referido reglamento “constituye la máxima autoridad institucional”, y que dentro de sus funciones están las de cumplir y hacer cumplir el reglamento y las demás normas que sean aplicables dentro de la Cámara; dirigir el correcto desarrollo de los debates y mantener el orden durante las discusiones, así como cuidar de la observancia estricta del reglamento, en atención con los numerales 1, 3 y 30 del referido artículo.
Claro está, es obvio que en las sesiones cada diputado tiene sus derechos, pues conforme se dispone en el literal f del artículo 24 del reglamento, sin perjuicio de las prerrogativas y facultades que les confieren la Constitución y las leyes, los diputados tendrán derecho a “hacer uso de la palabra en el hemiciclo” y es deber de quien conduce la sesión garantizar que el orden sea mantenido durante se hace uso de la palabra. Evidentemente, esa solemnidad no puede ser garantizada por el presidente de la Cámara de manera particular, sino que se requiere que todos hagan su aporte en ese sentido.
Somos de opinión de que se impone un manejo apropiado del orden parlamentario en la Cámara de Diputados para mejorar y sustanciar los debates, pues en honor a la verdad apreciamos en sus sesiones, entre otras debilidades, falta de solemnidad; pobre manejo del orden parlamentario; falta de conocimiento de su propio reglamento interno; irrespeto entre compañeros; cierta desconsideración en el trato; visión unipersonal tratándose de un organismo colegiado; predisposición a la confrontación, cayendo en situaciones fácilmente evitables si se respetara el orden y se escuchara a todos sin descalificar a nadie; falta de respeto por las posiciones planteadas, configurando preocupantes niveles de intolerancia, algo lamentable tratándose de un escenario democrático, e incluso apreciamos falta de conciencia del rol que están llamados a jugar.
Estas apreciaciones las hacemos con la mejor de las intenciones, pues no se trata de intentar desmeritar este importante órgano, sino más bien fortalecerlo. Ojalá estas debilidades puedan ser convertidas en fortalezas, superándolas con creces por el bien de la democracia y la imagen de la institución.
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